― De verdad no sé cómo es que los ejecutivos soportan que les hagas tales desplantes —se quejó tan solo después de haber puesto un pie de regreso en la vivienda. ¡La cena le había dejado indignada hasta las pestañas!
― Pues te aseguro que no es por mi carisma, Soledad.
― ¡Oh, qué bien! Me alegra que llegaran —la voz del viejo Óscar resonó en la amplísima sala, mientras su silla de ruedas la atravesaba en automático.
― Te trajeron la silla nueva... —fue lo primero que llegó a la mente de la mujer.
― Sí, ya era hora, la otra era demasiado manual y tres semanas con eso era muy tedioso para todos. Pero, bueno, cuéntenme, ¿cómo les fue?
Los recién llegados intercambiaron miradas. Él fue más burlón.
― ¿Por qué no le cuentas, Soledad? Yo estaba tan deleitado con la comida, tío, ¡todo estaba exquisito!
― No lo dudo —sonrió el dueño de casa.
― Claro... —y fue sarcástica al lanzarle una mirada nada amigable—. Al parecer todos están encantados con la nueva asociación de tu sobrino, Óscar. Estamos muy conscientes de que a largo plazo solo veremos prosperar maravillosamente a Imperio.
― De eso no me cabe la menor duda, cariño. La corporación no podría estar en mejores manos que en las de ustedes dos —y el viejo sostuvo la mano de su esposa para llevarla a sus labios en una tierna caricia.
― Es mejor hablar después, Óscar, ya es tarde y es preferible que descanses.
― Tú siempre tan preocupada por que descanse, mi querida Soledad.
― Sabes que nunca voy a dejar de insistirte. Ahorra energías y mañana temprano te prometo que saldremos a dar un paseo, ¿está bien?
― De acuerdo —suspiró resignado. La verdad, Soledad era la única con la que no podía ser tan obstinado.
Había un ascensor fabricado en las mismas instalaciones de la casa para la propia comodidad de Óscar y fue por el mismo que subió hasta su habitación haciendo saber a su mujer que pronto la esperaba.
― Debo aplaudir toda tu paciencia —le dijo Santiago al oído, metiéndose las manos en los bolsillos—, creo que al fin y al cabo es tu precio a pagar si deseas conseguir tu objetivo.
― ¿De qué hablas? —volteó hacia él precipitadamente.
― No, no me preguntes eso que bien lo sabes.
― No, Santiago, no lo sé y ¡es que nunca sé de dónde salen tus insinuaciones! No has hecho más que lanzarme tus indirectas desde que llegaste a esta casa y no sé de dónde se originan como para que pienses tantas cosas de mí.
― Simplemente no soporto tu hipocresía, Soledad, te lo dejo claro si es que no lo habías entendido así antes.
― ¿Pero qué hipocresía? —se desesperó.
― ¡Esta que estás usando en este mismo instante! Sé muy bien que la única razón por la que has estado tantos años al lado de mi tío es por su fortuna. ¿Cuándo te vas a dar cuenta que no te voy a permitir que te salgas con la tuya? Mi tío podrá darte medio millón de cosas pero yo... yo soy capaz de dejarte en la calle, Soledad.
― Santiago... ¿y cuándo vas a entender que si he estado casada con Óscar es por una razón más poderosa que el dinero?
― No creo en tus palabras, eso recuérdalo. Además, ¿qué otra cosa podría ser más importante que el dinero como para que permanezcas aquí todavía?
― Tú no lo entenderías...
― Solo espero que mi tío viva lo suficiente para que se de cuenta de la clase de persona que eres.
― Yo no tengo malas intenciones, nunca las tuve, ¿por qué no me crees?
― ¿Te acuerdas del día de la boda, Soledad? —rompió el silencio que había aumentado luego de acercarse a mirar por una ventana. Ella repentinamente palideció.
― Claro que sí —respondió segura y en sus adentros dudosa.
― De seguro Fabricio es un nombre familiar para ti.
― ¿Fabricio? —no había escuchado ese nombre en años pero en su mente, en su corazón, muchas veces estuvo...
― Él llegó ese día al matrimonio y habló conmigo —ella encendió los ojos. Santiago ni la miraba—. Me contó ciertas cosas sobre ti y una de ellas no es un secreto: te casaste por dinero y con el objetivo de adueñarte de absolutamente todo.
― ¿Qué tonterías estás diciendo? No puede ser que Fabricio te haya dicho eso.
― Pues lo hizo y fue muy convincente. Por otro lado —se acercó a la mujer—, no me decía nada que yo no sospechara. ¿Por qué mentiría al fin de cuentas? El hombre no tenía motivos para hacerlo, ¿no crees?
― Él de seguro estaba... herido. Lo destrocé cuando le dije que me casaría. Yo estaba comprometida con él, Santiago pero... conocí a Óscar y...
― Tu futuro se arregló —agregó—. ¿Ya ves? No tiene caso que lo sigas negando.
― Lo que pasó fue...
― Déjame decirte algo, Soledad: la que tiene que marcharse de nuestras vidas eres tú.
― ¿Sabes? En un principio hasta llegué a pensar que toda esta forma de tratarme era por... resentimiento, por haberte rechazado, veo que me equivoqué.
― ¿Qué? —el hombre ya se había dispuesto a subir las escaleras para dirigirse a su habitación a tomar una ducha, pero las palabras de Soledad lo desconcertaron por completo. Debió regresar—. ¿Cómo dijiste? —la mujer jamás lo había comentado y menos enfrentado, se vio vulnerable pero decidió continuar.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...