Capítulo 24

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Una sorpresiva tormenta cayó sobre la ciudad aquella mañana

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Una sorpresiva tormenta cayó sobre la ciudad aquella mañana. La tarde anterior salí temprano de la oficina por lo que no me enteré que Román se encargaría de abrir el local. Al encontrarme con las puertas cerradas decidí aguardar en el interior de mi vehículo esperando alguien apareciera o que la lluvia cesara. Lo que ocurriera primero.

Saqué mi celular para revisar mis mensajes, el último lo había enviado Isabel hace unos minutos, deseándome buenos días mientras conducía al trabajo. Intenté sonreír, sería una semana pesada para los dos, aunque por distintas razones, casi contradictorias. Luchando entre un inicio y el final.

Observé las gotas de agua correr por el cristal, escapando presurosas como el tiempo entre mis manos. El reloj de arena estaba a punto de dar la vuelta y aún faltaban respuestas a la infinidad de preguntas qué nacían con el pasar de los días. El presente exigía la dirección que tomaría el futuro. Una batalla entre lo que deseaba y mi responsabilidad, de la que no podría desprenderme. El capítulo que abrí en la capital, ese mismo que tenía claro llegaría pronto a su final, se aferraba a mi voluntad. Pese a que había aceptado la condición, costaba ver la tinta escasear.

Que adictiva es la felicidad, una pizca basta para añorarla toda la eternidad, ignorando que tantas veces resulta contradictoria con la realidad, nunca se renuncia al sueño de alcanzarla.

Mi dilema fue interrumpido al contemplar que una persona se acercó deprisa al negocio, haló de la perilla con fuerza, percatándose que no cedían. Sentí pena por el hombre, sin un paraguas a la mano quedó a merced del cielo. Titubeó sobre qué camino tomar, estaba planeando cómo ayudarlo, porque posiblemente solo quisiera refugiarme más que hacer una comprar, hasta que identifiqué que el recién llegado no era otro que Julián que intentaba resguardarse al filo del negocio. Fracasó, tal vez porque no se dio cuenta que la lluvia variaba hacia aquella dirección.

Él adelantó que no tenía ninguna obligación a darle una mano después de todos los zarpazos que había tirado en mi contra. Orgulloso giró la cabeza al ventanal intentando que su mirada penetrara la oscuridad, pero volvió la atención cuando escuchó el sonido de la puerta de un automóvil abrirse.

Dudó observándola, creyendo que podría ser una trampa, hasta que entendió que su capricho no lo llevaría a ninguna parte. Empapado de pies a cabeza cerró de un portazo logrando que algunas gotas fueran a caer en el tablero, se limpió con las manos el agua que nublaba su visión. El silencio dominó en el interior, nada sorpresivo, no esperaba una charla amistosa.

—Román debió presentarse hace media hora —se quejó molesto.

—Sus razones tendrá para retrasarse —comenté, adelantándome a su discurso.

No pasaría media hora escuchando su drama, prefería bajarme del vehículo. Julián pareció luchar por llevarme la contraria, pero se rindió recordando la vez anterior. Ninguno de los dos habló durante un largo rato hasta que cansado de ese silencio alcancé mi portafolio que descansaba en la parte trasera. Él estudió mis movimientos discretamente preguntándose qué planeaba, la carpeta en sus manos resolvió el enigma.

El chico que no olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora