Definitivamente no quería verlo.
Cuando Isabel volvió de la recámara traía consigo una de esas computadores portátiles que parecían una alucinación de los últimos años, perfectas para cargar a todos lados y lo suficientemente potentes para contener todo lo que desearas. Pude maravillarme por los avances tecnológicos si no hubiera estado más ocupado observando la manera en que sus hombros se tensaron al colocarla sobre la mesita del centro.
Le dio un golpe al sofá para invitarme a sentarme a su lado, con una expresión nerviosa que se transformó en una risa cuando al encenderla dejó a la luz una imagen de un gato sacando la lengua.
—Toda una profesional —opinó en voz alta.
Compartimos una mirada divertida, de esas que me motivaban a quedarme, pero que murió casi al instante al verla hurgar entre sus archivos. Comprendí sin palabras, siendo testigo de sus movimientos y nerviosos monosílabos que lo que estaba por mostrarme no formaría de mis recuerdos favoritos.
Ahora, con la cabeza fría, admito que imaginé peores escenarios, aunque en aquel instante la carencia de una emoción positiva complicó sentirme aliviado. No me produjo orgullo dejarme dominar por un sentimiento irracional, pero aun así fue imposible eliminar mis inseguridades de golpe. El mundo tiene muchas preguntas que nunca te interesas por responder hasta que la vida te obliga a darles una contestación. En ese momento me repetí que todo lo que veían mis ojos era un montaje, cuestión de madurez separar la profesión y personal, solo necesitaba un poco de tiempo para procesarlo. «Quizás, sería más sencillo si no tuvieran tanta química en pantalla», me justifiqué.
Me fue complicado asimilar la imagen de la dulce chica que se robó mi corazón siendo adolescente, la misma que me tentaba a volver a entregárselo a voluntad, con la sensualidad arrasadora de la artista. Al final la misma persona, la prueba fueron algunas sonrisas que eran su sello personal perdidas entre una decena de secuencias que parecían interpretadas por un ser con el compartía solo el cuerpo. Pese al cambio parcial de color en algunos mechones de cabello que ahora se tildaban plateados, reconocí su espalda, aunque me fue imposible apreciar los lunares que escalaban por su cuello, esos que la noche anterior me había perdido besando. Sin necesidad de quitarse una sola prenda, seduciéndolo al oído, con sus brillantes miradas y roces, a un desconocido al que me fue imposible hallarle un nombre. Ojalá no lo conociera nunca.
—Entonces... —comenzó Isabel ante el profundo silencio cuando acabó de reproducirse el vídeo. Acaricié incómodo mi cuello buscando alguna palabra, congruente e inteligente, mientras sus ojos negros me analizaban.
—La canción es pegajosa —fue lo único que atiné a comentar con sinceridad.
—Gracias, eso espero —mencionó con una sonrisa tímida—. Se invirtió mucho dinero que debemos recuperar, pero esas cosas nunca se saben. Hay un poco de suerte en todos los éxitos —admitió encogiéndose de hombros. Sí, tenía razón, pese el trabajo duro era el centro, no podía pasarse por alto que la buena estrella servía de gran ayuda—. Y... Y sobre el vídeo... —retomó cuidadosa el tema para que no escapáramos—. Yo quería saber si puedes con él.
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El chico que no olvidé
RomanceSECUELA DE LA CHICA DE LA BICICLETA. Lucas amaba a Isabel. Al menos eso creía hasta la noche que cambió sus vidas. Ahora, varios años después de ese intenso romance que los marcó, sus caminos han tomado rumbo distintos. Él laborando como contador en...