Capítulo 17

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—¿Debería meter algo de invierno? —pregunta Raoul, sacando del armario un abrigo negro que utiliza solo en la época más helada del año.

—Lobito, estamos en agosto. —le responde Agoney sentado en una silla y observando toda la ropa desparramada a su alrededor.

—En Londres hace frío, ¿no?

—Sí, pero ya llevas tres chaquetas y una bufanda por si acaso. Como sigas así, vas a llenar la maleta de cosas que no vas a ponerte.

—Ago, son muchos días, prefiero que sobre que quedarme corto.

—Y, ¿es necesario llevarte ropa como si fueras a mudarte definitivamente? Solo te falta meter un bañador y ya tendrías suficiente ropa como para pasar allí todo el año.

—Ay, es verdad. Espera, que cojo el bañador.

—Sí, hombre, ¡y coge también el sombrero de copa! Que seguro que la Reina de Inglaterra nos recibe y tienes que estar presentable—se burla Agoney.

—¿Me estás llamando exagerado? —pregunta Raoul.

—No, en absoluto, Dios me libre. —ironiza el canario, exagerando su gesto —También puedes llevarte un disfraz de pirata, a ver si nos atacan cruzando el Támesis y tienes que batirte en duelo con Garfio.

—No te burles de mí, idiota. —Sonríe.

—No me burlaría, pero es que mira cómo tienes la habitación.

Raoul se queda callado y observa a su alrededor. La cama está llena de ropa: Camisetas, camisas, chaquetas, polos y pantalones la cubren, formando unas montañas graciosas que se deshacen, cayendo por los lados.

A los pies del armario hay un montón de zapatillas escampadas por el suelo. También algunos zapatos elegantes que Agoney no entiende por qué ha sacado. Una torre de calzoncillos sobre la mesa de estudio y un lío de calcetines que la rodean.

Y, en el centro de todo ese desastre, su novio, sonriendo de medio lado y conteniéndose para no soltar una carcajada.

Raoul camina hacia la cama sin soltar el abrigo negro y se desploma sobre ella desmontando la pila de ropa que tanto rato le ha costado construir. Se ríe, porque es consciente del absurdo y de lo exagerado que es cuando está nervioso.

Agoney le ve así, tan feliz y tiene que contenerse para no saltar sobre él y comérselo a besos.

Le encanta cuando es tan libre que le da igual todo. Cuando deja a un lado la rectitud y la exigencia y se limita a ser un chico joven que disfruta de esas pequeñas tonterías.

—Entonces, ¿ya la tienes acabada? —pregunta de nuevo.

Raoul respira hondo y le sonríe.

—Sí, tranquilo. Voy a por el cepillo de dientes y la cerramos entre los dos.

—No lo recojas todavía. Vamos a comer y así luego nos aseamos y lo guardas todo.

—A ver si vamos a llegar tarde al aeropuerto por no planearlo todo bien.

—Ya volvió el maniático del orden. ¡Qué poco me dura la felicidad! —bromea.

Raoul se levanta de la cama y camina hacia Agoney.

—Ahora me negarás que te encanta que sea tan cuadriculado.

—Lo que me encanta de verdad es sacarte del camino. —Ladea una sonrisa y acoge a Raoul entre sus brazos. El rubio enreda sus dedos en los rizos indomables de su novio y le replica.

—Cada vez te cuesta más conseguirlo.

—Eso es porque no me esfuerzo mucho. —Le pica a conciencia.

¿Te Atreves? |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora