El reloj ya iba a marcar las cinco y quince de la tarde y con eso se iba a cumplir una hora desde que Soledad se había sentado al filo de la cama de su habitación observando con detenimiento al celular, sobre su cómoda de madera.
― ¿Aló? —al fin se decidió a llamarlo. Se paralizó con aquella grave voz—. ¿Aló? —repitió el hombre, buscando respuesta tras el número no registrado en su celular, y es que Soledad nunca le quiso dar su número, y él, por una vez, le respetó el deseo.
Él colgó. Soledad no pudo pronunciar palabra alguna.
Lo intentó de nuevo.
― ¿Quién es? —Santiago se echó para atrás en su silla giratoria de la oficina en Barcelona. Suspiró.
― Soy yo —dijo con firmeza y él no dudó ante la reconocida voz.
― Oh... No sueles llamarme. ¿Está todo bien?, ¿pasó algo?
― No, no. Todo está bien, es solo que...
― ¿Le ocurrió algo al tío Óscar?
― No, él está muy bien. Solo llamaba para... bueno, en realidad... es que... Bueno, yo solo quería saber cuándo vendrán a recoger tus cosas, de hecho, las señoritas del servicio son las que desean saber el día exacto, por eso te llamo.
― Sol, ¿por qué me suena a una patética excusa? —sonrió.
― No me interesa si te suena patética, dime el día, debo comunicárselo al servicio después.
― ¿Oye, no has pensado en lo que te he dicho? —y susurró—: Sol...
― Solo dime el día, Santiago.
― ¿Sabes? Es curioso, yo ya le había dicho al servicio cuándo irán a recoger mis cosas.
― ¡Oh! —y eso ella no lo sabía—. Está bien, en ese caso...
― Te dije que era patética la excusa.
― Lamento si te molesté. Adiós.
― ¡Espera! Soledad, debo hablarte sobre el testamento de mi tío, a ese hombre que tú juras amar... Debes escucharme.
― Dímelo, entonces.
― Por teléfono no. Ven a Barcelona.
― ¿Barcelona?, ¿por qué no vienes tú a Madrid?
― Ya no puedo volver a Madrid. Así nada más no. Pero no te preocupes, yo arreglaré el viaje. Te veré mañana mismo. Que pases buena tarde.
― ¡No, aguarda!
No hubo tiempo, él había cerrado la llamada de nuevo.
Ciertamente, él se encargó de los detalles hasta el punto de inventarse una excusa vaga en cuanto a la corporación para requerir el permiso de Soledad a Óscar, porque si el viejo lo impedía, la mujer no se iba.
Jamás había viajado en avión, se sintió nerviosa y a duras penas durmió. En todo caso, el transporte la recogió temprano en el hotel donde se hospedaba y la llevó directamente a Imperio.
Llegó confiada por los pasillos del edificio, Soledad odiaba mostrar inseguridad.
― Disculpe, señorita —se dirigió a una de las asistentes ejecutivas—, si fuera tan amable de comunicarme con el ingeniero Landa.
― No es necesario, Aida —de nuevo aquella voz paralizaba a la enfermera y más cuando la sintió a sus espaldas que hasta se estremeció—. Me alegra que hayas llegado bien, Soledad —la misma lo miró de reojo a su derecha—. Ven conmigo, por favor —le mostró la dirección a la oficina.
Vista de rascacielos, amplia, impecable y casi inmaculada por el blanco que desprendía.
― Que te conste que no estaría aquí si no hubiera sido por la insistencia de Óscar y la supuesta reunión
― No es supuesta. Sí habrá reunión, pero... será personal. ¿Deseas beber algo?
― No me andes con rodeos. Dime lo que tengas que decir de una vez —ni siquiera quiso tomar asiento.
― Bien —suspiró ante la inútil insistencia. Metió ambas manos en los bolsillos del pantalón de tela oscura—. Sin rodeos como dices: el testamento del tío Óscar fue modificado una vez más, y específicamente lo que concierne a ti. Tu familia te necesita y más si no tienes trabajo alguno, tan solo lo que mi tío resuelve darte, y si te separas, te quedas en la calle, si él fallece y te quieres desatender de los negocios, también te quedas sin nada, y si no te desatiendes, no tendrás acceso a la fortuna completa a menos que tengas un niño, y lo que tendrías no sería mucho. Ahora, yo podría dar batalla a tu favor. Te divorcias y peleo por tu parte, te doy más, atiendes bien a tu familia, te recomiendo en el mejor hospital de la capital para que ejerzas tu profesión como se debe, y te podrás desatender tanto como quieras de los negocios de mi familia.
― ¿Te das cuenta de lo que dices?, ¿serías capaz de ponerte en contra de tu propia sangre por mí?
― Yo tengo un gran respeto y aprecio por mi tío, pero...
― Esto es de locos. Esto... esto debe acabarse ya.
― Soledad, esto va mucho más allá de...
― ¿De qué, Santiago?
― Solo quiero ayudarte. Déjame hacerlo, por favor.
― Calla un momento —y es que se vio sofocada—. Siento que voy a colapsar con todo lo que me dices.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...