Capítulo 18:

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ARLETTE:

Los hombres de Constantino no son capaces de ocultar el odio que sienten hacia mí. Cada uno de ellos se ha convertido en una barata y triste copia de Vicenzo. Ruedan los ojos en mi dirección una vez termino de pasar junto a ellos y piensan que sus gestos están fuera de mi alcance. En mi presencia sus mandíbulas están ininterrumpidamente apretadas porque no han dejado atrás el hecho de que una mujer esté por encima de su jefe, lo que en mi opinión los releva de sus posiciones como mercenarios y los convierte cobardes. Niños que buscan refugiarse en la falda de mamá, aterrorizados de la manera en la que el mundo a su alrededor está cambiando porque no saben qué hacer con ello.

Como prueba de esto, el sujeto larguirucho que lleva años encendiendo habanos para Constantino y sus invitados se tensa con molestia cuando le tiendo mi copa vacía para que la rellene con champagne. Él obedece rápidamente ante un gruñido de aliento de Luc, lo cual finalmente trae una sonrisa cansada a mi rostro. Su única opción, la de todos, es soportarme.

La mía también es soportarlos.

Soportar desperdiciar mi tiempo con ellos cuando debería estar haciendo algo mucho más importante en algún otro lugar, atrapada en el restaurante de los Ambrosetti, el cual sigue llevando su nombre por piedad, hasta que mi trabajo esté hecho. A diferencia de lo que todos piensan, incluyendo a Marcelo, no disfruto humillándolos, pero una deuda es una deuda. Si lo dejo pasar, eso me hará parecer débil. No puedo ser débil. No aún más de lo que ya parezco tras haber dejado vivir a los Morello después de que intentaron matarme, en especial cuando pudieron haberlo logrado. Un capo no puede permitirse tener debilidades.

Una mujer en mi posición no puede si quiera aspirar a ello.

Cualquier signo de flaqueo, mis enemigos lo explotarán hasta hacerme trizas a través de ello. Por mucho que aprecie a Aria, que sienta simpatía por Penélope, que la porción de mi anatomía que la bala de los Morello no atravesó sienta gratitud hacia el nefasto de Vicenzo Ambrosetti, que sospeche que en el fondo Constantino no puede ser tan malo como parece, ya nada es como antes. Ya ni siquiera sé dónde termino yo y empiezan las responsabilidades. El llamado de la sangre. El hambre de poder.

Cuando el hombre del champagne, antes el hombre de los habanos, se marcha del que solía ser el despacho de Vicenzo, Luc se sienta frente a mí. Después de Gavin, es la persona con la que más hablo últimamente. Refiriéndome a hablar como ordenar.

—Eres una especie de experta en esto, ¿no es así? —pregunta mientras señala la pila de libros de contabilidad frente a mí.

Al igual que papá, Constantino lo mantiene todo a mano.

—Sí. —Aunque son un desastre, la última persona que los tocó claramente no tenía ni idea de lo que hacía, con un poco de esfuerzo logro entender la lógica casi infantil en ellos—. Cuando era niña mi pasatiempo favorito era observar a papá trabajando. La mitad de lo que sé sobre negocios proviene de él.

Aunque después de que encontró a personas en las que confiar el trabajo sucio Carlo Cavalli prácticamente dejó de hacer esto, dedicándose solamente a sus tratos grandes, estar rodeada de papel, tinta y números se convirtió en mi actividad favorita. En una distracción, ahora me doy cuenta, que pasó a ser una secreta obsesión, pues estando alrededor de libros de contaduría era el único momento en el que no fingía.

En el que no escondía lo lista que era.

Luc alza las cejas.

—¿Y la otra mitad?

Me encojo de hombros.

—Mis dos abuelos eran brillantes. La genética, supongo.

Sonrío cuando la puerta se abre abruptamente y Constantino se desliza dentro y se desploma boca abajo sobre el sofá como si este sitio aún le perteneciera. Está borracho, lo que no me sorprende, pues lo ha estado incontables veces desde que empecé a cobrar la deuda que tiene con mi familia. Lo que sí me impresiona es que Vicenzo esté detrás de él cuando tan solo hace unos días recibió un disparo que casi lo mata.

Cavalli © (Mafia Cavalli ll)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora