Un diente de león a la brisa lúgubre del pasado.

220 53 12
                                    

Era lo mismo. Sus voces eran como desafinadas cuerdas de guitarra que no lograban emitir un sonido agradable o al menos decente. Sus siluetas borrosas evaporándose antes de poder despertar fue lo que le hizo extrañar recordarlos, independiente del medio en como lo hiciera.

—¿Ian? Ian, gracias a adiós...

Satoshi estaba al lado de Ian, sostenía su mano en la sala de urgencias. Eran las siete de la mañana, al parecer habían pasado la noche en aquel lugar. Lo ultimo que recordaba el chico de ojos azules era la riña con esos hombres borrachos. Luego de eso todo se tornó negro y gris, borroso y desafinado.

Ian abrió los ojos lentamente y de la misma forma se sentó en la camilla mientras Satoshi llamaba a una enfermera para que fuera a revisarlo. El asiático tenia ojeras, estaba cansado y tenia en su brazo una aguja que parecía inyectarle suero.

—¿Estas bien? —preguntó Ian.

—Si, solo es para la resaca, lo importante es como estas tu.

—Esos idiotas nos golpearon de la nada.

Satoshi estaba preocupado, la expresión en su rostro era obvia.

—Ya hablé con la policía, me tomaron una declaración y dijeron que volverían cuando tu despertaras. Creen que son un grupo que asalta y golpea a quienes andan solos, al parecer ya le ha pasado a más personas, inclusive heteros, me dijeron que también estaban metidos en el incendio de hace un mes...

—¿El de la imprenta? —preguntó Ian.

—Si, ese mismo ¿no es por donde vives?

—Si, es por ahí.

La enfermera llegó entre la conversación y ayudó a Ian a reponerse, curó un par de rasmillones y le entregó una receta que el médico le había dejado, solo algo para el dolor de los moretones y algo para el dolor de cabeza. Sin embargo, quizás lo que necesitaba Ian no era ninguna de esas cosas, talvez simplemente el dolor se vería mucho mas atenuado si lograba al menos oír por un segundo la voz de sus padres.

El camino de regreso al departamento de Ian fue en silencio, aquel silencio incomodo y al mismo tiempo intrigante que Satoshi conocía bien, era ese silencio que le indicaba que Ian tenia en su cabeza una lluvia de pensamientos que le eran imposible compartir con alguien. Sato simplemente miró hacia adelante en el taxi. Se preguntó cuatro veces si Ian seria así por siempre, y si el estaba dispuesto a aguatar el silencio que se instalaba entre ellos cuando el chico de ojos azules no decía nada, se lo preguntó otras cuatro veces más, y al mirarlo de costado por algún motivo supo que quizás el silencio no se iría jamás, y que Ian debería primero descubrir como producir sonidos por si mismo antes de buscar entonar con alguien más.

Bajaron del taxi y aunque Ian no quería que Satoshi lo acompañara a su departamento, este lo hizo de todas formas. Subieron las escaleras del edificio entre los ladridos de los perros de Linda y la música satánica que retumbaba entre los pisos, hasta que llegaron frente a la puerta de Ian.

—Gracias, lamento en serio lo de anoche.

—No te preocupes, no fue nuestra culpa, pero recuerda que debes ir a dar tu declaración a la estación cuando te sientas mejor. —dijo algo distante Satoshi.

—Eso hare.

La puerta se abrió y Dave salió desde adentro algo preocupado, ya que su hermano no solía volver nunca tan temprano, y su preocupación se intensifico al ver el moretón en el pómulo derecho de Ian, y los rasmillones en su frente. Luego miró a Satoshi y por un segundo pensó que él le había hecho eso, el brillo en los ojos de Dave alarmo a Ian quien le explicó de inmediato lo que había ocurrido.

El Florista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora