Dividí mi ambicioso plan en dos etapas, cada una con sus propias repercusiones. La primera apenas unas gotas de lluvia comparada con las olas donde esperaba sumergirnos, pero de un importante valor. Ante la sequía cualquier llovizna es esperanzadora. Me gustaba pensar que los grandes pasos se dan con pequeñas acciones, nadie rompe un grueso cristal en el primer golpe. Las cadenas son resistentes, tanto como la perseverancia.
—¿A dónde iremos? —preguntó por centésima vez desde que salimos de su departamento. Había memorizado la cuestión. Una sonrisa se pintó en mis labios, pero no respondí—. ¿Estás intentando regresarme lo de ayer? ¿Al menos puedo adivinar?
—Claro, prueba, pero no acertarás —adelanté divertido, conociéndola. Era sencillo, ahí radicaba su magia. Isabel llevó su mano a su pecho ante mi sinceridad.
—Uy, el maestro del misterio —mencionó fingiendo indignación—. Si no quieres no me lo digas —añadió desinteresada, encogiéndose de hombros. Asentí concentrado en el camino. No debía faltar mucho para llegar y al ser la primera vez que andaba por ahí necesitaba comprobar bien la dirección. La calma duró un minuto—. ¿En serio te lo guardarás todo el camino? —insistió sorprendida. Solté una carcajada ante su rápida derrota. Ella torció la boca en un mohín por mi respuesta—. Lucas...
—¿Te han dicho que eres muy impaciente? —reí esperando que el semáforo cambiara. No había borrado mi sonrisa desde la tarde anterior.
—No tienes una idea —reconoció sin orgullo—. Lucas, es por tu paz mental. No dejaré de molestarte hasta saberlo.
—Es un alivio que llegáramos.
—¿En serio? —preguntó ilusionada asomándose por la ventana. Una avenida como tantas. Concreto por todos lados. Automóviles perdiéndose a su avance. Nada peculiar que no se repitiera en el centenar de calles anteriores—. ¿Es aquí? —curioseó sin esconder la desilusión.
—Caíste —me burlé. Entrecerró los ojos ofendida antes de darme un ligero golpe en el hombro—. Tranquila, Isabel, ya no falta mucho —le aseguré optimista, aunque no me creyó.
No mentía, bastaron unos minutos para dar con el punto. Fue una suerte que el sitio estuviera cerca del centro, me era fácil perderme entre las avenidas de la capital. Estacioné el vehículo. Al ser temprano había espacio de sobra en el estacionamiento. Pocas personas paseaban el domingo a las ocho de la mañana teniendo el día libre, a excepción de los deportista que la mayoría preferían andar en beneficio de su condición.
—¿Un parque? —dudó sin comprender qué pretendía. Imaginó muchas otras opciones. Admito que disfruté un poco su desconcierto—. ¿Quieres abandonarme junto a una familia de ardillas?
Reí de sus ocurrencias abriendo la puerta para descender, si quería motivarla a bajar tenía que dar los primeros pasos. Isabel titubeó ante mi iniciativa, dudando de mis intenciones o motivos, pero al final la contemplé acomodar su boina. Sabía el significado.
ESTÁS LEYENDO
El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...