La primera vez que visité su departamento no tuve la oportunidad de comprobar lo silencioso que podía llegar a ser. Desde la sala escuché a la perfección el choque de las cucharas, el agua hirviendo y los pasos veloces de Isabel. Le di un vistazo, estaba demasiado concentrada para prestarme atención, quise ayudarla, pero apenas me puse de pie se giró para frenarme. Eso sería romper la promesa que me obligó a hacerle de no moverme ni siquiera el edificio estuviera en llama.
—Lucas, cuando te dije que podías venir siempre que quisieras, incluía llamarme antes —dictó en voz alta para que pudiera oírla a unos metros.
—Lo siento, yo...
—Estoy hecha un desastre —me interrumpió acercándose con algo en mano. Yo no usaría esa palabras para describirla. Se veía guapa al natural con su cabello atado en un moño, la cara lavada deslumbrando su piel tostada y una pijama de pantalón holgado oscuro. Debía estar a punto de irse a la cama, eso sí me pesaba—. Toma esto, es bueno para los nervios —dijo tendiéndome con cuidado una taza de té que acababa de preparar. No creí que funcionaría, pero lo acepté por ser de ella—. Crisalda siempre me prepara unos antes de dormir para combatir el insomnio o el estrés, incluso en semanas cuando no trabajo —me contó, sonriendo orgullosa cuando le di un primer sorbo. Parecía un gran paso no lo arrojaran por la ventana—. Aunque ella varía uno por noche, dice que así mi cuerpo no se acostumbra.
—¿Tienes problemas para dormir? —curioseé porque no creía fuera normal que necesitara de ayuda para conciliar el sueño con frecuencia.
—Señor, la de las preguntas aquí soy yo —cambió de tema divertida clavando su dedo en mi pecho. Imité su sonrisa sin proponérmelo. No sabía si culpar al calor de la bebida o la calidez de su compañía de comenzar a sentirme menos agobiado—. ¿Un mal día de trabajo?
—No diría que fue un mal día —intenté mejorarlo, pero ella entrecerró sus ojos negros sin creerme una palabra—. Tampoco bueno —admití.
Al menos con ella sería completamente honesto. No perdía nada, Isabel conocía tanto de mí que mis facetas no le resultarían una sorpresa.
—¿Quieres contarme qué sucedió? —preguntó despacio.
—Solo discutí con mi jefe. Quiere que renuncie, tenemos eso en común —susurré para mí—, pero no puedo hacerlo. Aún no.
Isabel me escuchó atenta, deseosa de los detalles, pero al no hallarlos de mi boca dio por hecho el final.
—Ya entiendo... Le diste un puñetazo y te despidió —concluyó tomando el camino más arriesgado. Reí por su idea, tan descabellada como todas las que imaginaba, antes de negar de buen humor—. Bien, Lucas, las confrontaciones no son buenas, traen muchos problemas —me felicitó palpando mi brazo—, pero yo soy el peor ejemplo, hasta podría ir en tu lugar. ¿Te imaginas? Así como me ves, delgada y todo, tengo fuerza —comentó mostrándome su puño. Lo tomé entre mi mano para bajarlo poco a poco.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...