Capítulo 15

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Era temprano cuando Santiago escuchó la alarma despertadora de su celular. No quiso levantarse. La noche anterior había decidido que no volvería más a Madrid y ya vería cómo recuperar el resto de sus cosas que aún se alojaban en la mansión de su tío. Soledad le hacía daño con su desprecio y él, tratando de negar lo que sentía, prefirió quedarse donde siempre había pertenecido.

Llegó a la corporación en Barcelona después de varios meses de ausencia, imponiendo su presencia en su traje oscuro y entró a su oficina.

Debió estar en una reunión a las nueve de la mañana y Javier llegó desde Madrid con los segundos exactos, además de Madeleine, quien era una de las publicistas que haría su presentación ante los ejecutivos. Mientras exponía se dio cuenta de que Santiago estaba distraído con su celular o mirando simplemente a otro lado con sorna.

Fue después de la reunión que lo confrontó.

― ¿Qué es lo que te pasa? —él ni se había tomado la molestia de levantarse de la silla giratoria aun cuando todos ya podían retirarse. La mujer le había azotado las manos sobre la mesa para llamarle la atención.

― ¿A qué te refieres?

― No me creas tonta. No me pusiste atención en lo absoluto y menos en lo que decían los demás. Tienes suerte de que Javier sea rápido improvisando y haya respondido por ti más de una vez.

― Por algo es bueno en lo que hace.

― Me desespera tu quietud.

― No he dormido bien, es todo.

― Santiago... —suspiró la mujer rodeando la mesa y buscando los hombros del susodicho—, mi querido Santiago... A mí no me engañas. Casi te conozco como a la palma de mi mano. Desde que volviste de Madrid estás extraño, desganado, con la mente en otra parte. Y la verdad creo que deberías agradecer que al menos me preocupo por ti — le masajeaba los hombros—, y es que deberías relajarte y olvidarte de cualquiera que sea ese asunto que te tiene tan tenso.

― Me iré de España, Madeleine —y fue como un balde agua fría para ella.

― Repite eso.

― Tengo la oportunidad de hacer negocios en Francia.

― A ver... —bufó un par de veces—, Santiago, ¿te estás escuchando? —volvió a rodear la mesa y a ponerse en frente del hombre— ¡Primero me sales con que venderás tus acciones en Valencia, y ahora con que te vas a Francia! El agua de Madrid te ha afectado, ¿no te parece? Dime, ¿qué opina Óscar de todo esto?

― Mi tío no lo sabe.

― Tú eres su máximo heredero de todo lo que está a nombre de los Landa, y por tus caprichos estás comprometiendo todo el negocio de Imperio.

― Sabes que su mujer tendrá gran parte de...

― ¡Qué importa su mujer! Tú y yo bien sabemos que la tal... Salomé, Solange...

― Soledad...

― ¡Me importa un comino!, ¡ella solo tendrá sobras una vez que Óscar pase a mejor vida!, ¡es nada comparado a lo que le corresponde a toda esta familia!

― Imperio no saldrá afectado ni en Barcelona o Madrid, al contrario, estrechar los negocios con los franceses nos beneficiará.

― ¿Te olvidas de las corporaciones en el resto del país?

― Claro que no.

― ¿Y aun así sigues con lo de deshacerte de las acciones en Valencia? ¡Te das cuenta de esto y así planeas dejar todo en otras manos con tal de irte a Francia!

― Sabes que Imperio continuará a mi nombre y al del tío Óscar mientras viva, deja de alarmarte tanto, Madeleine, y acepta de una vez que simplemente no soportas que me vaya.

― No seas tan egocéntrico. Me preocupo por las relaciones que tiene Imperio con los negocios de mi familia y con los de tus propios padres, que irónicamente tienen su mina de oro aparte de las corporaciones.

― Pierde cuidado. Lo que menos pretendo es que los negocios fallen. Ya dijiste que bien me conoces y así deberías saberlo —se levantó arreglando su saco y con intenciones de salir del salón.

― Llévame contigo —el hombre suspiró y volteó hacia la mujer—. Y fíjate que ni siquiera te estoy preguntando.

― Viajaré con Francisco y Javier.

― Muy bien, un publicista y un ingeniero, tienes suerte de que otra publicista también hable francés.

― Olvídalo, Madeleine.

― Ya no soporto tu distancia ni tu ausencia. Iré contigo.

― ¿No que solo era egocentrismo mío?

― Cállate. Y recuerda que esta noche tú y yo tenemos una cena.

― ¿Según quién?

― Según yo y pobre de ti si te inventas otra de tus excusas para evadirme —salió del salón antes que él. Santiago curvó los labios en una sonrisa. Madeleine lo manipulaba siempre a su antojo y él muchas veces no hacía más que seguirle la corriente. Era agotador contradecirla a veces.

Trató de coordinar con el servicio en Madrid para que empacaran sus cosas y después alguien de su confianza iría a recogerlas para enviarlas a Barcelona.

Soledad vio el movimiento de las señoritas de servicio y se sintió impotente a lo que se avecinaba. Esta vez no estaban empacando una maleta, esta vez eran todas las pertenencias.

― Óscar, ¿Santiago no va a volver? —no pudo evitar preguntar. Era eso o morir de intriga—. Es decir, tu sobrino...

― Esta mañana me llamó. Ya han pasado un par de días desde que se fue y según me comentó no tiene planes de volver. Este muchacho siempre es impredecible, coge sus maletas, hoy está aquí y mañana quién sabe. Nadie nunca lo ha podido amarrar de ninguna manera. Por un lado ha sido bueno porque conoce el mundo y lo conoce bien, pero... —suspiró—, se aleja de la familia un poco...

― ¿Lo quieres mucho, Óscar?

― Cierto es.

― ¿Sabes? Siento que debo decirte algo...

― Señor —apareció una de las señoritas de servicio en el jardín—, el abogado Espinoza acaba de llegar.

― Oh, claro. Soledad, debo hablar con el señor. Anabela, llévame a la sala de estar, por favor.

Soledad quedó pensativa. Casi le dijo a Óscar sobre sus sentimientos hacia Santiago. Sí, sentimientos tremendamente desarrollados.

El abogado venía casi siempre a atender asuntos de testamentos o adopción, y esto último, se había retrasado.  

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora