Capítulo 22 (Parte 1/2)

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Isabel recorrió con sus grandes ojos oscuros las cámaras que esperaban impacientes por capturar su próximo titular

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Isabel recorrió con sus grandes ojos oscuros las cámaras que esperaban impacientes por capturar su próximo titular. Permaneció en silencio un instante, antes de retroceder despacio sobre sus pasos regresando veloz al vehículo. Negué siguiéndola para alcanzarla. Honestamente no sabía qué le diría, pero sí que no la dejaría sola. Bajó la cabeza esquivando a algunas personas que apenas repararon en su presencia emocionadas por la celebración. Ajenos a la tormenta que nacía en su interior.

Intentó abrir de un jalón el vehículo, pero la puerta no cedió. Soltó una maldición en voz baja al recordar que yo tenía la llave. Cerró los ojos apoyando sus manos en el techo. Lamenté ser tan malo encontrando algún buen consuelo. Lo único que podía ofrecerle era mi compañía, por más que lo deseara no tenía poder sobre las decisiones de otros.

—Isabel...

—¿Puedo pedirte un favor? —mencionó en un susurro que con dificultad escuché, dándome la espalda.

—Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

—Llevame de vuelta a casa.

Había pensando en muchas posibilidades, excepto en las que no viviría. Debí suponerlo, todo había resultado con una facilidad anormal. Asentí entendiéndola, abriendo las puertas. Ella se hizo a un costado antes de ocupar el asiento de copiloto. Tomé un respiro porque sería un viaje pesado. Le di un último vistazo al recinto. Hubiera sido una buena noche.

No me dejó ver su expresión, la mantuvo oculta en el cristal mientras calentaba el motor. Dejamos el sitio tal como llegamos, sin que nadie lo notara. El silencio predominó durante todo el camino. Cada tanto le dedicaba una mirada, pero ella estaba perdida en su mundo. Quise encontrar lo que necesitaba escuchar, mas nada de lo que llegaba a mi cabeza parecía suficiente. Isabel recostó su cabeza en la ventana contemplando con aire nostálgico el avance.

—Maldita sea —chistó molesta.

Al acercarnos a su edificio identificamos a otro grupo de periodistas custodiando la entrada principal. Isabel se desabrochó el cinturón, deslizándose por el asiento para esconderse tras el tablero mientras yo cambiaba de ruta. Al no tener idea de a dónde ir continúe a lo largo de la avenida, di vuelta en el primer cruce y seguí adelante hasta que encontré una zona despoblada, asegurándome nadie nos siguiera. Detuve mi improvisado trayecto en la acera junto a una plaza lo suficientemente oscura para que cualquier fotografía fuera un desperdicio. Una lástima que también fuera ideal para un asalto.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté ayudándola a reacomodarse en el asiento. Isabel se soltó el pelo desesperada, lanzando la liga a sus piernas.

—Como una imbécil. La imbécil más grande de todo el mundo —escupió molesta alborotándolo. Parpadeó un sin fin de veces antes de pasarse los dedos por los mechones sueltos que rozaban su rostro.

—Isabel, tú no...

—¿No te das cuenta? Lorenzo me tendió una trampa y caí como una idiota —mencionó con la voz entrecortada. Sus ojos se habían cristalizado, pero luchaba por no quebrarse—. Ellos no visitaron mi departamento para desearme una feliz noche, jamás lo harían. No fue mala suerte. Alguien les prometió una buena nota. ¿Quién? Nadie lo sabía, solo nosotros tres. Tuvo que ser él. Maldito infeliz.

El chico que no olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora