Capítulo 6

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Agoney lleva su mano al bolsillo del pantalón para sacar las llaves y meterlas a la cerradura. Le cuesta más de lo habitual, porque tiene a su espalda un desesperado Raoul que le sujeta por las caderas y le besa el cuello con insistencia, haciendo que cada movimiento suponga un sobreesfuerzo de concentración.

La puerta de metal se abre con un chirrido para darle la bienvenida al local que tiene alquilado desde hace dos años.

Bueno, alquilado por decir algo, porque la realidad es que se trata de la antigua peluquería de su abuela.

Cuando la mujer se jubiló, la iba a vender, pero le daba muchísima pena deshacerse de un lugar que había significado tanto para ella. Y los padres de Agoney se dieron cuenta de que era más cómodo mantener el poco gasto que requería que encontrar un comprador que supieran que le iba a dar buen uso.

Por eso lo mantuvieron como trastero durante varios años, utilizándolo también para hacer algunas cenas familiares, cumpleaños o alguna fiesta de sus hijos cuando comenzaron a crecer.

Pero, cuando lo de la banda se convirtió en algo serio, en un proyecto de trabajo y de futuro, sus padres pactaron con Agoney que podía quedárselo con la única condición de encargarse él del mantenimiento del local. Limpieza cada poco tiempo, alguna reparación que fuese necesaria y poco más.

El día del primer ensayo, Agoney lo recuerda como uno de los más felices de su vida. Si se esfuerza, puede revivir el momento en el que levantó la persiana para recibir a sus compañeros, las sonrisas que Miriam y Juan Antonio le regalaron, los ojos brillantes de Alfred y los grititos incontrolables y emocionados de Nerea al verlo.

Era un local pequeño, lo justo para que cupieran sus instrumentos, una mesa de despacho (que pensaron que podría ser de utilidad si en algún momento querían reunirse con alguien importante) y un algo de espacio para poder montar sus sesiones de composición allí mismo. Pero poco más.

Durante algún tiempo se convirtió en su local de ensayo imprescindible, pero poco después comenzaron a rodar por sitios más grandes que podían utilizar por muy poco dinero y en los que cabían mejor. Cada vez iban menos, así que Agoney decidió convertirlo en su santuario, en el sitio al que retirarse para componer, para pensar o para desahogarse cuando en su casa no podía encontrar la calma que necesitaba.

Por eso no acostumbra a llevar a nadie allí, porque siente que, de alguna forma, es hacerles entrar en su intimidad de la manera más repentina, de golpe, sin avisar.

Y todos estos pensamientos rondan su mente mientras entra en la pequeña habitación seguido de Raoul, que se aferra a él y le muerde el cuello sin ningún cuidado, probablemente dejándole marca y consiguiendo que escape una pequeña carcajada de su boca.

—Calma, lobito, guarda los dientes, que tenemos toda la noche por delante.

Toda. La. Noche.

Las palabras resuenan en su cerebro y un escalofrío recorre la espalda de Raoul de arriba abajo ante la promesa que brota de los labios de Agoney.

Le habla con la voz oscura, teñida de excitación. Su estómago tiembla por la anticipación y nota que las rodillas van a fallar, pero antes de que puedan hacerlo, el moreno le sujeta por los hombros, cierra la puerta de un puntapié y le pega contra la pared, dejándose caer sobre él, rozando sus erecciones hambrientas y tremendamente excitadas, listas para pasar a la acción.

Raoul se lanza contra su boca, porque ya no puede pasar más tiempo sin besar los labios de Agoney. Mucho menos cuando el canario sujeta su nuca con firmeza y le obliga a quedarse quieto, saqueando su boca sin previo aviso, peleando contra su lengua y dándole un beso que es más saliva que labios. Un beso desesperado, necesitado y ansioso, que ambos saben que va a terminar de la mejor manera posible.

¿Te Atreves? |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora