Capítulo XIX: V de Vendetta.

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Había miembros de la Manada por todas partes, atacando a los vampiros con espadas de titanio y pistolas. Los vampiros no perdieron tiempo, y se lanzaron con sus ―perdona mi francés― colmillos desnudos contra los dhampirs.

Pronto todo era un caos.

Se escucharon disparos, metal contra metal, gruñidos inhumanos y voló sangre por todas partes, salpicando manchas color escarlata alrededor.

Tuve el estibo de uno rizos color caoba moverse eufóricamente de un lado a otro, rebanando vampiros con energía. Cerca de Corinna se encontraba Cameron, cuidando su espalda, ayudándola cuando una vampiro trató de lanzarse sobre su cuello sin que ella lo viera venir. Cameron sacó un sable y degolló a la vampiro con agilidad.

Vi a Wolf peleando mano a mano con alguien que lucía demasiado como Bones, a pesar de que el otro vampiro me había asegurado que Valentine lo había matado.

Valentine.

Mis ojos viajaron alrededor de la bodega en busca de su pulcro traje blanco, pero no había rastro de él. Ni de Salomé.

Qué lastima. Tenía mayores expectativas de esos dos.

El vampiro que me había dado la barra de granola lucía perdido en la pelea, su espalda pegada contra las barras de mi jaula. Era, por mucho, un vampiro joven.

Pasé las cadenas entre las barras para colocarlas sobre su cuello y las jalé con todas mis fuerzas, estrangulándolo. Al principio puso resistencia, sus manos se movieron desesperadamente, tratando de tomar las cadenas, pero después de unos segundos cayó como peso muerto sobre el piso.

Bingo. Ahora a mover el trasero, pensé. Necesitaba las llaves.

Busqué en los bolsillos de su cazadora de cuero hasta que el sonido tintineante del metal fue escuchado. Pero antes de que pudiera tomarlas una mano las arrancó de mis dedos. Al levantar la mirada me encontré con un par de ojos color zafiro y una sonrisa lobuna.

―Pensé que jamás vendrías.― fue lo primero que mi cerebro pudo procesar para decir.

―Soy un caballero, después de todo.― moviéndose hacía la puerta de la jaula, rápidamente quitando el seguro para después quitar las cadenas en mis muñecas. ―Jamás dejaría a una dama por su cuenta.

Sentí una sonrisa partir mi cara como un auto reflejo, y mi primer impulso fue abrazarlo. Gavriel se tensó bajo mi tacto, pero a los pocos segundos envolvió sus brazos a mi alrededor. No lo sé, eso de la impregnación y la cosa territorial pareció esfumarse de mi sistema al verlo frente a mi luciendo como todo un dios de la guerra. Podría recordárselo en otro momento, en el que tuviera más ganas de estrellar su cara contra la pared.

―Si fuera otra ocasión diría que luces hermosa en ese vestido.― murmuró contra mi cabello.

―Lo has dicho ahora.

―Oh, ¿sí?― sus brazos pronto me soltaron y me empujó contra las barras de la jaula.

Al principio no entendí hasta que vi a Valentine abalanzarse sobre Gavriel con una espada en mano. Su expresión era odio puro y sus colmillos parecían haber crecido el doble. Él alzó su espada con un grito, pero Gavriel esquivó su golpe con agilidad. Él golpeó rudamente la mandíbula de Valentine y dio una patada en su abdomen para mandarlo lejos. Gavriel levantó su propia espada ―una cimitarra de titanio, valgame Dios. ¿Qué hay mas sexy que verlo pelear con material enemigo?― hacia el pecho de Valentine, pero éste rodó por el piso, patentando la pierna de Gav.

Alguien me golpeó en la mejilla, y me mordí el labio, provocando que la sangre brotara. Típico de una mujer, ir a dar cachetadas, pensé, antes de encontrarme con un par de ojos verdes que irradiaban furia.

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