Capítulo 10

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Un sonido fuerte de despertador provoca que Raoul abra los ojos de golpe.

Se siente desorientado al no reconocer el lugar en el que está y busca a su alrededor con preocupación e incluso con algo de miedo.

Pero, poco a poco, la consciencia va ganando al subconsciente y lo recuerda todo.

Las caricias de Agoney sobre su estómago la noche anterior, subiendo y bajando calmadas, llenando su pecho de un sentimiento inmenso de felicidad, los besos discretos en su cuello intentando no despertarle, sólo por el mero hecho de disfrutar del tacto de su piel suave contra los labios, la respiración pausada junto a la suya, haciéndole sentir en una burbuja similar al paraíso.

Reconoce los brazos morenos del canario que le abrazan suavemente. Reconoce el aliento cálido en su nuca y los pies enredados con los suyos bajo las sábanas. Reconoce su olor y reconoce la sensación de su corazón ensanchándose para latir con más fuerza.

Alegre, emocionado y tremendamente feliz.

Sonríe sin poder evitarlo y cierra los ojos de nuevo para asimilarlo todo, porque no se puede creer que, al fin, haya pasado. Pero es cierto.

Agoney le ha dejado dormir a su lado después de tanto tiempo. Ha accedido a compartir esa parte de él que lleva prohibiéndole desde el principio. Y se siente poderoso, invencible, porque ha sido capaz de romper una barrera imaginaria.

No puede creer que lo que está viviendo sea real.

Todavía no ha podido quitar la sonrisa tonta de su rostro, porque, cuanto más lo piensa, más feliz se siente.

Va a ser un gran día. Cuando Agoney despierte, va a darle un beso dulce en los labios, va a susurrarle un "gracias" al oído y saldrá de esa cama para no incomodarle. Sabe que es un gran paso para él y no quiere avanzar demasiado rápido y asustarle.

Por eso no mueve ni un músculo. Se queda quieto disfrutando de la sensación hasta que note el movimiento del canario a su espalda.

En ese mismo momento, en una cama diferente, un somnoliento Alfred estira la mano para apagar el despertador y volver a sumir el cuarto en un silencio agradable.

Raoul suspira, sonríe radiante y vuelve a cerrar los ojos, confiando en que todavía les quede algún minuto más para levantarse. No tanto por dormirse de nuevo, sino por seguir disfrutando del tacto de los brazos de Agoney a su alrededor.

Pero la voz vivaracha de Nerea acaba con su despertar perfecto.

—¡¡¡Buenos días!!! ¡¡¡¡Hoy hay ensayo!!!!

Y la habitación se convierte en el caos.

Alfred se levanta de golpe, salta de la cama y se lleva las manos a la cabeza, Juan Antonio comienza a pasear arriba y abajo, nervioso. Ricky se sienta sobre el colchón y dice que está demasiado mayor para dormir en una habitación de campamento. Mireya se da la vuelta, tapándose la cara con la sábana.

—Por favor, ¡que alguien le baje el volumen! —pide.

—¿A quién? —pregunta Miriam, restregándose los ojos.

—¡A la vida! —completa la andaluza, antes de refunfuñar y removerse bajo la sábana para mirar a la pared. Como si así consiguiera que el mundo desapareciera y no tener que levantarse.

Raoul ríe, divertido por la imagen. Son un cuadro. Corriendo en pijama por una habitación de hostal barata de Madrid, nerviosos, acelerados y llenos de emociones. Pero les está cogiendo cariño. Aunque, en el fondo, no sabe si es que les está cogiendo cariño o que la felicidad de su pecho supera todo lo demás.

¿Te Atreves? |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora