Capítulo 36
Isabel
Fue un poco triste descubrir que nadie me esperaba en Tecolutla, ni una sola persona aguardaba mi regreso, ni se alegría al verme. Supongo que cada uno siembra lo que cosecha en la vida, siempre fui consciente que no podía exigir cariño que no me había ganado. Sin embargo, largas horas de viaje y el estrés, despertaron mi lado sensible. Pese a no existir razón lógica, me invadieron una intensas ganas de llorar al descender del camión y no saber a dónde ir.
Ahí estaba yo, en medio de la central, donde hace siete años me había despedido de una vida que era imposible recuperar.
Tomé una bocanada de aire dándome fortaleza antes de arrastrar mi maleta. En ella no cargaba nada de valor material, pero sí sentimental así que me aferré a su aza con fuerza hasta que el taxi se detuvo en una pequeña posada cercana a la plaza. En Tecolutla, los hoteles distaban mucho de los que conocí en la capital. Eran casas acondicionadas para recibir turistas. Sin contar con la infraestructura de otras zonas me pareció un sitio de lo más tranquilo. La amplia entrada dejaba ver el patio principal donde había plantas y unas mecedoras para que los huéspedes descansaran. Gozaba de un toque hogareño que me gustó tanto como la discreción y amabilidad de los dueños.
Cuando me entregaron la llave me encerré en mi habitación. Suspiré aliviada porque al fin disfrutaría de un momento para mí. Eché mi cuerpo sobre el colchón, cerrando los ojos presa del cansancio. Tenía sueño o tal vez la realidad me adormecía. Tal parece que la siesta en el camión no bastó. Tentada a quedarme dormida el sonido de mi celular lo impidió. Solté un quejido arrastrándome por la sábana blanca antes de alcanzarlo.
Pasé saliva nerviosa al reconocer el número en la pantalla. Lorenzo. Me enredé en la cama preguntándome qué hacer. No deseaba hablar con él, pero no podía evitarlo toda la vida. Esconderme solo me haría presa de otro verdugo. Flexioné mi cuello intentando aligerar la tensión creciente. Mi corazón se aceleró cuando al fin presioné el botón que le daba acceso a mi vida.
—¿Dónde estás? —exigió saber. Estaba molesto, casi lo pude imaginar con las venas saltándole el cuello. Callé un segundo, meditándolo.
¿Por qué le tenía miedo? ¿Cómo ese tono siempre ejerció poder sobre mí?
—En mi contrato no se estipulaba que debía avisarte dónde estoy en mi tiempo libre —solté fingiendo valentía, aunque el corazón se me atorara en la garganta.
—Tú no te mandas sola, Isabel —protestó amenazante, tratando de meterme miedo.
—Lorenzo, hazme un favor, ¿sí? Recuérdame en qué clausula informan ese punto —pedí. Él guardó silencio sin saber qué responder. Fue tan satisfactorio dejarlo callado—. Si quieres revísalo, le preguntas a tu abogado cuánto sería de indemnización para enviártelo a tu cuenta.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...