Soledad se estaba probando el vestido que Óscar había mandado a confeccionar para ella. Era una exquisita tela que despintaba un brillo en azul marino, por encima de las rodillas y ajustado a su delicada figura marcando suaves curvas. De pronto, en el espejo se vio reflejada la entrada del sobrino político a su habitación. La mujer no pudo relajarse.
― Sigues sin aprender a tocar la puerta, ¿no? —volteó a verlo.
― Tú no tocaste anoche tampoco.
― Al menos no pareció molestarte —cruzó la habitación a paso firme en busca de un par de zarcillos sobre la cómoda de madera—, ¿o me equivoco?
― ¿Por qué lo hiciste?
― Los hombres como tú solo buscan una cosa, pensé que...
― ¿Crees que yo te buscaba solo por sexo?
― Seamos honestos aquí, Santiago —se volvió hacia él—. He estado tantos años encerrada en esta mansión y de pronto llegas tú... Me deseabas tanto como yo a ti, así que aclarado aquello, esto ya debe acabarse.
― No hables tonterías. Tú y yo sabemos que esto es más que sexo. ¿Crees que así nada más soy capaz de pedirte que te divorcies y ofrecerte mi ayuda económica?
― Yo no la pedí.
― Por Dios, Soledad, lo que trato de decir es que si me hubieras interesado para una noche, no me molestaría ni siquiera en estar hablando contigo ahora.
― Tal vez no debí visitarte anoche. Estoy harta de ser presa de los Landa, te lo he dicho antes. Mejor ya no me busques.
― Sol...
― Vete, por favor.
― Volveré a Barcelona.
― Pues ya era hora —respondió luego de dejar un espacio de silencio. Esquivó la mirada.
― Aún deseo que te divorcies. Porque debo confesar que siento celos de mi tío. ¡No puedo compartirte así! Y es exactamente el motivo que me lleva a alejarme de Madrid hoy mismo —ella seguía sin mirarlo—: tu aniversario de bodas con él.
― Yo amo a Óscar y tú no eres más que su sombra. Eres igual a él, pretendiendo que sea su musa, ofreciéndome ayuda... Y mírame doce años después.
― Soy distinto, pensé que te habías dado cuenta —suspiró—. Al menos yo trato de devolverte tu vida.
― ¿A cambio de qué? —al fin lo miró.
― Sol, no hay cambio, no hay truco. Yo soy el único que puede ayudarte y te empeñas en rechazarme.
― ¿Pero por qué insistes tanto, Santiago? Sabes todo de mí, me tienes en tus manos, estoy segura que sí quieres algo a cambio, ¿qué es? —él se acercó a tal punto que ella se inquietó, pensando que recibiría un beso, pero no.
― Tú... Por eso me muero de celos, por eso no hago más que pensar en ti, por eso te beso, por eso te busco, por eso quiero ayudarte, porque te quiero.
― Sal de aquí de una vez —susurró.
Y se fue dejando un portazo atrás. Se sintió frustrado. Aquella mujer que tanto despreció por años, lo estaba volviendo loco. Y es que si una persona pudiera quedar enamorada en una noche, pues él lo estaba.
¿Qué iba a hacer en aquella fiesta de aniversario, después de todo? Prefirió viajar de regreso a Barcelona. En su apartamento de soltero podría encontrar cuánta paz él quisiera, o al menos hasta que cierta voz chillona, como solía describirla él mismo, irrumpiera en el lugar.
― Así que aquí estas —los altos tacones de la mujer resonaron con fuerza.
― ¿Qué haces aquí, Madeleine? —el hombre soltó un sonoro suspiro. Apenas si había tomado respiro en su sofá con un vaso de ron y hielo en su mano—. ¿Cómo rayos conseguiste esa llave?
― ¡Qué importa cómo conseguí la tonta llave! Hablaste con Javier y él me dijo que estabas de camino hacia acá.
― ¿No estabas en Valencia?
― Eso es lo de menos. ¿Qué pretendes, Santiago? No respondes mis mensajes, no devuelves mis llamadas. ¿Acaso soy solo un adorno para ti?
― Que conste que no soy yo el que te pone calificativos.
― Ja, ja. Mira cómo me río. ¡Ya dime de una buena vez cuándo empezarás a comportarte como debes y ya no me tendrás como idiota, buscándote por toda España!
― Sabes que no me necesitas.
― La empresa sí y por mucho que me cueste admitirlo, se viene abajo si la descuidas.
― Venderé mis acciones en Valencia si es que te da por no recordar que ya te lo había comentado.
― ¿Estás loco?, ¿y qué harás después?, ¿vender las de Barcelona también?
― Sabes que el negocio no está resultando. Dijimos que probaríamos aquel mercado por dos años, no más.
― Más de la tercera parte de todo Imperio en Valencia es tuya, y así nada más deseas venderla, ¿qué te sucede? Sabes que puedes rescatar el negocio a tu antojo y de mil maneras, recursos no te faltan.
― Madeleine, honestamente no me interesa hablar de la corporación en Valencia ahora y te agradecería que te marcharas.
― Esto es ridículo, Santiago —cruzó los brazos—. Mira hasta qué punto tengo que venir a rogarte, pudiendo estar en mi palacete a plena comodidad.
― ¿Qué te detiene entonces?
― Idiota —la pelirroja mujer resonó de nuevo los tacones pero en dirección a la salida—. Es más, deberías estar en el palacete también.
― Eso no fue parte del acuerdo.
― Del mío, sí, cariño. Hoy te dejaré, pero sabes cómo me pongo cuando me provocas. Te veré mañana.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...