Salió de la habitación del marido cerrando la puerta con lentitud. A su izquierda estaba Santiago recostado en la pared, esperándola.
Ella suspiró.
― Sol... —la asió por un brazo al tiempo que ella planeaba pasar sin siquiera dirigirle la palabra.
― Me voy a dormir. Que tengas buenas noches.
― Necesito saber qué es lo que te sucede conmigo. No soy ningún adivino.
― Baja la voz, por favor.
― ¿De verdad fue solo un simple beso para ti el de anoche?
― Está bien. No puedo negar que me gustó. Pero es todo. Fue un desliz, Santiago. Yo ya lo entendí y es lo que debes hacer también.
― ¿Y si te beso de nuevo también lo asimilarás como un desliz?
― No puede pasar de nuevo.
― ¿Eso es lo que quieres de verdad?
No consiguió respuesta más que silencio. En aquel descuido le arrebató los labios. La besó con intensidad y más cuando vio que ella no se resistió.
Una vez más Soledad huyó hasta la habitación, dejando aquel beso a la mitad.
No la siguió, ¿para qué?, ¿acaso valía la pena insistirle tanto? Su situación era tan complicada o más que la de ella.
Iba a ser la una de la mañana y Santiago seguía con los ojos abiertos, dando vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño, fue cuando la puerta se abrió y Soledad apareció con una bata de dormir puesta.
― ¿Sol?, ¿qué haces aquí? —se acercó a él— ¿Pasó algo?
― Solo cierra la boca y no digas nada antes de que me arrepienta — se colocó a horcajadas sobre él y se inclinó para besarlo en plena boca.
No pudo negarse a la tentación femenina y apenas pensó en lo que estaba haciendo. Cayó rendido ante cualquier provocación de la mujer. La deseaba intensamente.
Debajo de aquella bata de dormir encontró un esbelto y delgado cuerpo al total desnudo. Tan solo una delicada cadena de oro le brillaba en el cuello. No pudo encontrarla más exquisita.
Soledad se entregó con más ansiedad que miedo. Lo había empezado a querer y no se atrevía a admitirlo. No quería ni pensar en lo que pasaría después, pretendía estar con él esa noche... esa era su verdad.
Y es que él, un tanto nervioso más que ella, parecía el inexperto. Soledad solo había conocido a un hombre en toda su vida en momentos de intimidad, y ese había sido Óscar, en sus mejores años e incluso con apoyos medicinales. Sin amor, a veces sin deseo, era lo peor, pero ella debió cumplir en la cama con el que era su marido.
Con Santiago todo fue distinto, era su mirada, sus manos deslizando por las delicadas curvas de su cuerpo, sus labios por toda su piel...
Se les olvidó el mundo entero, la noche fue solo de los dos.
Se quedaron dormidos, acurrucados. Por primera vez en muchos años, Soledad sintió aquel calor en el pecho que tan solo había sentido por su antiguo prometido, Fabricio. ¡Qué sensación tan loca el no querer despegarse de la persona anhelada!
En la profundidad del sueño, el sol fue apareciendo y Santiago no quiso despertarla. Cuidadosamente se levantó de la cama y fue en busca de una ducha. Apenas si asimilaba el hecho de que había complacido todos sus deseos carnales con aquella mujer que cada día ocupaba más su pensamiento.
Ella escuchó los repiques de las gotas de agua estrellándose contra la cerámica, muy suaves.
Se perdió en aquel momento de confusión que se suele tener al pensar si lo hecho estuvo bien o mal.
No quiso pensar más. Tomó su bata de dormir para envolver su cuerpo y salió.
¿Qué se suponía que pasaría? Ella estaba más preocupada por eso que por disfrutar del recuerdo. Cada caricia aún hormigueaba en la piel.
¿De verdad todo había sido sincero? Ambos dudaban.
Al fin y al cabo, él siendo hombre, ¿cómo iba a rechazar semejante oferta en su propia cama?
Pero, ¿quién decía que no era una táctica de Soledad? Y es que a Santiago todavía le costaba entender cómo es que ella había aguantado tantos años con Óscar sin amarlo. Y por más que ella le diera razones, ¡a él simplemente no le cabía en la cabeza!
¿Acaso había algo más que la manutención de su familia y los gastos médicos de Marcos?, ¿acaso lo había buscado aquella noche porque empezaba a verlo como su potencial mina de oro?
Aquellas dudas le nublaron el juicio al joven empresario. Perdió la perspectiva de repente. Y la misma Sol no se quedó atrás.
Durante el desayuno actuaron con normalidad, exceptuando que Santiago apenas tomó un sorbo de su taza de café, alegando que tenía prisa. Se despidió de ella con un beso en la mejilla y de paso le dejó un pedazo de papel en la mano, el cual contenía un mensaje a letra imprenta en azul: «Sé que hoy es tu aniversario de bodas con mi tío, y me imagino que en días como hoy él no te deja un solo minuto, pero debemos hablar. Regresaré a media tarde. Santiago».
― ¿Soledad? —aquella no respondió— Querida...
― ¿Ah? —salió de sus pensamientos— Dime, Óscar.
― Otra vez estás distraída —dijo despacio mientras tomó algo de jugo.
― Estoy algo... nerviosa, es todo.
― ¿Debería preguntar por qué?
― He estado escuchando murmullos entre las señoritas de servicio —desvió el tema hábilmente—. ¿Qué tanto tramas, Óscar?
― Oh... Sabía que el secreto no duraría —pasó la servilleta por su boca para luego tomar la mano de la mujer—. Te enterarás de todas formas. Esta noche habrá una fiesta en nuestro honor.
― ¿Fiesta?
― Feliz aniversario, mi querida Soledad —le besó aquella mano.
― Óscar...
― Ya lo sé, ya lo sé. Dirás que soy muy pretencioso y que no es oportuno debido a mi condición, pero es exactamente el reloj que tengo en cuenta regresiva el que me obliga a disfrutar todo lo que puedo contigo, amor mío. Y no te preocupes, será algo tranquilo y pequeño. Tendrás un vestido hecho a tu medida que llegará en las próximas horas. Póntelo esta noche, por favor. Y una vez más: feliz aniversario —sonrió. Ella no tanto.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...