Más fuerte. Más duro. Mucho más profundo.
Una embestida más de las caderas de Raoul hacia arriba y Agoney se aferra a su pecho para no desmayarse por el placer. Deja caer la cabeza hacia atrás y gime alto en una nota musical de éxtasis extremo. Un sonido que llena la habitación y le deja sin respirar mientras el rubio sigue moviéndose con ganas en su interior.
No le deja descansar, no le deja relajarse, continúa embistiendo hasta provocar que Agoney se deje caer sobre él, derrotado.
Sienten el sudor resbalar por sus cuerpos. Agoney muerde el labio inferior de su chico y se dirige a su cuello, porque no puede ser que lleven tanto rato devorándose y que todavía no tenga ninguna marca de su pasión.
Lame, saborea, disfruta de la suavidad de su nuez bajo la lengua y escucha un gemido ahogado en sus oídos. Porque Raoul no puede resistirse cuando le besa el cuello. Cuando clava sus dientes para saciarse. Cuando le pilla concentrado en otra cosa y lo ataca con ansia.
Otra embestida que obliga a Agoney a separarse un poco, porque podría haberle hecho daño si hubiera estado mordiendo en ese momento. Joder. Es todo tan rápido, tan duro, tan intenso que pone los ojos en blanco y se da tres segundos de placer antes de recuperar la cordura para poder tomar el control.
Cuando lo logra, vuelve a incorporarse, apoya las manos a su espalda sobre los muslos de Raoul y cabalga con ansia para que la estimulación sea más intensa.
Saltando sobre su polla rápido, apretándose a su alrededor con cada movimiento que le regala, abriendo las piernas un poco más para dejar a la vista su miembro completamente endurecido que gotea sobre el estómago y que sabe que su chico está deseando devorar.
Raoul cierra los ojos porque no puede más, porque siente el orgasmo llamando a su puerta y no sabe cómo frenarlo. Aprieta los labios y ancla sus dedos a las caderas de Agoney para ayudarle a imprimir todavía más fuerza.
Más rápido. Más apasionado. Más, más, más. Muchísimo más.
Agoney gime alto cuando consigue el ángulo perfecto. Ese movimiento exacto que le hace perder la cabeza. Ese roce que le catapulta al séptimo cielo en medio segundo. Raoul clava sus uñas en las nalgas del chico y contiene un gemido que podría haber despertado a todo el vecindario.
Jadeos que llenan la habitación.
Agoney que pone los ojos en blanco y Raoul que deja ir una risa nerviosa que se ve rápidamente suplida por el grito que trataba de ocultar. Un grito que, sí, definitivamente ha despertado a todo el vecindario. Puede que incluso a toda la ciudad.
Un temblor del canario sobre él y sabe que ha llegado el momento.
Un escalofrío recorre su columna vertebral y una llamarada crece en su miembro y se expande por todo su cuerpo.
Un volcán en erupción, un terremoto de placer, un estallido en sus oídos y un suave pitido que acompaña a los ojos vidriosos de placer supremo.
Un gemido compartido que se alarga tanto como dura el orgasmo y Agoney se desploma sobre Raoul, agotado, cuando ha terminado de vaciarse en su pecho.
Joder. Otra vez igual.
Siempre le pasa lo mismo.
Cada vez que se acuerda de su novio, Raoul se pone cachondo.
La fantasía se desvanece poco a poco en su mente, deja de existir a su alrededor y la cama mullida de Agoney se transforma en la incómoda silla de su despacho. Los gemidos ahogados y los susurros con acento canario desaparecen, quedando en su lugar el sonido punzante y desagradable de los tacones de su compañera al caminar con prisa por la sala.
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¿Te Atreves? |Ragoney|
Fiksi PenggemarSólo era un juego. Un juego de seducción en el que los dos ganaban. Aunque, cuando quisieron darse cuenta, ambos estaban perdidos. Puto Alfred de los cojones.