UNA ORACIÓN

CAPÍTULO 33: IREMOS AL INFIERNO

Estaba embriagado. En aroma, en las caricias, en los besos y en ese cuerpo que se movía al compás de sus movimientos. Aceptando todo y rogándole por más. Aquella mujer gemía mientras él más se movía. Entraba y salía de ella con frenesí. Pidiendo más, ¿desde cuándo no tenía un encuentro así? Una mujer bonita con la cual pasar un buen rato y satisfacerse. A eso él siempre se refería, pero el estúpido ese prefería ni bien terminar la misión irse. Qué idiota.

Sujetó los pechos de esa mujer, los apretó y la trajo con él. Ella soltando gemidos en su misma dirección, rogándole porque vuelva a entrar en ella. Vanderwood gozaba con eso, tener ese dominio en la cama. La besaba, metía su lengua en su boca, haciéndole difícil respirar. Mientras sobaba su miembro nuevamente erecto en la entrada de ella.

-Más... por... favor... -le rogaba cuando podía separarse de su boca.

Pero esos ojos marrones gozaban verla así, perdida en el deseo y rogando por él. Apretó los pechos de ella con más fuerza, mientras más se sobaba en ella. ¿Quién resistía más? Ese juego era muy divertido y excitante y capaz podría continuar toda la noche, pero tenía un vuelo que abordar en la mañana, sería lo mejor terminar.

La tiró a la cama, dejándola en cuatro, a su completa merced mientras de la mesa de noche tomaba su cigarrillo que aún estaba ardiendo. Fumó un poco mientras veía a esa mujer ahí, meneando las caderas pidiéndole atención. Su mirada lésbica pedía de él, de su miembro erecto. La humedad de ella era clara señal de cuanto deseo tenía. Vanderwood gozaba con eso, dejó su cigarrillo nuevamente en aquel cenicero y abrió un sobre de preservativo. De esos que le recomendó al idiota ese, lo acomodó con destreza en su pene y se acercó a ella.

En un grito pudo ver cuánto ella lo deseaba al momento en que la penetró. Sujetó sus caderas para poder embestirla mejor, mientras ella se aferraba a las sábanas gritando de deseo. Sentirlo dentro, un calor indescriptible entraba en su vagina, era caliente y duro. Un mar de sensaciones que ese hombre le podía provocar, nunca sintió así. Ni mucho menos la resistencia que tenía, sea quien sea, quería todo de él. Terminó por sujetarle los cabellos un poco y esta parecía disfrutar de eso. Ambos disfrutaban de eso, hasta que llegaron al final gimiendo de todo el placer desbordante que se daba. Un deseo más cumplido.

La mujer cayó en la cama agitada y extasiada, era la mejor sensación del mundo. Un hombre así, que se encontró por mera suerte de la vida. La cautivó con su voz, y de un momento a otro estaban entrando a esa habitación de hotel donde el deseo se desbordó por completo. Su mirada buscó a su acompañante, capaz él aún la tenía dura y era su deber calmarlo, pero se dio con la sorpresa que empezó a vestirse.

-¿Te vas? ¿Tan rápido? –mientras se iba acercando a él.

Él no dijo nada, solo asintió con la cabeza. No tenía ni tiempo no ganas de hablar con esa mujer, más aún cuando vio que tenía las horas contadas para partir. Sintió los brazos desnudos de ella rodeándolo por atrás. Sus manos iban deslizándose por su pecho marcado, ¿no había sido suficiente? Más y más fueron bajando, pero Vanderwood la detuvo.

-Querida, me tengo que ir. –le dijo divertido.

-¿Qué es una vez más? –ella quería tocar su miembro de nuevo.

-Que mis jefes me vuelven la cabeza. –le sonrió mientras volteaba.

Ver a esa mujer con unos ojos reclamando más de él, era excitante, pero el reloj daba el tiempo contado. La fue recostando en la cama mientras la besaba. ¿Qué debía hacer? No iba a negarlo, si tuviera tiempo hace minutos hubiera empezado nuevamente a tener sexo con ella, pero tenía que entregar su informe personalmente sin mencionar que debía volver a ver a ese imbécil que tenía por compañero. Ató a esa mujer a la cabecera de la cama mientras ella sonreía victoriosa. Sabía que no se podía resistir ante él, abrió las piernas para invitarlo a entrar, pero Vanderwood sacó un pequeño paquete de la mesa de noche.