Capítulo 26:

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San Marcos, Texas.

Veintitrés años después.

VICENZO:

Como cada maldito día desde hace tres años, la alarma del reloj me despierta a las seis en punto de la mañana. Estampo mi puño contra el aparato metálico antes de cubrirme los ojos con el antebrazo y darme la vuelta. Antes solía regodearme del hecho de no necesitar abastecerme de ocho horas de sueño para funcionar, pero ahora el tiempo que paso en cama es insuficiente.

Dos o tres horas por noche no es suficiente.

─Vicenzo ─me llama mamá desde la puerta─. Despierta, príncipe.

Ella no quiere levantarme, le parte el corazón tener que hacerlo sabiendo que mi cansancio es justificado, por lo que no me comporto como una mierda desconsiderada y me incorporo. Deposito un perezoso beso sobre su cabeza cuando paso junto a ella para recorrer el estrecho pasillo de nuestra pequeña casa alquilada en dirección al baño. Pen se despierta a las seis y media para alistarse, así que debo usarlo primero si quiero llegar a tiempo a clase. No quiero que haga más sacrificios de los que ya ha hecho por mi culpa, otro habría escogido quedarse en Chicago, soportando a su psicópata ex novia como jefa, así que no le he pedido que altere su vieja rutina, una de las pocas cosas que le queda de nuestra antigua vida, por mí, pero he estado tentado.

En la ducha me concentro en la manera en la que el agua, negra como el carbón, escurre desde mi cabeza hasta el desagüe. Doy por finalizado mi baño cuando esta se vuelve cristalina. Debido a las marcas en mi pecho, trato en lo posible de no mirarme en el espejo mientras lavo mis dientes. De regreso a mi habitación, tomo un sencillo par de vaqueros y una camiseta negra con las mangas arremangadas hacia arriba del armario. Botas militares. Estamos en el sur, así que eso más el hecho de que estamos escondiéndonos me sirve de excusa para usar un sombrero de vaquero. Tomo mi mochila de cuero antes de salir definitivamente de mi habitación, la cual no veré de nuevo hasta la madrugada.

Si acaso lo hago.

─Buenos días, Pen ─susurro con la nariz enterrada en su cabeza con aroma a pastel cuando se atraviesa en mi camino, su mano cubriendo sus ojos mientras los rasca, sus mejillas sonrojadas.

Al igual que me sucedió a mí, su apariencia ha cambiado bastante en estos últimos años. Su cabello ya no es negro, como solía, sino lila, el único color con el que accedió a teñirse cuando escapamos de la primera ciudad en la que nos establecimos, y tan largo que se curva en su espalda baja. Continua siendo regordeta, pero las curvas predominan en su contextura de una manera que atrae a los imbéciles con los que estudia. A pesar de que el clima aquí es más caluroso que en Chicago, su piel continua siendo clara y suave como la de un bebé. El hecho de que su cabello sea lo más llamativo que posee debido a su color no quita que sus ojos continúen siendo hermosamente grises. Mi pequeña hermanita se ha convertido en una ninfa, en un hada de fantasía, por lo que llama la atención en cada lugar al que vamos, pero no se parece en nada a su versión de Chicago, por lo que estoy bien con ello.

Mientras más nos distanciemos de las personas que éramos, más seguros nos encontraremos. Nunca pensé que terminaría viviendo en una ciudad con menos de cien mil habitantes, en la que la mitad de ellos son estudiantes universitarios, pero estoy bastante seguro de que este es uno de los últimos lugares en el que los enemigos de papá buscarían. No se encuentra tan lejos de Chicago, son veinte horas seguidas en auto de aquí a allá, pero tampoco lo suficientemente cerca. Continuar con mis estudios probablemente es algo que han descartado para mí, por lo que debieron haber tachado las universidades de todos los sitios por buscar.

Pero sé que eventualmente nos encontrarán.

Otra vez.

─Buenos días. ─Penélope me sonríe ampliamente, su expresión igual de esperanzada en lo que a mí respecta. Aunque para los demás siempre haya sido un imbécil, un monstruo, un asesino con malos modales a la hora de comer, para ella soy un héroe. Eso es algo que me esforzaré por mantener siempre. No hay nada que no haría por ella. Mis labios se curvan hacia abajo al identificar su pijama como una de las viejas camisas de papá. De los tres, Penélope es la que aún llora todas las noches por él. Eran más cercanos que él y yo en el aspecto emocional. Mis complicaciones con su muerte están más relacionadas con hecho de que murió entre mis brazos, a que no pude hacer nada por evitarlo, y con quién fue el responsable. El verdadero causante─. Espero que te vaya bien. Te dejaré algo en el refrigerador para cuando regreses.

Cavalli © (Mafia Cavalli ll)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora