Capítulo 20

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Tan solo dos meses después de la muerte de Óscar Landa, Soledad hacía su entrada en la corporación Imperio en Madrid. Con todas las de ley, ella venía a reclamar lo suyo.

― No creo haber dicho que alguien podía pasar —replicó molesta al ver que Santiago había entrado a su oficina.

― ¿Así me recibes después de tanto tiempo sin vernos? —metió ambas manos en los bolsillos del pantalón. Él siempre vistiendo traje, eso no cambiaba.

― Así recibo a los infieles —sonrió cínica.

― ¡Vaya! No han pasado ni treinta segundos desde que estoy aquí, y yo que pensaba que tardarías un poco más en atacarme.

― No te quejes.

― Solo quería saber cómo estás —dijo con tranquilidad momentos después. La mujer se levantó de su asiento detrás del escritorio y lo enfrentó. Sus cabellos castaños y ondulados estaban sujetados en una alta coleta.

― Mejor de lo que crees —cruzó los brazos.

― Oí que no estarás mucho tiempo en la ciudad, en el país, de hecho.

― Me iré a estudiar a Cuba, a especializarme. En todo caso, tú eres el que no estará mucho tiempo aquí.

― Solo vine por tu posesión. Debo volver a París mañana mismo.

Hubo aquel momento incómodo de silencio. Cero palabras, solo miradas.

― Ya que estás aquí, supongo que deberías saber que esta tarde iré con mis padres al centro donde está internado Marcos. Unas máquinas le dan oxígeno nada más y es hora de desconectarlas.

― ¿Qué? O sea que...

― Es lo mejor, lo sabes. Mi hermano merece descansar como Dios manda.

― ¿Puedo ir?

― Sí. Sé lo importante que es para ti, así que, no hay problema.

― ¿Sabes, Sol? —rompió el silencio que de nuevo se había creado—. Puedo estar aquí veinticuatro horas si quieres o un simple minuto y no se me van a quitar las ganas de decirte que te extraño. Te fuiste, te busqué, te llamé, traté de contactarte mil veces a través del abogado, ¡te envié hasta cartas ya que no querías leer mis mensajes en el correo electrónico! —tomó un respiro— ¡Está bien! Cometí un error contigo, debí decírtelo antes, pero entiende y déjame explicarte lo mismo que he tratado de decir en estas últimas semanas: Madeleine y yo nos casamos por complacer el tío Óscar, no por amor. Nos convenía, a su familia, a la mía, a todos los negocios, que estuviéramos juntos.

»Ella, sin embargo, quiso intentarlo y en algún momento yo igual, pero lo cierto es que no funcionó, claro que la terquedad no la dejó ver a nuestra relación de esa forma. Soporté suficiente y solo te digo que ahora ya estoy divorciado. Lo iba a hacer de todas formas, nunca quise que un papel matrimonial me alejara de ti. En todo caso, sé que podría ser tarde ahora —metió su mano en el saco en busca de un bolsillo interno—, aun así no quiero aceptarlo. Aquí está un boleto de avión directo a París, junto a mi dirección de vivienda. Úsalo cuando quieras y espero que sea porque querrás verme y no por alguna tonta excusa—dejó los papeles sobre el escritorio—. Me alegra mucho verte en la cima que siempre debiste estar, pero... la felicidad nunca es completa, ¿no?

― Aprecio lo que haces, pero que quede claro que sabes que todo pudo haber sido distinto entre los dos, y lo arruinaste —y recalcó—, lo sabes bien.

― Yo estoy seguro de que eso un día cambiará. Volveremos a encontrar el camino, Soledad.

― ¿Cómo puedes eso?

― Porque han pasado solo dos meses y si pasa más tiempo, no voy a dejar de sentir lo que he sentido por ti hasta ahora.

Se dirigió a la salida pero antes regresó la mirada.

― Hazme un favor —agregó—: cuídate mucho, ¿sí?

No lo vio en el centro médico esa tarde pero sí en el entierro. Estaba alejado y no intentó ni siquiera hablarle, ¿para qué?, él ya dio por sentado que sería rechazado de nuevo, y quizás era lo que Soledad hubiera hecho.

Se fue a Cuba a emprender un nuevo camino. Todos los días miraba aquel boleto y el pequeño papel con la letra de Santiago, indicando una dirección.

Volvió a querer y muchas veces, pero la espinita del sobrino de Óscar siempre estuvo ahí metida en su corazón.

Al cabo de cinco años decidió tomar el vuelo hacia París. Santiago cambió de dirección varias veces en la ciudad francesa y cuando ella decidió buscar, le costó ubicarlo.

Fue un día, saliendo del hotel, que ella vio llegar un auto a la cafetería de la esquina. El susodicho bajó del mismo para ingresar al local.

¡Preciosa coincidencia!

Soledad no iba a volver al hotel así nada más, cual cobarde, no, ella quería encontrar el camino de regreso como Santiago lo había dicho una vez, así que lo siguió a aquella cafetería.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora