—¿Cómo lo harás?
—Es justo lo que estaba preguntándome —revelé pensativa revisando la lista.
Susana soltó una carcajada como si le hubiera contado un chiste, no tuve el valor de decirle que hablaba en serio. Es decir, tenía una idea general, nunca me detenía a pensar a detalles porque mantenía la creencia que sobreanalizar nos roba muchas oportunidades. Es natural perder algunas, pero el miedo es adictivo, primero te devora un sueño y cuando te das cuenta ya ha terminado con la alacena. Te pasas la vida entera preguntándote qué tanto te quitó.
—Les daré un tarjetón a todos los que se presenten, con la fecha que les corresponda. Los calificaré y, después de una semana, llamaré a los que más me gusten —hablé en voz alta ordenado mi idea.
—Suena bien —me felicitó Susana creyendo era una afirmación. Eso bastó.
—Lo difícil será elegirlos —admití pasando la hoja—. No me creo capaz de decirles que no. Posiblemente utilicé la típica estrategia de "le llamaremos". Es una respuesta mucho menos dura, aunque igual de decepcionante.
—Puedes tirarlo a la suerte —propuso Susana.
—No. El objetivo de las audiciones es seleccionar a alguien en especial. Todos pueden entrar, pero debe haber una razón para estar dentro —le expliqué paciente. La suerte no debe meter mano. Susana me sonrió al entender lo importante que era para mí.
Esa fue la manera en que me brindaron la primera oportunidad. Mi historia cambió gracias a ese concurso. Su decisión me ayudó a creer en quien era. Por una vez la gente pensó que había algo especial en mí. Al fin sentí que servía para algo.
—Por cierto, gracias por darme una mano con los tarjetones —recordé el detalle, levantándolos, me había ahorrado mucho drama al tener que ir a buscarlos.
—En realidad, fue mi madre —me explicó divertida. Asustada alcé la mira, pero Susana permaneció tranquila, más concentrada en acomodar una silla. De solo imaginar a Marisela haciéndome el favor quise morirme. Seguro pensó que la novia de su hijo era una maldita inútil—. Debe ser muy difícil no poder salir ni a comprar un lápiz, ¿no? —me despertó su hija con una sonrisa antes de suspirar dramáticamente—. El precio de ser una celebridad.
—No, no. En realidad, yo compro todas mis cosas. El lío es que la dueña de la papelería es mi madre —le conté sin ánimos, torciendo los labios—. No mantengo una relación amistosa con mi familia, la única persona que no me odia es mi abuela.
—Y Manuel —me recordó.
—Sí, Manuel, él es... —Mordí mi lengua sin encontrar la palabra. No hallé una definición—. Técnicamente mi tío. Compartimos sangre, pero no lo conozco más allá de lo que Lucas me cuenta. Él lo adora con locura.
—Yo también le quiero —reveló.
—Eso me reafirma que es un buen tipo. Tampoco tenía dudas —aclaré. Al conocer su historia era imposible no sentir admiración por ese hombre—. No sé... Creo que sería raro intentar convivir a estas alturas del partido. Dudo llegáramos a entendernos.
ESTÁS LEYENDO
El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...