Capítulo 3

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― ¡Vaya! Toda una caja de colores.

― ¿No tocas? —cerró precipitadamente la cajuela de medicamentos sobre la cómoda de madera en el cuarto médico.

― La puerta está abierta, eso no es precisamente señal de privacidad —comenzó a andar por el lugar—. ¿Te digo algo, Soledad? Tu experiencia como enfermera no es que digamos... la más extensa. ¿No has pensado en tomar vacaciones?

― ¿Me estás cuestionando como profesional?

― Mi tío más que una enfermera necesita de un médico. Tu especialidad no es esa.

― Tú no entiendes nada.

― Explícame. ¿Por qué te haces cargo de él con tanta devoción? Porque por amor no es.

― Yo amo mucho a Óscar, aunque no lo creas, y a pesar de que no tenga tanta experiencia con otros pacientes, sé muy bien lo que he estado haciendo durante todos estos años.

― ¿Segura?

― ¿Qué tratas de insinuar, eh?

― Nada. Solo diré que hay gente más preparada.

― Eres un atrevido.

― Acéptalo, no te estoy diciendo algo que no sea verdad.

― Tú no me conoces. Deja de juzgarme.

― ¿Pero acaso no fue lo que tú hiciste hoy al medio día al verme? —ella suspiró esquivando la mirada— Mira, Soledad, si habrá problemas o no, eso depende de una tregua entre los dos. Si te molesta mi franqueza, pues vete acostumbrando. No me gusta callarme lo que pienso.

― Pues a mí tampoco. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a hablar con Óscar.

― ¿Sobre la adopción esa? —escuchó ella a sus espaldas luego de haber avanzado unos pasos hacia la salida. Se detuvo. Se estremeció con tal solo pensar en el asunto.

― No creo que eso sea de tu incumbencia —volteó.

― Mi tío habla de un heredero, e incluso me pidió que investigara sobre algunos trámites antes de venir a Madrid, claro que es de mi incumbencia.

― ¿Te preocupan tus billones? —cruzó los brazos—. Porque bien un niño podría quitarte gran parte de tu pastel, ¿no?

― Me preocupas tú —se acercó y soltó la frase con frialdad—. Esto es lo que tú has venido buscando desde un principio.

― No me interesa una herencia completa, si no lo que me corresponde por derecho, si es que a eso te refieres.

― Y según tú eso es todo lo que brilla al apellido Landa, ¿cierto?

― No soy esa clase de personas, Santiago —dijo luego de mirarlo en silencio, casi entendiendo todas sus insinuaciones—. Podría pensar que tú crees que me casé con Óscar por su dinero, pero lo hice porque lo quería mucho y estaba muy... enamorada —y le costó decirlo—. Se lo he dicho a todo aquel que lo duda. Esa es la verdad.

― No, esa es tu verdad. Cosa distinta es lo que se percibe. Dime, ¿cuándo fue la última vez que le diste un beso en la boca a mi tío?

― No te voy a permitir que me hables así.

― Desde hace mucho tiempo que dejaste de ser su mujer, no eres más que una enfermera cariñosa.

― ¿Por qué me tratas así?, ¿qué es lo que quieres?

― Que admitas lo que no has querido admitir en más de diez años —y se fue dejándola a medias. Se llenaba de coraje con tan solo verla.

Estaba atardeciendo y prefirió embarcarse en su auto deportivo e irse a visitar algún amigo madrileño. La tarde de ajedrez lo había dejado terriblemente aburrido y tras el «cinismo insoportable de Soledad», como pensaba, decidió irse de aquella mansión.

Si no había comprado la totalidad de las acciones en la corporación fue porque Óscar simplemente se lo impidió. Aquel porcentaje menor le correspondía a Soledad y ella podía disponer de eso a su antojo.

«Tan embobado lo tiene a mi tío que no se da cuenta que durante tantos años, ella solo se ha aprovechado, nada más», así de alto era el desprecio hacia la mujer.

Regresó casi a medianoche.

― Óscar preguntó por ti durante la cena —era la voz de su dolor de cabeza en plena oscuridad de la sala.

― ¿Qué rayos...? ¿Ahora tengo que dar explicaciones?

― Él se preocupó nada más. Te fuiste sin decirle nada.

― Entonces hablaré con él después, no contigo —avanzó hacia las escaleras.

― Pienso mucho en lo que me dijiste, por eso estoy aquí a estas horas.

El joven exhaló frustrado y volteó con pereza, fastidiado.

― Es tu conciencia, Soledad.

― De verdad, yo quiero mucho a tu tío —se acercó al hombre—. Él compuso mi vida de la forma que no te imaginas.

―Y al ver que podías vivir como reina le aceptaste la propuesta de matrimonio, ¿no es así? Es decir, tengo entendido que él te pagó los estudios, la hipoteca de tu casa, la de tus padres, la hipoteca del negocio de tus padres, y por si fuera poco, te dio un mínimo de acciones en la corporación. Yo creo que también me casaría «por amor».

― Estás ebrio... —susurró la mujer, virando la cara tras percibir el penetrante olor.

― Perfecto, no hay forma en que pueda mentir, ¿no es eso lo que popularmente se dice?

― Pues ojalá recuerdes esto mañana: me casé con Óscar porque lo quiero y respeto mucho, porque me ha dado lo que ningún hombre ha sido capaz, y porque me hace feliz.

― Bravo. ¡Acabas de describir a su fortuna monetaria, eh! —dio la media vuelta y se fue escaleras arriba.

― No... ¿Pero...? ¡Santiago!

No le prestó más atención a Soledad.

La mujer se sintió humillada y en todos los aspectos: como esposa, como enfermera, como persona. ¿Quién se creía este recién llegado para venir a tratarla así?

¡Y es que la dejaba pensando tanto...! 

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora