Capítulo 14

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Soledad se estaba probando el vestido que Óscar había mandado a confeccionar para ella. Era una exquisita tela que despintaba un brillo en azul marino, por encima de las rodillas y ajustado a su delicada figura marcando suaves curvas. De pronto, en el espejo se vio reflejada la entrada del sobrino político a su habitación. La mujer no pudo relajarse.

― Sigues sin aprender a tocar la puerta, ¿no? —volteó a verlo.

― Tú no tocaste anoche tampoco.

― Al menos no pareció molestarte —cruzó la habitación a paso firme en busca de un par de zarcillos sobre la cómoda de madera—, ¿o me equivoco?

― ¿Por qué lo hiciste?

― Los hombres como tú solo buscan una cosa, pensé que...

― ¿Crees que yo te buscaba solo por sexo?

― Seamos honestos aquí, Santiago —se volvió hacia él—. He estado tantos años encerrada en esta mansión y de pronto llegas tú... Me deseabas tanto como yo a ti, así que aclarado aquello, esto ya debe acabarse.

― No hables tonterías. Tú y yo sabemos que esto es más que sexo. ¿Crees que así nada más soy capaz de pedirte que te divorcies y ofrecerte mi ayuda económica?

― Yo no la pedí.

― Por Dios, Soledad, lo que trato de decir es que si me hubieras interesado para una noche, no me molestaría ni siquiera en estar hablando contigo ahora.

― Tal vez no debí visitarte anoche. Estoy harta de ser presa de los Landa, te lo he dicho antes. Mejor ya no me busques.

― Sol...

― Vete, por favor.

― Volveré a Barcelona.

― Pues ya era hora —respondió luego de dejar un espacio de silencio. Esquivó la mirada.

― Aún deseo que te divorcies. Porque debo confesar que siento celos de mi tío. ¡No puedo compartirte así! Y es exactamente el motivo que me lleva a alejarme de Madrid hoy mismo —ella seguía sin mirarlo—: tu aniversario de bodas con él.

― Yo amo a Óscar y tú no eres más que su sombra. Eres igual a él, pretendiendo que sea su musa, ofreciéndome ayuda... Y mírame doce años después.

― Soy distinto, pensé que te habías dado cuenta —suspiró—. Al menos yo trato de devolverte tu vida.

― ¿A cambio de qué? —al fin lo miró.

― Sol, no hay cambio, no hay truco. Yo soy el único que puede ayudarte y te empeñas en rechazarme.

― ¿Pero por qué insistes tanto, Santiago? Sabes todo de mí, me tienes en tus manos, estoy segura que sí quieres algo a cambio, ¿qué es? —él se acercó a tal punto que ella se inquietó, pensando que recibiría un beso, pero no.

― Tú... Por eso me muero de celos, por eso no hago más que pensar en ti, por eso te beso, por eso te busco, por eso quiero ayudarte, porque te quiero.

― Sal de aquí de una vez —susurró.

Y se fue dejando un portazo atrás. Se sintió frustrado. Aquella mujer que tanto despreció por años, lo estaba volviendo loco. Y es que si una persona pudiera quedar enamorada en una noche, pues él lo estaba.

¿Qué iba a hacer en aquella fiesta de aniversario, después de todo? Prefirió viajar de regreso a Barcelona. En su apartamento de soltero podría encontrar cuánta paz él quisiera, o al menos hasta que cierta voz chillona, como solía describirla él mismo, irrumpiera en el lugar.

― Así que aquí estas —los altos tacones de la mujer resonaron con fuerza.

― ¿Qué haces aquí, Madeleine? —el hombre soltó un sonoro suspiro. Apenas si había tomado respiro en su sofá con un vaso de ron y hielo en su mano—. ¿Cómo rayos conseguiste esa llave?

― ¡Qué importa cómo conseguí la tonta llave! Hablaste con Javier y él me dijo que estabas de camino hacia acá.

― ¿No estabas en Valencia?

― Eso es lo de menos. ¿Qué pretendes, Santiago? No respondes mis mensajes, no devuelves mis llamadas. ¿Acaso soy solo un adorno para ti?

― Que conste que no soy yo el que te pone calificativos.

― Ja, ja. Mira cómo me río. ¡Ya dime de una buena vez cuándo empezarás a comportarte como debes y ya no me tendrás como idiota, buscándote por toda España!

― Sabes que no me necesitas.

― La empresa sí y por mucho que me cueste admitirlo, se viene abajo si la descuidas.

― Venderé mis acciones en Valencia si es que te da por no recordar que ya te lo había comentado.

― ¿Estás loco?, ¿y qué harás después?, ¿vender las de Barcelona también?

― Sabes que el negocio no está resultando. Dijimos que probaríamos aquel mercado por dos años, no más.

― Más de la tercera parte de todo Imperio en Valencia es tuya, y así nada más deseas venderla, ¿qué te sucede? Sabes que puedes rescatar el negocio a tu antojo y de mil maneras, recursos no te faltan.

― Madeleine, honestamente no me interesa hablar de la corporación en Valencia ahora y te agradecería que te marcharas.

― Esto es ridículo, Santiago —cruzó los brazos—. Mira hasta qué punto tengo que venir a rogarte, pudiendo estar en mi palacete a plena comodidad.

― ¿Qué te detiene entonces?

― Idiota —la pelirroja mujer resonó de nuevo los tacones pero en dirección a la salida—. Es más, deberías estar en el palacete también.

― Eso no fue parte del acuerdo.

― Del mío, sí, cariño. Hoy te dejaré, pero sabes cómo me pongo cuando me provocas. Te veré mañana.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora