Capítulo 8 + Aviso importante

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—¿Lo encontraste, Jimena?

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—¿Lo encontraste, Jimena?

Escuché una voz a lo lejos mientras la chica me guiaba por el estrecho pasillo. Era incómodo por el reducido espacio, pero como punto a su favor olía a jabón. Nada de coloridos cuadros, ni ostentosas decoraciones, solo una puerta que daba a la solitaria recepción. Detrás del mostrador había una mujer que debía rondar los cincuenta años, regordeta, de sonrisa amplia y ojos pequeños, tenía el cabello lleno de rizos que le llegaban hasta el hombro. Incluso con una expresión seria, por las líneas cerca de su boca, daba la impresión que acostumbrarse reírse. Fue una suerte encontrar una cara amable.

—Es él —contestó la muchacha señalándome discretamente con la cabeza.

—¿Es una broma? —le reclamó frunciendo sus cejas negras. La chica negó sin una pizca de gracia—. ¿Tú eres Lucas Morales? —me cuestionó sin fiarse de su versión.

Empecé a hacerme la misma pregunta.

—Mucho gusto, señora...

—Hilda.

—Hilda —repetí ofreciéndole mi mano. La mujer la aceptó dudosa.

No sabía si era una costumbre mirar a los extranjeros como si fueran extraterrestres o era una nueva moda que iniciaría conmigo.

—Cuando Ernesto nos dijo que vendría a quedarse el hombre de contabilidad imaginé que se refería al viejo Gerardo.

—Oh, él renunció hace tres años —le comenté entendiendo su desconcierto. Hilda torció la boca, como si no encontrara qué decir.

—¿Así que tú eres el que vas a quedarte aquí? —insistió desconfiada.

—Tengo una identificación por si la necesita —respondí para que se quedara más tranquila. Entendía su confusión, me había aparecido de la nada exigiendo un lugar que tenían reservado para otra imagen. Ella me frenó de inmediato.

—No, no... No eres tú, es que Ernesto no me... —balbuceó, luego se enderezó recuperando su seguridad—. Lo que quiero decir... Ya hacía falta en este edificio un verdadero hombre —dijo animada golpeando el mostrador.

—¡Tía! —se escandalizó Jimena rodeando la mesa para ordenar el papeleo. Yo carraspeé incómodo.

—¿Qué? Estaba perdiendo la fe en la humanidad rodeada de parejas de más de sesenta años, el viudo del tercer piso y el bueno para nada del quinto —describió tan rápido que no pude memorizar ningún dato.

—Tía, deja de hablar así frente a él —habló entre dientes.

—Oh, vamos, ¿te ofendes, hijo? No lo digo para incomodarte. Hace mucho que perdí ese tren —se defendió de su sobrina que me dedicó una sonrisa apenada—, podría ser su madre. Además, soñar es gratis. Si hubieras venido hace treinta años aquí las cosas serían distintas, claro que lo serían.

El chico que no olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora