Capítulo 5

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La noche del concierto va a ser la mejor en la vida de Alfred. O, al menos, eso piensa él mientras camina por la calle de vuelta al local.

El público no tardará en empezar a hacer cola y todo tiene que estar listo para cuando ese momento llegue. Por eso, ha dejado a los demás en el bar, terminando de comerse el postre, mientras él ha querido adelantarse.

Primero, porque tiene el estómago cerrado por los nervios, y segundo, porque necesita comprobar que todo está bien, que todo sigue en orden, que los instrumentos continúan en su sitio, que nadie ha cambiado la conexión de las luces...

Además, necesita empezar a calentar la voz para asegurarse de no hacerse daño.

Y, aunque no lo reconocerá nunca (ni siquiera a sí mismo), también camina con rapidez, porque necesita comprobar que lo que ha insinuado Miriam hace una hora y algo no es real.

Que el hecho de que Agoney y su mejor amigo hayan decidido quedarse a solas en el bar sólo responde al afán del canario por proteger sus instrumentos y la necesidad de Raoul de comprobar que todo va según lo previsto. Porque cualquier otra posibilidad se le hace insoportable.

Sabe que es imposible. Que Raoul no se dejaría embaucar por alguien como Agoney y que Agoney ni siquiera perdería el tiempo en alguien como Raoul. Tiene a todos los tíos que quiera a su disposición, más altos, más rubios, con los ojos más bonitos. ¿Por qué hacerlo con un chaval tan diferente a él y que le va a llevar siempre la contraria?

Son completamente distintos, incapaces de entenderse, con los cinco sentidos preparados para saltar a la mínima que el otro les toque los cojones.

Pero, en el fondo, hay algo que le dice que Raoul lleva mintiéndole desde el primer día y no quiere que eso sea real. Por eso, cuando abre la puerta de entrada y la segunda acristalada le muestra el interior del local, no se lo puede creer.

Porque allí están los dos, sentados en el suelo, con la espalda apoyada contra la barra y completamente desnudos, inspirando y espirando lento y profundo, seguramente intentando recuperar su ritmo original después de haber tenido la respiración agitada durante un largo rato.

Desde la posición en la que está, no es capaz de fijarse en más detalles, pero sabe perfectamente lo que acaba de suceder y también sabe de sobra lo que significa.

Siente una piedra pesada caer en su estómago que le deja sin respiración por un momento y sus ojos se empañan nublándole la vista cuando la cortina de lágrimas llueve desde sus ojos surcando sus mejillas hasta llegar al suelo.

Se gira con velocidad, porque no puede seguir viéndolo, abre la puerta para volver a sentir el frío de la calle azotar su piel y sale corriendo en dirección contraria, de vuelta al bar en el que ha dejado al resto de la banda.

Se siente solo, engañado y traicionado por su mejor amigo, se siente un idiota por no haberlo visto venir y por haberse tragado las mentiras de Raoul y no haberse dado cuenta de que le estaba disfrazando la verdad todo el tiempo.

Pero, sobre todo, se siente vacío y con el corazón hecho pedazos, porque esos ojos de miel derretida y esa sonrisa de mejillas brillantes y ojos achinados ya no le miran a él. Ahora miran a otra persona.

Y eso, aunque sabe que no debería, le duele más que cualquier traición.

Sólo quiere confiar en que Raoul no se haya enamorado. Necesita tener una mínima llamita de esperanza que le diga que es sólo sexo, que no hay nada detrás de una necesidad primaria y que es pura atracción física.

Pero conoce a su mejor amigo y, aunque, seguramente, por parte de Agoney sea justo eso, está seguro de que para el catalán es algo mucho más fuerte.

¿Te Atreves? |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora