― ¿Usted es...? —y sintió tanta ira por dentro— ¿Usted es la mujer de Santiago?
― ¡Él siempre tan reservado, por Dios! En realidad no me sorprende que no te haya hablado de mí, pero sí, estamos casados.
― Oh...
― Bueno, por lo visto no me dirás dónde está y supondré que no lo sabes, así que...
― Es... es cierto, no lo sé.
― Estoy segura de que nos volveremos a encontrar. Adiós —y se volvió a colocar las gafas antes de volver al auto y más frustrada que antes por no poder ubicar a Santiago.
Soledad cayó destrozada en el sofá.
«No puede ser, no... Santiago... ¡Qué idiota soy! ¡Lo sabía! ¡Yo sabía que todo esto bonito que sentía no podría ser verdad en su totalidad! ¿Cómo pudo hacerme esto?»
― Te estaba buscando, esta casa parece ser más grande que nunca —Santiago había llegado un tanto después, mientras Soledad trataba de reponerse de la impresión en la cocina, buscando un vaso de agua—. Ya está todo coordinado para su funeral —se escuchó un fuerte suspiro—. Todo esto ha sido más difícil de lo que pensé.
― ¿A qué hora será? —le daba la espalda.
― Mañana a las dos de la tarde.
― Bien. Te veré mañana, entonces —bebió de su vaso—. Sé que te encargarás de los detalles si es necesario. Óscar no estaría en mejores manos —volteó—. Por cierto, Madeleine llegó a la ciudad y te está buscando —lo miró con firmeza mientras que él no pudo evitar verse sorprendido y asustado.
Escuchar aquel nombre en boca de Soledad fue como muerte súbita.
― ¿No dirás algo? —agregó.
― Sol, somos dos adultos, de verdad puedo explicártelo.
La mujer se acercó y no dudó dos veces es arrojarle lo que quedaba del líquido vital en el vaso de cristal, bañándolo.
― No me interesa —dejó el vaso sobre el mesón y se marchó. El chofer ya la esperaba con las maletas en el auto.
Tomó algo de dinero que tenía guardado y se fue en tren. Sabía muy bien que Santiago la perseguiría y supuso que así no la encontraría tan rápido.
Llegó a la ciudad de Córdoba y se hospedó en el primer hostal que encontró. Nada de lujos, solo algo de tranquilidad era lo que buscaba.
Se le vino el mundo encima y lloró todo lo que quiso. Se recriminó mil veces todo lo que hizo, todo lo que dijo. Apostó al corazón y salió perdiendo de una forma vil.
El celular vibró sin parar, era él, por supuesto. Harta, lo lanzó contra la pared destrozándolo.
Santiago se valió de sus múltiples contactos para ubicarla y le fue inútil, la mujer literalmente no le había dejado rastro alguno.
Fue en el funeral que la logró ver. Debió ir de gancho con Madeleine pero se inventó cualquier excusa para ir en busca de Soledad.
― Me tenías muy preocupado ayer —la siguió por los jardines—. ¿Dónde estabas?
― Como si de verdad te importara.
― Escúchame un momento —la asió por el brazo y quedó prendido en los ojos café de la joven—. Perdón, ¿está bien? Y sé que no me va a alcanzar el resto de mi vida para decirte lo mismo. Yo te amo, Sol, te lo dicho, te lo he demostrado. Me enamoré como un imbécil de ti y cometí un grave error al ocultarte mi estado civil.
― ¿Por qué Óscar nunca me lo dijo? Él de seguro lo sabía.
― Sí. Pero es mi vida personal y él la respetaba muchísimo.
― No, tú no entiendes. ¡Él sabía que tú y yo...! Él lo sabía, Santiago y aun así nunca me advirtió.
― ¿Qué dijiste?
― Eres un desgraciado. Y más te vale que no vuelvas a cruzarte en mi camino de nuevo, ¿me oíste?
― Quiero explicarte todo, Sol. Un papel me une a ella, pero un sentimiento me une a ti.
― Estás casado, es todo lo que importa, ¡no seas tan descarado!
Se zafó de él, y sin más, se marchó con firmeza.
Se instaló en Córdoba por unos días y desde ahí su vida comenzó a cambiar. El abogado de Óscar le leyó el testamento a Soledad. La mujer era dueña absoluta, en último momento Óscar decidió abolir la cláusula de la adopción. La dejó en libertad pero con responsabilidades.
Soledad viajó a su ciudad natal a ver a su familia después de varios años que no los veía. Su madre se emocionó hasta las lágrimas y pasó una semana entera con ellos.
Solo en confianza e intimidad, con ayuda de su padre, convencieron a la mujer para tomar una decisión importante: ya era tiempo de dejar ir a Marcos. La madre debió entenderlo al fin.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...