Capítulo XIII: Redención.

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Estaba tan, tan decepcionada de Gavriel que cuando pasó por enfrente de mí en la sala, simplemente le lancé mi libro de geometría y le di mi mejor cara de no-jodas-conmigo. Él me lanzó una mirada peligrosa y gruñó:

― ¿Eso por qué fue?

―Por ser un hipócrita.― escupí.

― ¿Huh? ¿De qué demonios hablas?― dijo confundido.

―Sobre ti viniendo a decirme acerca de estos supuestos vampiros que tratan de rebelarse, cuando tu mataste a tantas personas sólo para escapar! ¿Quién demonios eres tu, Gavriel, viniendo a decir mierda sólo para quedar como un santo?― chillé.

―En primera, no soy un santo ni nada comparado cerca de uno. En segunda, no tengo la menor idea de lo que...― pareció pensarlo dos veces, porque su semblante cambió drásticamente y sus cejas se juntaron. ―Oooh, has hablado con Salomé.

Me di cuenta entonces que estaba husmeando en mi cabeza y solté un gruñido poco humano.

―No te atrevas...

― ¿Qué le dijiste sobre mí, Aria? ¿Has dicho que estoy escondido?

―Por supuesto que no.― repliqué. ―No diré nada, pero tendrás que darme una buena razón para no hacerlo.

Gavriel pronto estaba sobre mí, inclinándose tan cerca que podía sentir su pecho contra el mío mientras sus brazos se flexionaban sobre el respaldo de el sofá. La mirada que me dio tenía advertencia como hambre, y sus ojos se movieron peligrosamente hacia mi pulso, provocando que sus colmillos se asomaran en sus labios.

―Porque estoy malditamente seguro que te conviene tenerme como aliado, Aria. Así recuperarás tú tonta espada y podrás informar sobre la rebelión. No estoy jugando contigo en absoluto.

― ¿Cómo sé que puedo confiar en ti cuando ni siquiera me dices desde un principio tu pasado?― susurré.

―No preguntaste directamente, kiska.― respondió, acercándose más y acariciando su nariz contra mi mandíbula. Una descarga eléctrica pasó entre nosotros, haciendo pedir silenciosamente por su toque.

―Si lo hubiese hecho... ¿me hubieses dicho?― reuní toda mi fuerza de voluntad para no lanzarme sobre sus labios y devorarlo cuando su rostro quedó frente al mío.

Una sonrisa lobuna cruzó por su rostro.

―Eso dependería de la manera en la que lo preguntaras.

― ¿Crees que es demasiado tarde para tal cosa?― mi corazón amenazaba con salir de mi pecho y apostaba a que Gavriel podía escuchar mi pulso brincando como loco por la mirada complacida que me dio.

―No creo que sea demasiado tarde para nada.― susurró, sus labios rozando contra los míos.

Fue ese momento en el que mi prudencia desapareció y atraje su boca contra la mía, haciendo que nuestros labios chocaran en una deliciosa manera. Gavriel no se vio sorprendido, en cambio, tomó mi cintura e hizo que mis piernas se envolvieran sobre sus angostas caderas, por lo cual fue técnicamente un indicio para que quedara sobre mí en el estrecho e incómodo sofá vintage.

Era mas cómodo el sofá de cuero de Wolf, pero...

Gavriel jugó con mi boca de una sexy manera, rozando, chupando y mordisqueando lentamente. Supongo que si has vivido trescientos años eso te da experiencia en tal tipo de cosas. Mis manos viajaron rápidamente hacia su camisa negra, tratando de quitarla fuera del camino, por lo cual Gavriel soltó una risa musical que hacía que todo en mi se derritiera. Su abdomen quedó al descubierto y pude ver con atención las cicatrices semitransparentes que marcaban su torso esculpido finamente. Mis dedos trazaron cada marca y sus ojos azul zafiro se oscurecieron con deseo. Cuando mi mano llegó a su pecho, Gavriel tomó mis dedos y los besó con suavidad. Sus labios se movieron con cautela hacía mi cuello y lo sentí vacilar hasta que dije con voz ronca:

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