― Ahora tú no deberías hacerte el desentendido... sabes de lo que hablo.
― Tal vez el vino te hizo daño, ¿sabes?
― ¡No seas cínico! Cada día recuerdo lo que me hiciste esa noche de la boda y...
― ¡Oye, un momento! ¿De qué demonios estás hablando, Soledad?
― ¿Qué debo hacer para refrescarte la memoria?, ¿quieres que me vuelva a vestir de blanco... o acaso pasar de nuevo por una habitación de huéspedes para que me jales hacia dentro? No sabes cómo desprecio ese recuerdo.
― Yo creo que ya te volviste loca...
― ¡Intentaste aprovecharte de mí, Santiago! —lo empujó desde los hombros—. Y así eres capaz de venir a hablarme de hipocresías y beneficios que supuestamente yo protagonizo. Eres un completo descarado y no tienes ningún derecho a venir a tildarme de esto o aquello solo porque estoy casada con Óscar, tú no sabes lo que he vivido, así que, un poco más de respeto hacia a mí no te vendría mal.
La enfermera se fue corriendo escalera arriba.
Encerrada en su habitación, entre recuerdos, empezó a llorar.
Había sido un largo día para Soledad. La música se escuchaba cada vez más lejos a cada paso que daba en dirección al tercer piso de la mansión Landa.
Quiso huir por un rato de toda la bulla.
No conocía a nadie de la fiesta por celebración de su boda.
Su decisiva boda.
Ante todos ella era la más feliz, la más convencida, la más enamorada, pero a solas, solo era una sacrificada.
― ¡Hey, felicidades! —de un tirón fue atraída hacia una de las habitaciones de huéspedes. Sintió un abrazo nada agradable por parte de este hombre. Ya lo había visto rondando todo el día y esta era definitivamente una pésima condición para una presentación—. La ceremonia estuvo muy bonita... ¡se pasaron los organizadores! Y tú... también estás muy bonita, novia.
― Mmm... gracias. Mejor me voy, tengo que...
― ¿Pero por qué la prisa? ¡Es tu boda, no se va a ir a ningún lado...! —el hombre casi desvariaba bajo los efectos del alcohol—. Me llamo Santiago, por cierto. Tú como que estás muy joven para mi tío... ¿no lo has notado? —el hombre rió, poniendo aún más incómoda a la joven recién casada.
― Ya debería irme. Un gusto... conocerlo.
― Pero espera —la detuvo sosteniéndola por un brazo—, no me has dicho tu nombre, y soy muy malo recordándolos... así que... espero que sea uno fácil.
― Soy Soledad Rey.
― No, porque estás con mi compañía... No, es broma. Así que tú eres mi nueva tía política. ¿Sabes qué? Aquí entre nos... ¿por qué te casaste? Porque nadie se come ese cuento chino de que tú estás enamorada del tío Óscar.
― Pues... sí lo estoy.
― ¿En serio?, ¿eres distinta a las otras o una más detrás de la fortuna Landa?
― No piense así de mí, por favor. Yo estoy aquí por amor aunque no lo crea. Óscar es un hombre maravilloso.
― Claro... ¿Pero cuántos años tienes, linda? —le acarició la mejilla— ¿Quince? Luces muy joven.
― Tengo dieciocho.
― ¡Vaya! Yo tengo cinco más que tú, saca la cuenta. Pero en el amor no hay edad, ¿verdad? —Soledad sintió ganas de salir corriendo ante las cínicas y socarronas sonrisas del sobrino de su nuevo marido—. ¿Y ya estás preparada para la noche de bodas, muñeca? —se le acercó de forma estremecedora— Porque tú con esa carita... Si quieres podemos ir practicando y te voy enseñando...
― ¿Qué hace? —se alejó al mismo instante que lo vio aproximándose a su boca.
― Tranquila... esta noche tengo mucha paciencia, así que... no habrá problemas si eres dócil, ¿de acuerdo?
― ¿Cómo dice? —preguntó espantada.
― Tú eres un encanto y serías un desperdicio en brazos de mi tío. Déjame explorarte primero... —le buscó el cuello en caricias. Soledad se asqueó e intento quitárselo de encima, mas la fuerza de él se impuso.
― ¡No! ¡Suélteme!
― ¡A ver, preciosa, no te pongas de malas!
― ¡Déjeme! —un golpe de su rodilla contra la entrepierna masculina bastó para debilitarlo y dejar aquella habitación entre lágrimas.
Fue un muy triste día para Soledad.
Se sacudió los recuerdos y se limpió el rostro, en cambio se prepararía para dormir.
Buscó algunas posiciones pero le era imposible conciliar el sueño, y justo cuando pensó que lo había logrado, ya tarde en la madrugada, golpecitos apresurados sonaron en su puerta.
― Ya, ya voy... —se acercó con pereza y abrió— ¿Qué ocurre?
― Disculpe, señora, pero don Óscar... —y la respiración agitada no la dejaba hablar a la sirviente— sufrió un ataque.
― ¿Qué?
― Ya llamamos a la ambulancia —le dijo, mientras trató de seguirle el paso apresurado a Soledad hacia el cuarto de Óscar Landa.
Ciertamente la atención se escapaba de las manos de Soledad, era necesario trasladarlo a un centro médico.
Sufrió un pre-infarto.
Buen susto se llevaron la mujer y el sobrino, además de los empleados de servicio, los cuales le tenían aprecio.
Ciertos comentarios de Santiago hacia la tía política llegaron a la mente de la mujer como ráfaga, ¿acaso era verdad que Óscar necesitaba a alguien con más experiencia para su cuidado? Por primera vez, Soledad titubeó sobre sus propias habilidades.
¿Aquel infarto fue su culpa?, ¿falló ella?, ¿se descuidó en algo?
― Yo no me acuerdo de lo que pasó esa noche, Soledad.
― ¿Ah? —la voz masculina en el pasillo de espera irrumpió los pensamientos de la mujer.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...