Capítulo 15 (Parte 3)

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—Cuéntame de Manuel —me pidió Isabel cuando regresó con el postre

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—Cuéntame de Manuel —me pidió Isabel cuando regresó con el postre.

Yo agité mi cabeza para alejar esos pensamientos que me consumían. La estudié mientras lo acomodaba en el centro junto con un contendedor repleto de dulces de colores. Lucía más animada, y pese a estar un poco rota me regaló una sonrisa que sentí espontánea. Sabía lo que significaba ese gesto, darnos un respiro.

—¿Ya no bebe?

—Ni una gota. No tienes una idea como lo admiro —me sinceré porque hablar de él me sentaba bien. Estaba orgulloso de sus triunfos, me gustaba presumir su fuerza de voluntad. Ella asintió sirviéndome una rebanada enorme que parecía que alimentaría a varias personas.

—Sí que tiene agallas ese hombre. Lo último que supe es que mamá y la abuela hablaban con él —me platicó—. Eso fue hace mucho.

—Siguen teniendo comunicación —la puse al tanto.

—Me alegro mucho—dijo contenta, llevándose un trozo a la boca—. A veces me gustaría hablar con él, pero no sé, es raro ¿no? Vamos, sé que es mi tío... Dios, qué raro se escucha. Pero no lo conozco, siento que sería hipócrita de mi parte fingir que somos familia cuando apenas conocemos nuestros nombres. No quiero que pienses que soy una desalmada, cuando evidentemente lo soy, pero mi deseo para arreglaran sus problemas fue hacer feliz a mamá. Es muy difícil querer a una persona que no conoces, incluso cuando debes hacerlo... Quizás también implica que solo nos hemos visto como tres veces, creo que ahora debe darle más vergüenza que sea su sobrina —bromeó compartiendo esa cualidad destructiva de hacerme protagonistas de chistes.

—Él está orgulloso de ti, nunca se pierde tus presentaciones en televisión —le conté a sabiendas que Manuel me asesinaría por delatarlo. Ella levantó la mirada para comprobar a través de mis ojos que no mentía. La sostuve sonriéndole para que tuviera seguridad—. Además, nunca juzgaría a nadie. Es un gran ser humano.

Isabel asintió, pero no habló por un largo rato,concentrada en devorar su pastel. Debo reconocer que sí me produjo extrañeza que terminara antes que yo, incluso que se sirviera una segunda porción. No porque no pudiera hacerlo, era su pastel podía comérselo entero, sino porque pensaba que no gustaba demasiado de la azúcar.

—Crisalda va matarme cuando se entere de esta locura —añadió como si pudiera leerme la mente, aunque tal vez ayudó fuera demasiado transparente en mi expresión—, pero no tiene porque enterarse. Le mentiré, diré que tú te comiste casi todo —me avisó sin inmutarse por mi sonrisa.

—¿No te dejan comer pastel? —me atreví a preguntar. Lo saboreaba como si llevara meses sin probarlo.

—No. Primero, el chocolate me pone hiperactiva, nada bueno en mi caso —puntualizó.

Aceptaba que tuvieran sus reservas.

—Eso significa que en unos minutos serás un peligro —adelanté.

El chico que no olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora