Eran las dos de la mañana e Ian seguía de pie frente a su hermano, enumerándole las desventajas de lo que estaba por hacer. El ventanal del balcón estaba abierto y entraba el viento de verano de la madrugada, mientras que los hermanos solo estaban con una polera y ropa interior debatiendo quien tenía la razón. Asi lo hacían siempre desde pequeños. Debatían sobre quien tenía estaba en lo correcto, y usualmente ganaba Dave, no porque fuera inteligente y usara la lógica para combatir los arranques esporádicos de sublevación de su hermano menor, sino porque sabía muy bien cómo hacerle entender al pequeño Ian, que no todo era negativo en la vida.
Cuando eran pequeños, sus padres murieron en un choque de trenes a las afueras de la ciudad. Tan grave fue dicho accidente, que ambos ataúdes debieron estar cerrados todo el tiempo. Cuando tuvieron suficiente edad, supieron por qué a veces los ataúdes no estaban abiertos para los familiares. La noticia fue un revuelo en el país, murieron más de cuarenta personas, entre ellas los padres de los hermanos Walker, lo que creo una profunda herida. Ian solo tenía diez años y Dave quince, y sin ningún familiar cerca, el mayor tuvo que entrar a trabajar a muy pronta edad. Sin embargo, jamás descuido sus estudios, y con ayuda de los vecinos del vecindario donde solían vivir, lograron salir adelante. Dave entró a la universidad gracias a sus calificaciones destacables, y cuando se graduó, era obvio que desde aquel estrado vería a su hermano pequeño aplaudiendo y silbando entre la multitud. A Dave no le dio vergüenza, sino más bien nostalgia, era lo único que tenía, y así también lo sentía Ian.
Dave trabajó unos años y luego; cuando Ian tuvo la edad para entrar a la universidad, este no quiso. El menor ya había pensado muy bien lo que quería hacer, y era algo que conmovió a Dave. Su hermano pequeño quería ser mecánico de trenes.
—No me vengas con eso, debes ir a la universidad, quizás no tengas muy buenas calificaciones, pero yo estudie para poder ayudarte a pagarla.
—No quiero ir a la puta universidad Dave. —respondió el menor. —Sabes muy bien mi motivación.
—¿Aun te aferras a eso?
—Siempre me aferraré a eso.
Eso era el accidente de sus padres. El cual fue confirmado que había sido provocado por la mala mantención de los vagones y las líneas ferroviarias.
Ian no quería que alguien volviera a pasar por lo mismo que ellos, no quería que otra familia se viera destruida. A los diecisiete años, Ian entró a trabajar al taller de trenes como mecánico de reemplazo, hasta que finalmente, tras unos cursos a los que su hermano lo forzó a asistir, se convirtió en el encargado del taller cuatro de mantención de vagones en las afueras de Belfast.
Desde entonces, para ahorrar gastos, ambos decidieron mudarse desde aquel vecindario en los suburbios, a un pequeño departamento en el centro de la ciudad. Vivirían los dos como siempre, pero al cabo de un par de años la familia se agradó. Dave conoció a Leonora, una guapa maestra de historia, con la cual, al cabo de tres años de novios, tuvieron a Fló, una hermosa niña que actualmente tenía siete años. La relación con Leonora actualmente era algo complicada, sin embargo, cada dos semanas a Dave le tocaba pasar un fin de semana con su pequeña hija y esta venia al departamento. Por ende, debía haber reglas.
Regla número uno, nada de cuchillos o cigarros al alcance de Fló, aunque el único que fumaba era Dave. Regla número dos, nada de dejar el baño sucio, y con eso nos referíamos a no tirar la cadena o dejar restos de barba en el lavamanos. Regla número tres, nada de pedos en el living, esta aplicaba para ambos y sus desagradables competencias, y regla número cuatro, que solo aplicaba para Ian, nada de chicos en el departamento mientras Fló estuviese ahí.
Asi es, Ian tenía la costumbre de llevar a chicos al departamento casi todos los fines de semana. Aclaró su homosexualidad a los veinte, y a Dave le dio igual, el conocía el ambiente, muchos de sus alumnos eran de la comunidad, y eso le ayudó a entender y experimentar de cerca dicha realidad. Para Ian fue un gran paso contarle a su hermano sobre su sexualidad, no esperó que se la tomara tan bien, pero al hacerlo, su hermandad se fortaleció aún más.
Ian era un gran dolor en el trasero para todos, nadie lo entendía como Dave, y ese era uno de los grandes problemas. Tenía ese algo que terminaba alejando a todos a su alrededor y por lo mismo decidió no tener novio hasta saber que realmente no se iría de su lado. Hasta hoy, no había funcionado, no sabía si era por su mala cara o por estar constantemente mirando a los chicos que pasaban por su lado, aunque creo que la última opción es la más acertada. El chico no transmitía confianza y mucho menos fidelidad, así que terminaban dejándolo después del primer revolcón.
Las reglas se aplicaban solamente cuando Fló iba al departamento. Cosa que la pequeña haría la mañana próxima, y aunque el reloj estaba por marcar las tres de la mañana, los hermanos no tenían intención de dejar de debatir, alguien tenía que salir victorioso como de costumbre.
—Dos ventajas, solo nómbrame dos ventajas. —pidió Ian sirviéndose otro vaso de Ginger-ale.
—El sector no tienen ninguna florería.
—Por algo ¿no crees? Nadie compra flores, el romanticismo no existe Dave. —respondió Ian riéndose para luego ver que la expresión de su hermano era seria. —Okey, ¿la otra?
—Hay bastante gente vieja en el sector.
—Estas enfermo si lo que creo que insinúas es cierto... —dijo Ian tomándose la cabeza con ambas manos sin soltar su vaso.
—Exacto, cuando se mueran los viejos acudirán a mi florería. Soy un genio visionario.
—En serio, a veces me sorprendo que seas profesor.
Ambos se lanzaron a reír, Dave por el alcohol e Ian porque las bromas crueles eran parte de sus conversaciones serias para así alivianar el ambiente tenso que provocaban las miradas de rayos azules que disparaban ambos con cada palabra.
—Solo dime que tienes un plan de escape.
—Ian, hay cosas que no tienen plan de escape.
—Todo tiene un plan de escape, solo debes idearlo.
—No, los sueños no tienen plan de escape, o cumples tus sueños o no, es así de simple.
—¿Y en serio tener una florería es tu sueño? —preguntó el hermano menor.
—¿Recuerdas el botánico?
Ian asintió.
—Pues siempre me gustaron las flores. —agregó Dave.
—¿En serio? Y pensaba que yo era el gay.
Ambos volvieron a reír.
—No lo sé, aun no me convences. —agregó Ian refregando sus ojos.
—No es necesario convencerte, no te estoy pidiendo permiso, pergenio.
—Hey, soy tu hermano, mi deber es guiarte por el buen camino.
—Yo soy el mayor que no se te olvide. —agregó Dave.
—Pero también eres el más ingenuo cuando se trata de la vida.
Ambos callaron, como si se hubiera cruzado una línea por solo milímetros.
—Además, si la embarras, ¿Qué ejemplo me estás dando?
Ian retrocedió de aquella línea tratando de recuperar la conversación.
—Tu sinceridad duele hermano.
—Si lo sé, por eso trato de evitar argumentar contigo últimamente.
—Pensé que era porque siempre perdías. —respondió Dave tomándose al seco el resto de cerveza que quedaba en la botella de vidrio. —Solo necesito algo de motivación de tu parte.
Ian suspiró exhalando todo el aire de sus pulmones.
—Está bien, está bien, mi hermano abrirá una puta florería. —respondió con una sonrisa fingida y burlesca.
—Quizás si dejas de decirle "puta florería" te podría creer.
—Pides demasiado a corto plazo, a los bancos no les gusta eso.
Ambos sonrieron y se levantaron de sus lugares dirigiéndose a sus habitaciones y si bien Ian aún no estaba cien por ciento convencido por la idea, Dave lo haría de todos modos, estaba empecinado en aquello, y cuando uno de los hermanos Walker se proponía algo, nadie los detenía.
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El Florista.
Teen Fiction「Terminada」La verdadera motivación detrás de esta historia es incierta. Quizás este justificado por el despido de Dave de la universidad, o de las ganas de hacer algo más que solo enseñarles a mocosos sin respeto en las aulas. Pero una cosa esta cla...