Capítulo 7

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Para marthamanfy

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Alfred no para quieto desde hace horas.

Se atusa el pelo constantemente, se mira en el espejo, ve cómo los rizos se le despeinan y se enfada con el reflejo que le devuelve el cristal.

Las ojeras provocadas por la falta de sueño de la noche anterior no han desaparecido del todo, dejando una pequeña sombra bajo sus ojos pardos. Sus dedos juegan sin cesar con los de la mano contraria, arañando las yemas, estirando de la piel y sujetándose mutuamente cuando empiezan a temblar.

Y es que, desde que ha hablado con Raoul por teléfono antes de comer, no es capaz de estar calmado. Ha conseguido convencer a sus padres de que se fueran al cine para que le dejaran la casa sola durante esa tarde, porque es la única manera en la que puede conseguir su objetivo: va a decirle a Raoul todo lo que siente.

El día anterior iba a hacerlo, estuvo a punto, pero una llamada inoportuna de su padre fue la causante de que tuviera que alejarse de él, despedirse de sus primos y maldecirse internamente en mil idiomas por haber titubeado tanto, por haber rechazado el contacto de su amigo cuando intentaba rozarle, por haber tardado tanto en contárselo y hacer que ahora sea más difícil todavía.

Por eso, en cuanto se despidió de toda su familia, volvió corriendo al lugar en el que le había dejado decidido a hablar y a confesarlo todo. Sentía que no podía dejar pasar más tiempo, que tenía que quitarse el enorme peso que llevaba tanto tiempo cargando. Mucho más que eso. Sentía que necesitaba contarlo para poder seguir adelante.

Pero, al mirarle en la distancia y tratar de acercarse a él, había visto con sus propios ojos cómo su mejor amigo cogía de la mano a Agoney y lo arrastraba hacia la salida.

Su cerebro lo registró como si sucediera a cámara lenta, en blanco y negro desvaído, como si los colores se hubieran marchado. Como la escena más dramática de una película.

Lenta, dolorosa, mortal.

Cuando logró volver a casa, más de una hora después, se dejó caer en la cama y trató de dormir. Por supuesto, sin conseguirlo. La conversación con Amaia le había aclarado un poco las ideas, el hecho de haber obligado a su cerebro a estructurar sus sentimientos, de algún modo, le había calmado, pero todavía seguía escuchando la vocecita interior que le confundía, pidiéndole que no se declarara.

Que no era buena idea.
Que Raoul iba a alejarse para no hacerle daño.
Que no le quería del mismo modo.
Que no era lo suficientemente bueno para él.
Que no.
Que no.
Que no.

Por eso tuvo una noche horrible, dando vueltas y más vueltas en la cama, dejando pasar las horas mientras su cerebro se debatía en una constante dualidad.

Díselo.
No se lo digas.
Tiene que saberlo.
No lo va a entender.
Necesitas superar esto.
¿Cómo lo vas a superar sin él?

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Los pasos de Raoul caminando hacia casa de Alfred parece que resuenan contra las baldosas de la acera. O, al menos, sus oídos los amplifican y hacen que sólo se centre en ellos. Son lentos, pesados, como si hubiera olvidado el camino a casa de su amigo. Y esto, por supuesto, no es así. Ha estado casi más veces en casa de Alfred que en la suya propia y lleva haciendo esa ruta desde muy pequeño.

Primero, cuando era chiquitito, con su madre, con su padre o con Álvaro, su hermano mayor. Y, cuando creció un poco, lo recorría solo casi todas las tardes después de merendar. Unas veces con la excusa de tener que preparar un examen o un trabajo de clase juntos y otras, simplemente, diciendo que iban a jugar a algún videojuego o a hablar hasta altas horas de la madrugada para terminar dormidos en la misma cama y sin ningún miedo de despertar el uno encima del otro. Porque entre ellos siempre había sido así.

¿Te Atreves? |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora