Habían sido largos días para la treintañera Soledad. El sobrino de su marido, si bien le había mencionado la palabra «tregua», parecía que no se la daría. Y es que a él se le revolvía todo en su interior cuando pensaba en la remota idea de llevarse bien con la tía política.
La veía cómo atendía al viejo enfermo, cómo lo miraba con tanta bondad, cómo una infinita paciencia le afloraba cada vez que él le hablaba... O era muy buena, o era en extremo cínica. Sí, sería muy cínica, no le cabía duda. Por eso su interrogante cada vez se acrecentaba: ¿por qué ella era tan insoportablemente amable cuando su único interés solo era el dinero? Simplemente el joven empresario no lo entendía.
Lo que Santiago no veía era que Soledad era simplemente así. Su vocación hacia la atención y comodidad de los demás era innata.
― ¿Cómo es que ahora el teléfono de aquí no para de sonar? —reclamaba la mujer de ojos café en dirección a la piscina donde nadaba plácidamente el sobrino político, a quien por cierto, le costaba un mundo relacionarlo así en cuanto al parentesco debido a su juventud—. Este no es un centro de mensajería. ¿Qué te cuesta dar tu número de celular para que te ubiquen los que necesitan hablar contigo? Solo llevas unos días aquí, pero han habido un millón de recados, y simplemente porque el señor está tan ocupado holgazaneando que no le da la gana de contestar —el joven solo la miraba hacia arriba apoyado desde la orilla, con los brazos cruzados—. ¡Responde!
― ¿Ya?, ¿terminaste? —la mujer bufó en desespero, casi saliendo de sus cabales—. Es plena mañana y tú ya estás refunfuñando por tonterías.
― ¡Eres un desconsiderado!
― Pues al parecer a la única que le molesta el sonido del teléfono es a ti, y honestamente, no es asunto tuyo si contesto o no. Ocúpate de las pastillitas de colores esas y a mí déjame en paz.
― Es muy descortés de tu parte que seas así, aquí no vives solo como en... ¡quién sabe dónde! Ya de por sí Óscar fue demasiado amable al dejarte vivir aquí.
― ¡Bien, tía! —sonrió— Por fin muestras a la verdadera Soledad que no me quiere cerca porque me atrevo a decir, que me considera una amenaza, ¿no es cierto?
― De seguro lo eres como para tener las agallas de poner palabras en mi boca —y se agachó, doblando las piernas—. Te das las de grande cuando ni siquiera lo mereces y es que incluso piensas que esta casa es una especie de hotel, vas y vienes sin avisar, con decirte que en más de una ocasión la comida se ha quedado servida, y eso sin contar las múltiples preocupaciones de Óscar, preguntando tu paradero cada vez y cuando en las noches cuando simplemente decides no llegar.
― Bueno, eso te da una idea de que soy bastante independiente. Mi tío lo sabe de sobra y sus hábitos para tratar de controlarme nunca los dejará, así que bájame tu tono de sermón, porque la última vez que revisé, yo no tenía que darte explicaciones de nada, ¿o acaso me dices todo esto porque quieres que te de detalles de lo que hago en las noches que no vengo?
― Solo lárgate de nuestras vidas cuanto antes, ¡mi paciencia contigo se acaba con el pasar de los minutos!
― ¿Por qué la prisa ahora?, ¿interfiero en algún plan tuyo?
― ¡Ugh...! —se levantó— Es imposible mantener una civil conversación contigo —dio media vuelta y se fue de regreso a la casa. El hombre rió burlón y se sumergió de lleno en el agua— Idiota —dijo entre dientes. Alcanzó a escuchar el teléfono al entrar de nuevo a la residencia y en un impulso descabellado lo desconectó.
Subió a su habitación y se apoyó sobre la mesa de la coqueta con frustración. Ella no era de las que les gustaba enfrentar, pero cuando era necesario no se cohibía.
Se miró frente al espejo y soltó la coleta que había amarrado sus castaños cabellos, los prefería sueltos la mayor parte del tiempo, acomodó el cerquillo lacio que le cubría la frente y quedó quieta por unos instantes. Los ojos café se le nublaban debido a que odiaba la arrogancia del sobrino de su marido, y lo detestaba aún más recordando aquel día de su boda con Óscar, aquella fiesta después de la ceremonia...
Su piel mestiza se tornaba pálida con aquellas memorias que intentaba superar cada día y a cada hora, ¿él era acaso tan sin vergüenza como para realmente olvidarlo? Y es que después de aquella noche no lo volvió a ver... hasta ahora.
Soledad sentía desvanecer por tanta presión: él, la administración minoritaria en la empresa, el cáncer de Óscar, la adopción.
― Señora... —una señorita de servicio la sacó de sus pensamientos al entrar a la habitación tras dos golpecitos a la puerta—, el vestido para esta noche ya está listo. Lo acaban de entregar —Soledad suspiró.
― Gracias, Melinda, déjalo sobre la cama —la señorita dejó la caja blanca atada con un lazo dorado. Se retiró luego de eso.
Casi lo olvidó. Había una cena importante en la noche, aunque el que menos importancia le tomó fue el protagonista principal.
― Así que desconectaste el teléfono —Santiago bebía a sus anchas en un sofá de la sala al tiempo que soltó la premisa cuando los tacones de Soledad resonaron al bajar las escaleras—, poco faltó para que te llevaras el cable. Qué poco tolerante eres.
― Ya te lo había dicho: esto no es un centro de mensajería.
― ¿Sabes qué? —se aproximó a ella desafiante— No importarán tus intentos, al final se hará lo que yo quiero, y no me refiero solo al teléfono.
― ¿Cómo dices? ¿Bueno, y tú quién rayos te crees para hablarme así? No tienes el más mínimo respeto, yo soy la mujer de Óscar y dueña de esta casa también...
― No, eres solo una enfermera que un día se aprovechó de la mina de oro de un hombre —Soledad abrió los ojos a tope.
― No te permito que... —de súbito él sujetó la muñeca de la mujer al tiempo que ella alzó la mano con el dedo indicador.
― No me vuelvas a señalar —la despreció con fuerza hacia un lado.
― Yo creo que Óscar no sabe en realidad la clase de persona que eres...
― Si él lo sabe o no, eso no lo discutiré contigo —dejó el vaso de alcohol con una mínima cantidad en el fondo sobre una mesa y procedió a ponerse unas gafas que le acompañaban el traje en negro que usaba—. Por cierto, déjame aclararte algo: si estás invitada a esa cena es por disposición de mi tío, no por la mía.
― Soy parte de Imperio también, aunque no te guste.
― Sí, como sea... De todas formas me iré a distraer un rato antes de eso —avanzó hasta la puerta.
― ¿Qué? —preguntó sorprendida—. No puedes hablar en serio, la cena es en veinte minutos.
― Esas cenas siempre son aburridas. Quizás decida ir luego.
― ¡Pero...!
― Diviértete —sonrió burlón para luego dejar cerrada la puerta tras de él.
La mujer que vestía un diseño coctel en blanco ajustado al cuerpo quedó atónita. Pasó una mano por la cabeza llevando sus cabellos sueltos hacia atrás, era el colmo. La cena era en honor a aquel desinteresado por su intervención económica como nuevo socio, y no le importaba.
Llegó con una hora y media de retraso, pero lo curioso fue que los ejecutivos ya estaban acostumbrados al comportamiento tan fresco de Santiago Landa.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...