Capítulo 18

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Iba amaneciendo y luego de una extenuante noche, Soledad y Santiago arribaron el palacete del fallecido Óscar.

― No has dicho una sola palabra desde hace horas. Me angustia verte tan pensativa —le dijo, tratando de inmiscuirse en los pensamientos de la mujer sin salir del auto aún.

― Me cuesta admitir que... —suspiró—. Él venía luchando con su enfermedad desde hace tantos años, Santiago.

― Lo sé. Todo ha sido tan repentino además —y durante un silencio, Soledad inevitablemente dedicó un par de lágrimas. Él la acogió en su hombro—. Debo encargarme del funeral. No te preocupes por nada, así que ve y descansa un poco, por favor. Regresaré tan pronto como pueda, ¿está bien?

Y dejándole un beso en la frente, la mujer se encaminó hacia el interior de la casa.

No pudo evitar recorrer el jardín y la habitación del difunto marido. Muy a pesar de todo, los buenos recuerdos eran los que debían sobresalir, eso estaba claro para Soledad.

Vio unas cuantas fotografías del día de su boda, irónicamente, en todas ella sonreía. Quizás porque así ella se lo propuso, hubo momentos en los que su alegría no era fingida. Sí logró algo de felicidad junto al tío de Santiago.

Fue a tomar una ducha, y pronto se vio atrapada en más recuerdos, muy aleatorios.

Ya iban a ser las diez con cuarenta y seis de la mañana y Santiago aún no aparecía, Soledad lo esperaba para viajar. Algo era seguro: no se creía capaz de aguantar papeleos, negocios, posesiones, rumores... no en aquel momento. Debía irse lejos para tomar respiro, tomar vuelo, como se diría, para lo que haría. Ahora su futuro estaba con Santiago, debía encargarse de su familia, del estado de Marcos y de su carrera profesional, estaba determinada a forjarse un camino propio de acuerdo a las promesas del sobrino de Óscar.

Pronto, el abogado de siempre apareció en la puerta y con una carta dirigida expresamente a la joven enfermera.

― Pero... —se vio confundida al obtener el sobre.

― Este día el señor Landa lo tenía claro, y me dejó órdenes precisas de entregarle esto en sus propias manos cuando sucediera lo inevitable, señora.

― ¿Usted...?

― ¿Sí?

― ¿Usted lo vio antes de que...?

― No, señora. Lastimosamente yo apenas lo vi en sus últimos días, no sus últimos momentos.

― Oh...

― Usted conoce mi número y dirección. Sabe que puede contar conmigo de ahora en adelante para lo que se le ofrezca.

― Gracias, abogado.

― Hasta luego y... lamento su pérdida.

Ella asintió con una cabezadita y tras cerrar la puerta fue a parar al sillón de la sala de estar.

Era la letra en manuscrito del propio Óscar: «Soledad», decía el sobre.

Prosiguió a leer su contenido:

«Querida mía:

Preciosa Soledad, mi hermosa Soledad... siempre has sido eso para mí. Es una pena tener que escribirte como último recuerdo, porque si estás leyendo esto es a causa de que ya no estoy a tu lado. Has significado el mundo para mí en todo momento, siempre tú, siempre tú... Aún recuerdo aquel destello inocente de tus ojos a tus dieciocho años y los próximos que estuviste conmigo, ese brillo nunca se fue, lo sé. Te encontré en tus peores momentos pero tú te mantuviste en mis miserables con devoción. Te di lo mejor de mí siempre que pude, y traté de planear un futuro brillante para ti, para ambos. Aunque no esté, sé que estarás muy bien porque eres muy inteligente y sabrás qué hacer.

Me disculparás si encuentras esta hoja con pequeños círculos arrugados o con la tinta borrosa pero... no me es fácil ser fuerte cuando tengo los días contados para estar lejos de ti. Te amé, te amo y te amaré con toda sinceridad, y si en algún momento piensas que las cosas que hago o hice por ti no tienen amor, te equivocas, todo lo hago pensando en tu bien, porque es lo que siempre he querido.

Quizás una de las pocas personas en las que confío ciegamente es alguien que probablemente tú ya conoces muy bien.

Lo han disimulado de manera exquisita y sobretodo tú, pero deberías enterarte de que no soy tan tonto.

¿Por qué enojarme? Él es tan joven como tú.

Lastimosamente no estuve a la altura de tu corazón.

Siempre admiré tu esfuerzo por quererme, por corresponderme pero... finalmente otro fue el afortunado. No te culpo, no lo culpo y debes saber que jamás lo planeé así. Supongo que siempre lo sospeché y creo que moriré con ello. La verdad es que prefiero no saberlo a ciencia cierta.

Si Santiago te ayuda, bien, y si no, podrás defenderte sola, eso tenlo muy presente.

Te adoro, Soledad y espero que me recuerdes siempre con una sonrisa en tu rostro.

Por siempre tuyo, Óscar».

― ¡Dios...! Óscar... —susurró entre lágrimas y tanto como si él pudiese escucharla—, tú lo sabías...

De súbito, el timbre de la puerta la hizo sobresaltar. Se limpió la cara y atendió. Una mujer en tacones altos, bolso de marca en el brazo, cabellos cuidadísimos en color rojo oscuro, tez mestiza, y un vestido en blanco ajustado a sus curvas, alzó una ceja por encima de las gafas de sol, chequeando a la dueña de casa.

― Buenos días, tú debes ser... mmm —y otra vez se le escapó el nombre—, la mujer del tío Óscar, ¿no? —y es que la confianza la llevaba a llamarlo así.

― ¿De parte?

― Bueno, en realidad vengo a buscar a su sobrino, Santiago Landa. Supe lo que ocurrió y vine a la ciudad tan pronto como pude. Mi sentido pésame —Soledad volvió a asentir. Se incomodaba, no sabía exactamente lo que debía decir.

― Pues, su sobrino no está.

― Pero llegó a Madrid, ¿cierto?

― Disculpe, me gustaría saber con quién estoy tratando.

― Oh, claro, disculparás mi mala educación. ¿No te parece curioso que después de tantos años casada con Óscar, tú y yo no nos hayamos conocido antes? —sonrió colocando las gafas de sol en su cabeza, atascada en sus cabellos y mirando con firmeza— Soy Madeleine Castillo, Óscar fue mi padrino de bautizo. Un placer conocerte al fin. No pensé que fueras tan joven. En fin, ¿me dirías donde puedo encontrar a mi marido?

― ¿Cómo dice?

― Vengo preguntando por él, su ubicación... Santiago, por supuesto.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora