Bienvenida a la familia Lowen

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Esa misma noche decidí hacer algo por Judy y por mí, y fuimos a comprar unos tacos que yo mismo recomiendo por ser tan deliciosos. Pequeños y llenos de calorías, pero los mejores del vecindario. Fuimos a mi habitación, y sentados sobre la cama empezamos a degustar mientras conversamos de temas diferentes sin sentido.

—¡Por dios, estan súper sabrosos! —dijo Judy.

Ella se comportaba como si fuera la primera vez que degustaba alguna comida tan deliciosa. Por cada mordida, ella cruzaba sus piernas y se dejaba caer contra la cama mientras masticaba y sonría.

—¡Es lo mejor que he probado en años! —dijo ella.

—¿Hablas enserio? No puedo creer que nunca hayas probado los tacos —Tan simple como probar tu comida favorita después de un largo día de labores, y lo único que te domina es un gran apetito y un sueño que solo Morfeo podía dominar.

—Cuando Roger iba de visita a la casa, solía hacer el desagradable intento de unos tacos —contó Judy—. La carne era dura y muy difícil de tragar. Y la corteza de taco no podía ser más horrible.

—Bueno, pues estos son los auténticos tacos. En ningún lugar encontrarás algo igual —contesté, sonriendo. Me gustaba la conveniencia tranquila, algo que no habíamos tenido desde que ella llegó aquí. Aprovechando el silencio que había en la habitación, se me ocurrió hablar sobre el tema de las relaciones amorosas. Tener una relación sentimental con Judy puede que no sea lo mejor que podía hacer, pero ella esperaba una respuesta sobre lo que realmente opinaba sobre eso, no sabía cómo decirle que una relación como la nuestra sería compleja por no decir imposible. Mirándola y con voz temblorosa dije:

—Mmm Oye, Rose.

—¿Sí? —dijo ella, mirándome mientras comía.

—Quisiera hablar contigo sobre un tema pendiente que tenemos.

Papá interrumpió la plática gritando nuestros nombres por las escaleras, perdiendo mi oportunidad de ser directo con Judy. Ambos nos pusimos nuestras pantuflas y bajamos. Quién podía ser a esas horas de la noche. Hablamos de quién se podía tratar. Dimos vuelta con dirección a la sala de la casa y ví dos caras familiares que me trajeron crudos recuerdos de mi infancia.

—Markus, saluda a tus abuelos —dijo mi madre.

¡Esas caras, esa manera de mirarme! Ver a los abuelos fue como sentir que los tacos se me regresaban por la garganta.
Me acerqué lentamente para hacer lo que mamá me había pedido.

—Sí, desde luego que sí —contesté. Recordé los días naranjas que pasé en casa de mis abuelos. Esos días no fueron agradables si cuentas que eras un niño de seis años, rodeado de viejas macetas y cuadros antiguos llenos de polvo. Me quedé en shock al ver a mis abuelos después de tantos años. Mi abuela. Marie; era una señora de cabello corto color plateado con un extraña adicción al tabaco. Y mi abuelo, Lucas. Era un señor con algo de sobrepeso con un gran problema de calvicie y bigote canoso con barba a medio rasurar.

—No te quedes allí parado, niño. Saluda a este viejo  —dijo mi abuelo.

—Ah... Sí, claro —contesté.

—Donde están tus modales, jovencito. Primero las damas, aprende algo de modales y ven a saludar —dijo mi abuela mientras fumaba un cigarrillo.

Me acerqué a ella y la saludé de beso en la mejilla. Fué lo más incómodo que pude haber hecho, ya que ella desprendía un gran aroma a tabaco, lo hubiera soportado sin tan solo no hubiera exhalado humo en mi cara.

—Veo que sigues siendo el mismo de siempre, jovencito. Solo te ha crecido el pelo, ¡Qué gran cambio has dado! —dijo mi abuela.

—Bueno, podría decir lo mismo de usted —dije, tosiendo—. Veo con tristeza que sigue fumando bastante.

Media noche 🌃 Mi DilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora