Claro que la decisión me preocupaba, me gustaría decir que aquel nuevo dilema me quitó hasta el hambre, pero la verdad es que solo se añadió un lío más a la lista. Apenas Julián me permitió salir abandoné el local para dirigirme a un local de comida que estaba a un par de cuadras. Crucé la plaza pensativo, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en los árboles frondosos que el primer día habían robado mi atención. Sonreí, supongo que era el hombre más tonto del mundo, estaba ante la ciudad más imponente del país y aún me seguía resistiéndome a su encanto.—Yo a ti te conozco.
Pese a que había muchas personas en aquel parque supe perfectamente que me hablaban a mí. Bautizaría esa plaza como "El centro de los inesperados encuentros". Aunque cuando le dediqué un vistazo más detallado reconocí que no era una persona del todo extraña, de hecho fue sencillo traer su rostro a mi memoria.
—El chico del candado —añadió al no recordar el nombre. Fue imposible no reír, aceptando que se trataba de buen mote. Ella era la misma mujer que aquella tarde me puso en un aprieto para resolver el enigma de una pieza defectuosa. Le ofrecí mi mano con una sonrisa. Dudó un segundo antes de ceder.
—¿Cómo sigue? ¿Ya no le dio problemas?
—El candado funciona igual que el resto, los problemas me los dan otros, mijo. La gente de mi barrio es persistente, si fuera por ellos se llevaban las macetas con todo y cadena —me contó torciendo la boca. Tal parece que no tuvo mucho éxito. «¿Quién podría ser tan miserable para meterse con una dulce anciana?», pensé—. Pero si los pesco verán lo que es bueno. Les daré con la escoba.
«O quizás no dulce, pero sí justa», reconocí ante su peculiar amenaza. Sabía que hablaba en serio, que estaba enfadada y debía tomarlo con seriedad, pero me resultó complicado.
—¿Y qué pasó, mijo? ¿Andas medio agüitado o por qué tan pálido?
—No, ese es mi color natural —confesé sin contener una carcajada ante la expresión que nació al percatarse de su brutal honestidad—. En el sol se nota más —le expliqué para que no angustiara por ese detalle—. Y sí, estoy un poco pensativo, pero no es grave —confesé.
Tuve la impresión de que esperaba le contara el resto porque se quedó muy atenta a la continuación que no llegó. Hizo una mueca, sin darse cuenta, como cuando pasas página y te topas con la hojas en blanco.
—¿Te acuerdas de que ese día te dije que te invitaría unos tamales? —propuso. No supe si porque deseaba ayudarme, enterarse o no quería estar sola. Todas las opciones eran posibles—. Pues no preparé ninguno, pero aquí venden unos baratos y tú no vas a andar diciéndolo.
Sonreí porque era una buena invitación, necesitaba despejarme y sabía que la peor compañía en ese momento era yo mismo. Una charla, con alguien que no me conociera, quizás era lo ideal para despejarme.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...