Capítulo 7

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―   Lo que dijiste antes... Bueno, en realidad, recuerdo a medias...

―   ¿De qué estás hablando, Santiago?

―   Sobre la noche de tu boda. Si no hubieras hecho el reclamo, no me hubiera acordado en lo absoluto.

―   ¿Así que no te acordabas?

―   Bebí más de la cuenta ese día.

Soledad lo miraba con indiferencia desde la pared del pasillo donde permanecía quieta, recostada y con los brazos cruzados.

―   ¿Qué hacías en el tercer piso ese día? Se suponía que todos estaban en la fiesta.

―   ¿Qué hacías tú ahí, Santiago?

―   Yo pregunté primero.

―   Yo solo quería un respiro —esquivó la mirada—. Había mucha gente.

―   ¿Segura que no ibas... en busca de algo?

―   ¿A buscar qué?

―   No sé... Algo que te importara.

―   ¿Ahora insinúas que quise robar?

―   Yo no insinúo nada, tú sola traes a surgir las ideas.

―   ¡Ugh...!

―   ¿A dónde vas?

―   No voy a robar, si es eso lo que te preocupa —volteó un momento luego de haber emprendido el paso hacia la cafetería del hospital.

―   ¿Pero es que acaso soy solo yo al único que no engañas? —la siguió— Cualquier novia en el día de su boda permanece cada segundo junto al novio y no en el tercer piso de una casa para "tomar aire".

―   No voy a darte explicaciones.

―   Soledad... —la asió por el brazo hacia sí—, dime por qué te casaste de verdad.

―   ¿En qué idioma quieres que te lo diga, eh?, ¿o qué rayos es lo que quieres escuchar, que me casé por dinero, por querer adueñarme de toda la herencia de tu familia, que no amo a tu tío?, ¿eso es lo que quieres escuchar, o quieres la verdad? Aunque al parecer cada vez que escuchas esa palabra de mi boca lo único que haces es ignorarla.

―   Mi familia no necesita de una mujer como tú, y nunca lo hará. Dime, ¿cuánto quieres? Pon un número y yo pongo los ceros, no me importa. Solo sal de nuestras vidas antes de que nos arruines, porque sé que algo tramas desde hace años, sé que tienes una firma de abogados a tu servicio y que toda tu bondad no es simple caridad, así que... ¿cuál es tu precio, Soledad Rey?

La mujer se zafó de la posesión del hombre. Se le cayó la quijada tras las palabras que oyó. Santiago solo notó el ceño fruncido de la enfermera que lo observaba casi atónita.

¿Precio...? ¿Qué había hecho ella tan mal como para que todos sus supuestos actos la llevaran al banquillo de los acusados? ¡Qué hiriente fue Santiago con sus premisas acusativas!

Algo era seguro: ella no se quedaría ahí escuchando más. En silencio dio media vuelta y siguió. 

¿Acaso él de verdad no le creía?

A medias, tal vez, pero el orgullo le podía más. Simplemente no soportaba la idea de que aquella mujer se quedara con todo, y es que harto de la hipocresía, harto de los secretos, harto de mentiras, la mandó a investigar, así supo lo de la firma de abogados.

―   ¿Cómo te sientes, Óscar? —la mujer le tomó la mano luego de acariciar el rostro cansado del viejo enfermo sobre la cama de hospital.

―   Me he sentido mejor... —suspiró—. Oh, mi querida Soledad. Cada vez estoy peor.

―   No digas eso, por Dios. Tú vas a estar muy bien...

―   ¿A quién queremos engañar con eso, Soledad? Ya he tenido bastante tiempo para hacerme la idea de un final inevitable...

―   Óscar...

―   No, escúchame. Nunca he podido decirte lo feliz que me has hecho todos estos años y no sabes cuánto agradezco tu paciencia y devoción para conmigo. Eres una bella mujer y muy capaz de hacer todo lo que se proponga, eso nunca lo olvides.

―   Al contrario, Óscar, yo soy la que siempre estará en deuda contigo —le besó ambas manos.

―   Ahora más que nunca sabrás que el tiempo es demasiado preciado, por eso es necesario acelerar los trámites de adopción. Un pedacito nuestro, mi adorada.

―   ¡Óscar, qué cosas dices! Hablas como si de pronto...

―   Yo no estaré aquí por siempre, entiéndelo. Haré lo posible por hacer que un niño sea parte de la familia Landa muy pronto —la mujer de súbito se sofocó.

―   Pero...

―   No hay lugar para peros. El médico me mantendrá aquí hasta mañana por la tarde y tan pronto tenga las fuerzas haré los encargos correspondientes para que mis empleados se ocupen de los trámites.

―   Yo creo que es mejor tomar las cosas con calma y pensarlo un poco más. Yo insisto en que un niño... ser madre, no es fácil, Óscar.

―   Tío... —irrumpió Santiago en la habitación tras obtener luz verde del doctor de cabecera para pasar a visitar. De inmediato hubo tensión entre el sobrino y la enfermera.

―   Santiago, aprecio tanto que a estas horas estés aquí por mí.

―   No te preocupes, sabes que no podría desatender tu salud.

―   Muchas gracias. Pero ya ves que estoy bien. ¿Por qué no llevas a Soledad de vuelta a casa? Ya he causado suficiente desvelo por una noche —rió.

―   Óscar, preferiría quedarme contigo —refutó la mujer.

―   Esto no está en discusión. Sé que los veré en la mañana. Buenas noches, Soledad.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora