Costa Esmeralda era preciosa. Apenas puse un pie tuve que reconocer no solo su belleza, sino también la paz que transmitía el cielo. Una mezcla de anaranjados y amarillos pintaban el horizonte a lo lejos. Siendo honesto, aquel paisaje donde algunas nubes perdidas traslucían los últimos rayos del sol eran un espectáculo digno de una postal.
Isabel prescindió de los lentes oscuros. No quería seguir escondiéndose, pese a las consecuencias. No era un paso fácil, al correrse el rumor que estaba en Veracruz la gente la reconoció sin problemas. Las miradas la siguieron cuando desde que puso un pie dentro del hotel que daba a la playa, una residencia hogareña que Isabel tenía el objetivo de enseñarme. La quijada de la mujer que atendía se mantuvo abajo cuando Isabel le preguntó si había espacio para reservaciones. No podía culparla, yo también tendría la misma expresión.
—Gracias, que amable —comentó Isabel ajena a la atención. Yo intenté no reírme por su mal intento por recomponerse. Me encargué de llenar el formulario, eso fue la respuesta definitiva de que veníamos juntos lo que incrementó su curiosidad. Nuestra relación pública sí era primicia—. Sí, es mi novio —rompió el silencio juguetona Isabel ante el análisis—. Es guapo, ¿verdad?
La chica se mostró apenada por ser descubierta. Isabel se apoyó en el mostrador para acercarse a ella, susurrándole algo que solo nosotros oiríamos.
—Pero es un secreto, nadie puede saberlo aún. ¿Puedes guardármelo? Por favor —le pidió uniendo sus manos. La chica sonrió entendiendo no estaba molesta—. Haría la promesa del meñique, pero me parece que eso sería un compromiso mayor y no quiero obligarte.
Negué con una sonrisa al recibir la llave. En realidad no pensábamos quedarnos esa noche, al menos yo no. Supongo que ante el pronóstico de lluvia era mejor prevenir.
—Antes venía mucho con mis padres —contó sin necesidad de ir a la habitación, dirigiéndonos directo a la playa—. A mi papá le encantaba este hotel —añadió. Torció sus labios al recordarlo, percibí la melancolía que la invadió al pronunciar su nombre.
—Isabel, ¿no tienes planes de hablar con ellos? —curios. Con la única persona de su familia con la que mantenía una relación era con su abuela.
—Claro que sí. Es lo que deseado desde que llegué—confesó deprisa en voz alta—, cuando reúna el valor de verlos a la cara. Te juro que cada que lo pienso se me baja la presión —me contó. Le creía.
—Es normal. Nunca es fácil enfrentar lo que nos da miedo, pero Isabel, ya has hecho mucho para llegar hasta aquí. Solo faltan los últimos pasos —le animé—. Eres muy valiente, en verdad te admiro —confesé. A mí me hubiera costado mucho hacerle frente a todos esos problemas, a las opiniones del resto, al poder de la gente.
—Cuando veas como mis padres me arrojan de la ventana no dirás lo mismo —murmuró. Sonreí ante su catástrofe.
—Ellos van a estar felices de verte —le aseguré. No me creyó. La entendía, su familia era difícil. Costaría hallar el instante preciso, ponerse de acuerdo—. Cuando decidas que es el momento adecuado sabes que cuentas conmigo —añadí para no presionarla, pero sin permitir lo olvidara. Deseba tuviera presente estaba con ella.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...