― ¿Y cuánto tiempo planeas quedarte en Madrid? —preguntó curioso el viejo.
― No mucho —exhaló el joven muchacho—. Quizás regrese en invierno. Por ahora solo quiero asentar asuntos legales en la corporación.
― Pues tómate tu tiempo y las puertas de esta casa siempre te recibirán.
― Sabes que solo acepté por evitar tu terquedad, tío.
― Es que no voy a permitir que andes de apartamento en apartamento cuando aquí tienes una casa.
El joven bufó, soltando una leve carcajada.
― Señor Landa —intervino una señorita de servicio—, tiene una llamada del señor Castillo. Insiste en hablarle.
― ¿Otra vez ese hombre? —bufó el susodicho— Yo creo que la mitad de mis canas son debido a él. ¿Acaso no le dijo que estoy en pleno recibimiento de mi sobrino?
― El recado era urgente.
― Sí, claro, siempre lo es —expresó sarcásticamente—. Santiago...
― No te preocupes, tío.
― Sole, te encargo la compañía a mi sobrino.
― Claro —y la callada mujer evitaba la mirada del recién llegado.
― A ver, vamos, llévame al despacho —ordenó a la señorita que pronto se vio rodando la silla hacia el cuarto de estudio.
― ¿Por qué tan callada? —rompió el silencio luego de que una doncella le sirviera un vaso con licor, el mismo que llevó al roce de sus labios para beber. La mujer de ojos grises lo desesperaba con sus suspiros—. Soledad, ¿verdad?
― Sí. Solo pensaba en su repentina aparición como socio de Imperio. ¿Por qué ahora?, ¿por qué tantas acciones?
― Si lo que te preocupa son tus acciones, deberías relajarte. Yo solo quería un gran pedazo de pastel, no todo, puedo ser generoso cuando quiero y compartir.
― No me refería a eso. Óscar jamás había querido vender la parte mayoritaria.
― Pues ya lo oíste, yo hace tiempo quería comprar y ahora todo quedará en familia. Por cierto, te puedo tutear, ¿verdad? En serio me incomoda tratar de usted a gente joven, y si quieres, puedes tratarme igual.
― Eres presuntuoso, ¿no es así? Bien podría decir que en Barcelona te dabas la gran vida.
― No, te equivocas. En cualquier parte que estoy, no solo en Barcelona —sonrió burlón—. Mira, me gusta vivir bien y como quiero, ¿y sabes qué? tengo cómo hacerlo, ¿acaso eso es pecado?
― Algo de modestia no te vendría mal.
― Y a ti te sobra, ¿no? —y la joven le entrecerró la mirada como esperando no haber escuchado cierto tono arrogante— Digo..., eso es lo que me han comentado.
― La gente habla mucho y de todo. No hay que dejarse llevar por las apariencias.
― No es por contradecirte pero en nuestro ambiente es de lo que se vive, sería muy ingenuo de tu parte si no lo piensas así.
― Como sea, aún no me respondes. Imperio demanda de tiempo y según dices no te quedarás por mucho, ¿por qué ahora?, ¿por qué no compraste en invierno?
― Soledad, para ser mi socia, como que no te has planteado bien la situación. La verdad es que estás siendo muy quisquillosa respecto al asunto, ¿qué tanto quieres leer entre líneas? Pero está bien, si tanto te interesa, solo te diré que las acciones no se venden como frutas en el mercado. No es por temporadas y no es por antojo. Se presentó la oportunidad y no dudé en invertir. Punto.
― Solo espero que tu llegada no cause revueltas —rompió el silencio luego de incomodarse tras la respuesta del sobrino del Óscar.
― ¿Entonces eso es? Te preocupa que te cause problemas en la corporación.
― Tienes cierta fama...
― ¿No que no hay que dejarse llevar por las apariencias? —y bebió una vez más del vaso.
― Óscar querrá que almorcemos todos —se levantó del sofá, ignorando la alegación victoriosa del joven—. Nos vemos en un rato en el comedor.
― Está bien... —y la muchacha avanzó antes de escuchar el agregado—, tía —el joven sonrió burlón. Soledad ni se inmutó, solo siguió su camino pero conteniendo algún impulso desubicado.
Era educada. Bastante. Y ya incluso veía venir una tormenta en aquella casa con el recién llegado. No por gusto había investigado al sobrino del marido días antes mediante un informe de la empresa. La curiosidad le pudo más.
Santiago Landa era alguien muy borroso en su recuerdo y si iba a tenerlo cerca no quería equivocarse en cuanto a ciertos comentarios que había escuchado por ahí. Ciertamente era muy bueno en los negocios, pero de don Juan y descuidado tenía todo legalizado.
Soledad detestaba a gente así, por eso mantenía siempre a raya al conjunto élite que la rodeaba. «Gente con caretas pintadas», así las describía.
Nunca se sintió parte de aquel mundo, no pudo sentirse cómoda. Fue la necesidad la que la obligó en un principio...
― Esta tarde podríamos disputar una partida de ajedrez, Santiago —y terminaban de comer—, los tableros no son los mismos sin un buen contrincante.
― Hace años que no juego —el joven sonrió—. Fácilmente me podrías ganar, tío.
― No, ¡qué dices! Bien sabes que es como andar en bicicleta: ¡eso no se olvida nunca!
― Quizás Soledad tenga más práctica que yo —y la miró. El viejo le tomó la mano a la mujer por sobre la mesa.
― No es una actividad de mi preferencia —contestó firme.
― Dejémosle a ella las ciencias médicas —Óscar le besó la mano. Se podría decir que hasta le brillaron los ojos que reflejaban solo la figura femenina—. Si en tanto tiempo no ha querido jugar conmigo, no lo hará ahora —sonrió bondadoso.
Santiago los observaba, casi analizando a la pareja tan dispareja. Nunca lo aprobó, más bien nunca lo entendió. Veintitrés años tenía cuando recibió la invitación a la boda de su tío. Fue tremenda sorpresa para todos en la familia. Eso de las diferencias de edades tan abismales no le agradaba. Dígase capricho, mala espina, pero a él simplemente no le cuadraban las piezas en rompecabezas así.
― Claro, zapatero a su zapato, ¿no? —y alcanzó la copa de agua para llevarla a sus labios.
― Así es, Santiago. Entonces, ¿jugaremos esta tarde?
― No veo por qué no —sonrió.
Soledad no podía estar más incómoda. La cínica frescura que presentaba el joven la sacaba de cabales en su interior. Había desconfianza mutua, eso era claro para ambos, aún sin mencionarlo.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...