El tiempo pasó construyendo los cimientos de mis próximos planes. Continúe trabajando duro durante las semanas que siguieron, no solo porque deseaba asentarme de manera definitiva, sino que además era consciente del aumento de responsabilidades. Necesitaba ser un buen administrador. Isabel prefería una boda familiar, un evento íntimo que no superara los cincuenta invitados. Una buena idea para mí que no disfrutaba mucho de las aglomeraciones. Me entusiasmaba esa nueva etapa. Isabel sería mi esposa. A veces me lo repetía para terminar de creérmelo.
Además, esa mañana había recibido una interesante propuesta que me tenía muy optimista, ayudaría a mi estabilidad y sería un reto personal. El psicólogo me recomendó no postergar las decisiones importantes, asegurando que lo único que lograba era aumentar mi ansiedad. Sobre algo hecho se puede trabajar, las posibilidades cuando no están acompañadas de acción solo sirven para confundir. Me parecía un buen argumento. Así que aproveché la hora de la comida para contárselo a Isabel, porque si bien era un tema en el que solo yo tenía voz, consideré importante tenerla en cuenta.
Con el concierto a la vuelta de la esquina los ensayos se habían trasladado a la zona donde se llevaría acabo el espectáculo. Desde que llegó el equipo de la capital a montar el escenario en plena playa, Tecolutla se había convertido en un nido de turistas, bastaba darle un vistazo a las calles para notar que algo grande se preparaba. Estaban repletas de gente interesada en los escaparates y buscando desesperados sitio dónde alojarse. Casi me sentí como un extranjero en mi propia tierra al no reconocer los caminos que otros contemplaban con aire novedoso, recordándome sin proponérselo la magia que guardaban, esa que la cotidianidad había ocultado.
Los guardias de seguridad que me conocían de sobra no me hicieron preguntas cuando crucé la línea que habían delimitado para mantener alejados a las personas que a medida que se acercaba la fecha se arremolinaban deseosos de alguna fotografía. Los cercos cada vez eran más estrictos y la libertad de Isabel se reducían de Bahía Azul a la posada donde también le aguardaba más seguridad. En mi avance saludé a un par de personas, que en las últimas semanas habían dejado de ser extraños, me respondieron con efusividad pese al cansancio. Sonreí sin creerme que estuviera en el núcleo de ese misterioso mundo, rodeado de aparatos y del ejército que los hacía funcionar. Había aprendido en unos días lo que me había resistido a escuchar con Susana por años.
Y en el centro de ese ambicioso juego se hallaba Isabel.
Con el cabello recogido en un moño alto y ropa deportiva dominando un escenario sin testigos, intentando hallar un error que corregir. Una sonrisa tonta me acompañó durante los minutos que la aprecié luchando con su propia autoexigencia, negué sin perder mi alegría porque esa imagen siempre lograba hacerme sentir como la primera vez. No importaba cuántas veces Isabel repitiera la misma canción, lograba inyectar una pizca única en cada uno de sus intentos. Aunque siendo honesto, al verme admirándola mientras volvía se hacía la coleta tuve que reconocer que, para mí, Isabel existiendo ya resultaba un hecho fascinante.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...