Capítulo 2

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Después de un largo día de trabajo lo único que deseaba era sentarme en el sofá, leer algunas páginas del periódico, hacer la cena y olvidar que era un humano hasta que mañana me viera obligado a recordarlo

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Después de un largo día de trabajo lo único que deseaba era sentarme en el sofá, leer algunas páginas del periódico, hacer la cena y olvidar que era un humano hasta que mañana me viera obligado a recordarlo. Una noche tranquila sin sobresaltos. Esa era mi rutina, desde que terminé con Diana, hace aproximadamente un año.

Al menos eso eran mis planes, hasta que al abrir la puerta visualicé la sonrisa malévola de la mujer que dirigía mi vida.

—¡Lucas, llegaste! —celebró abandonando el sofá para acudir a mi encuentro. Le sonreí mientras dejaba mis cosas en la sala. Ella me observó desde el comedor, atenta con sus vivaces ojos, sosteniéndose del respaldo de una silla.

Ya no quedaba nada de esa chiquilla de ojos miel que la pasaba pegada al cristal en cada tormenta, que no sabía guardar secretos y me delataba ante medio mundo. Ahora con dieciséis años había dejado todo rasgo de niña y se estaba convirtiendo en una mujercita. Una de cuidado.

Me sorprendió la atención que me dedicó, di un estudio a la casa para detectar algo fuera de lugar, mas pronto entendí la razón de su interés. La voz del presentador liberándose del televisor me respondió.

—Ay, no, ¿tú también? —resoplé cansado. Ni siquiera en mi casa podía relajarme.

Ella se echó a reír feliz, como si disfrutara mi sufrimiento.

—Son los premios. Te estaba esperando para avisarte que voy a a verlos así que puedes volver a tu cuarto si quieres —comentó. Esa era su manera educada de decirme que podía irme al diablo porque ella no pensaba perdérselo, aunque fuera el fin del mundo.

Susana era una fanática del medio del espectáculo. Nunca se perdía ningún concierto, premiación o eventos trasmitido en la pantalla. Su cuarto estaba repleta de pósters y recortes de revistas. Siempre me preguntaba cómo podía dormir con decenas de ojos mirándola en la oscuridad. No lo sabía, pero ella se sentía orgullosa conociendo hasta el tipo de sangre de cada artista que pisara el país. Estaba construyendo un futuro como enciclopedia prometedor.

Lo único que me dolía era no tener suficiente dinero para poder comprarle algunos de sus gustos, entre ellos boletos de los pocos conciertos que llegaban a la ciudad. «Ahorraré para hacerle un buen regalo de cumpleaños», me propuse viéndola morderse sus uñas, «solo espero que no se acostumbre». Mi hermana no era una chica de puntos medios, lo comprobé al presenciar la profunda desesperación que experimentó cuando su favorito perdió.

—¡Noooooo! —gritó de tal modo que no me sorprendería le hubiera provocado un infarto a nuestro vecino. Se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Eso es injusto!

—Ni se te ocurra, Susana —le advertí antes de que en sus arranque lanzara una manzana de la mesa—. Eso también es injusto.

—Es la televisión de mamá —respondió sacándome la lengua.

El chico que no olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora