—Entonces, ¿me lo vas a contar o qué?
Nerea pregunta ansiosa, incorporándose un poco sobre la cama de Agoney.
Espera atenta a que su amigo responda, porque el pasado jueves le prometió que le contaría todo sobre ese chico misterioso con el que había quedado a cenar.
Pero lleva casi una hora en su casa y el canario no suelta prenda.
No hace más que recordar el sábado por la noche y criticarlo todo: la ropa que tuvo que ponerse (porque le apretaba y no le dejaba moverse con libertad), la cena que les sirvieron (porque había tan poca cantidad que tuvo que comer muy despacio para no acabarse el plato en dos minutos), la gente que había en el restaurante (que le parecieron unos creídos, mirando por encima del hombro)...
Lo critica todo, absolutamente todo, menos al chico que le llevó hasta allí.
Nerea esperaba que hablara mal de él, porque, al fin y al cabo, fue su culpa que tuviera que ponerse esa ropa, que tuviera que irse a casa con el estómago casi vacío y que tuviera que pasar toda la noche fingiendo ser un estirado más.
Pero Agoney no dice nada sobre él. Nada. Ni bueno ni malo.
Como si hubiera ido a cenar solo. Como si su acompañante no existiera.
O como si quisiera desviar la conversación de él hablando de cualquier otra cosa.
Y es que eso es justo lo que está intentando, porque el canario no ha decidido si quiere hablarle de Raoul. No todavía. Lleva todo el fin de semana pensando cómo hacerlo y no ha conseguido llegar a ninguna conclusión.
Y no es que dude de su amiga, que crea que no le va a guardar el secreto ni nada por el estilo. Al contrario. A su chiquitina se lo cuenta absolutamente todo, porque es la única persona con la que se siente capaz de abrirse.
Pero, por alguna extraña razón, hablar de Raoul no le sale, porque no todavía no entiende qué es lo que le está pasando. No sabría explicar nada de lo que ha hecho desde que le conoce, porque ni siquiera él mismo era muy consciente de lo que estaba haciendo.
Lo siente como en una nebulosa, como si todo lo hubiera vivido en un sueño. Como si no hubiera sido él quien hubiera tomado las decisiones.
Y por ello está exagerando lo horrible que fue todo el sábado. Para que Nerea no le pregunte por su cita. O sea, no. Para que no le pregunte por su no-cita. Porque lo del sábado, definitivamente, no fue una cita, ¿no?
No tiene muy claro lo que fue, porque ni siquiera sabe qué es exactamente una cita. Nunca ha tenido una y por eso no tiene nada que tomar como referencia.
Para él, desde el principio, había sido un simple reto que cumplir. Un mero trámite para volver a tener el poder de decisión.
Pero, si se pone a pensar, fue muchísimo más.
La cena fue entretenida, divertida, más que amena. Se sentía como en casa. Y el hecho de que la noche terminara como terminó, no hace más que preocuparle. Asustarle, incluso. Porque, desde el sábado, siente que hay momentos en los que no se reconoce.
Por eso tiene miedo de contárselo a Nerea, porque implicaría poner en palabras lo que ronda por su cerebro desde el sábado. Significaría darle una dimensión real a los hechos y a unos sentimientos a los que no sabe cómo enfrentarse.
—No te voy a dar un nombre, chiquitina. —repite.
—Ago, me lo prometiste. Me dijiste que, si te ayudaba, me lo contarías todo sobre él. Y hasta ahora sólo he conseguido sonsacarte que es rubio y que te lo has tirado más de una vez... Y debe ser impresionante en la cama, porque eso lo has hecho con muy pocos.
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¿Te Atreves? |Ragoney|
FanficSólo era un juego. Un juego de seducción en el que los dos ganaban. Aunque, cuando quisieron darse cuenta, ambos estaban perdidos. Puto Alfred de los cojones.