Capítulo 16

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El reloj ya iba a marcar las cinco y quince de la tarde y con eso se iba a cumplir una hora desde que Soledad se había sentado al filo de la cama de su habitación observando con detenimiento al celular, sobre su cómoda de madera.

― ¿Aló? —al fin se decidió a llamarlo. Se paralizó con aquella grave voz—. ¿Aló? —repitió el hombre, buscando respuesta tras el número no registrado en su celular, y es que Soledad nunca le quiso dar su número, y él, por una vez, le respetó el deseo.

Él colgó. Soledad no pudo pronunciar palabra alguna.

Lo intentó de nuevo.

― ¿Quién es? —Santiago se echó para atrás en su silla giratoria de la oficina en Barcelona. Suspiró.

― Soy yo —dijo con firmeza y él no dudó ante la reconocida voz.

― Oh... No sueles llamarme. ¿Está todo bien?, ¿pasó algo?

― No, no. Todo está bien, es solo que...

― ¿Le ocurrió algo al tío Óscar?

― No, él está muy bien. Solo llamaba para... bueno, en realidad... es que... Bueno, yo solo quería saber cuándo vendrán a recoger tus cosas, de hecho, las señoritas del servicio son las que desean saber el día exacto, por eso te llamo.

― Sol, ¿por qué me suena a una patética excusa? —sonrió.

― No me interesa si te suena patética, dime el día, debo comunicárselo al servicio después.

― ¿Oye, no has pensado en lo que te he dicho? —y susurró—: Sol...

― Solo dime el día, Santiago.

― ¿Sabes? Es curioso, yo ya le había dicho al servicio cuándo irán a recoger mis cosas.

― ¡Oh! —y eso ella no lo sabía—. Está bien, en ese caso...

― Te dije que era patética la excusa.

― Lamento si te molesté. Adiós.

― ¡Espera! Soledad, debo hablarte sobre el testamento de mi tío, a ese hombre que tú juras amar... Debes escucharme.

― Dímelo, entonces.

― Por teléfono no. Ven a Barcelona.

― ¿Barcelona?, ¿por qué no vienes tú a Madrid?

― Ya no puedo volver a Madrid. Así nada más no. Pero no te preocupes, yo arreglaré el viaje. Te veré mañana mismo. Que pases buena tarde.

― ¡No, aguarda!

No hubo tiempo, él había cerrado la llamada de nuevo.

Ciertamente, él se encargó de los detalles hasta el punto de inventarse una excusa vaga en cuanto a la corporación para requerir el permiso de Soledad a Óscar, porque si el viejo lo impedía, la mujer no se iba.

Jamás había viajado en avión, se sintió nerviosa y a duras penas durmió. En todo caso, el transporte la recogió temprano en el hotel donde se hospedaba y la llevó directamente a Imperio.

Llegó confiada por los pasillos del edificio, Soledad odiaba mostrar inseguridad.

― Disculpe, señorita —se dirigió a una de las asistentes ejecutivas—, si fuera tan amable de comunicarme con el ingeniero Landa.

― No es necesario, Aida —de nuevo aquella voz paralizaba a la enfermera y más cuando la sintió a sus espaldas que hasta se estremeció—. Me alegra que hayas llegado bien, Soledad —la misma lo miró de reojo a su derecha—. Ven conmigo, por favor —le mostró la dirección a la oficina.

Vista de rascacielos, amplia, impecable y casi inmaculada por el blanco que desprendía.

― Que te conste que no estaría aquí si no hubiera sido por la insistencia de Óscar y la supuesta reunión

― No es supuesta. Sí habrá reunión, pero... será personal. ¿Deseas beber algo?

― No me andes con rodeos. Dime lo que tengas que decir de una vez —ni siquiera quiso tomar asiento.

― Bien —suspiró ante la inútil insistencia. Metió ambas manos en los bolsillos del pantalón de tela oscura—. Sin rodeos como dices: el testamento del tío Óscar fue modificado una vez más, y específicamente lo que concierne a ti. Tu familia te necesita y más si no tienes trabajo alguno, tan solo lo que mi tío resuelve darte, y si te separas, te quedas en la calle, si él fallece y te quieres desatender de los negocios, también te quedas sin nada, y si no te desatiendes, no tendrás acceso a la fortuna completa a menos que tengas un niño, y lo que tendrías no sería mucho. Ahora, yo podría dar batalla a tu favor. Te divorcias y peleo por tu parte, te doy más, atiendes bien a tu familia, te recomiendo en el mejor hospital de la capital para que ejerzas tu profesión como se debe, y te podrás desatender tanto como quieras de los negocios de mi familia.

― ¿Te das cuenta de lo que dices?, ¿serías capaz de ponerte en contra de tu propia sangre por mí?

― Yo tengo un gran respeto y aprecio por mi tío, pero...

― Esto es de locos. Esto... esto debe acabarse ya.

― Soledad, esto va mucho más allá de...

― ¿De qué, Santiago?

― Solo quiero ayudarte. Déjame hacerlo, por favor.

― Calla un momento —y es que se vio sofocada—. Siento que voy a colapsar con todo lo que me dices.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora