Soledad estaba colapsando y luego de saber que se quedaría sin nada si se divorciaba, quedó devastaba.
Cuidaría a Óscar hasta cuando fuera necesario y se iría. Ese era su plan. Pero no podría irse sin nada. Simplemente no podría.
El asunto de la adopción tampoco facilitaba las cosas para la joven enfermera.
― Anabela... —Soledad entró a la habitación del sobrino político al ver que la señorita de servicio preparaba una maleta—, ¿qué haces?
― Eh... el señor pidió que empacara sus cosas, viene en camino a recoger su maleta y saldrá de inmediato.
― ¿Ya se va?
― Es todo lo que sé, señora.
― ¿Pero estás empacando todo?
― Solo me pidió que guardara sus pertenencias para dos días.
― Ah... —suspiró decepcionada.
Y es que la mujer ya se estaba cansando de la presencia del joven empresario en casa. ¿No que solo era un tiempo corto? Ya se había extendido esa premisa.
― ¿Así que te vas de una vez? —no pudo evitar hacer hincapié tras verlo en dirección a la salida y de nuevo al auto con equipaje en mano.
― De seguro te alegra.
― Pues no me entristece —curvó los labios en una sonrisa.
― Ojalá estés así de contenta cuando vuelva.
― ¿Por qué? ¿No se supone que hasta por estas fechas nos visitarías en Madrid?
― No, eso es lo que tú quieres. Pero me quedaré mucho más tiempo de lo planeado. ¿No es genial, tía? —sonrió cínico.
― Al menos espero que el viaje te haga recapacitar en muchas cosas. Dime, ¿cómo sigue tu mejilla, sobrino? —la mujer dejó la sala principal. Lo dejó con la palabra en la boca y por primera vez se sintió victoriosa.
Viajó a Sevilla por negocios en plena semana. Debió hacerlo.
La mujer del tío Óscar lo ponía inquieto a tal punto que no confiaba ni en la sombra. Nadie le sacaba de la cabeza que la hermosa Soledad solo buscaba fortuna.
¿Hermosa? Sí, llegó a considerarla así.
Irónicamente la madrugada que estuvieron en el hospital acompañando a Óscar debido a su ataque, la miró... y mucho. Empezó a recordar aquel altercado en la noche de la boda y fue cuando empezó a darse cuenta de lo juvenil y bonita que era. Algo en ella le atrajo, algo le gustó... ¡Qué contradicción! Claro estuvo que fue un desliz del momento. Así lo catalogó él mismo.
Durante la ausencia del susodicho, Óscar volvió a la mansión, bajo los cuidados de su adorada mujer, y se sintió mucho más tranquilo. Contrario a lo que sintió Soledad que volvió a tener el mundo en sus hombros y la carga se hacía cada vez más pesada.
¡No había día que no escuchara la palabra adopción!
― ¿Cómo le digo que deberíamos esperar? —pensaba en voz alta mientras cortaba una zanahoria sobre un tablero en el mesón de la cocina. Era domingo y prefería preparar el almuerzo para ella y el enfermo— ¿Cómo lo convenzo? Es que... ¿Qué sé yo de niños? ¿Qué sé yo de ser madre? No digo que algún día no me gustaría tener una familia pero... no sé si este sea el momento preciso. No sé si quiero una familia con... Óscar. Siempre lo he querido a él, a mi manera pero lo he querido. Me ha ayudado mucho y a mi familia igual... a mi hermano... —suspiró—, Dios, mi hermano... ¿Qué es lo que se supone que debo hacer? Si me separo, me quedaré sin nada y Santiago..., él me está ofreciendo ese dinero. ¡Necesito ese dinero! Pero así no... ¡Es humillante! Yo no soy así... Es que... aún no lo entiendo. ¿Cómo Óscar pudo engañarme así?, ¿cómo es que después de tantos años yo no tenía idea? Esta no es la vida que yo quería... —se le quebró la voz. Una lágrima cayó y antes de que cayera una segunda una voz la hizo dar un brinco del susto.
― Soledad... —el cuchillo se maniobró mal y pronto una pinta de sangre asomó en el dedo anular de la mano izquierda de la mujer.
― ¡Rayos...! ¿Por qué no haces ruido o algo?, ¿qué estás haciendo aquí?, ¿cuándo llegaste? —bombardeó las preguntas por nerviosismo. Debió disimular sus lágrimas y atender su herida con la saliva de su boca.
― Mi tío está preguntando por ti.
― Me demoraré un rato más. Bueno, responde.
― Acabo de llegar, es todo —la observaba analítico. Bien se dio cuenta de que lloraba.
― ¿Te quedarás a almorzar? —no lo miró.
― No... —tardó en contestar. Había escuchado todo y estaba confundido.
― De acuerdo —continuó picando sobre el tablero—. Tendré que apresurarme entonces. Ya ves que Óscar no es muy paciente.
Santiago no le quitaba la mirada de encima y muchas de sus premisas acusativas de siempre de pronto tomaban un giro.
Soledad se sentía vigilada.
― ¿Qué? —lo enfrentó.
― No... nada...
Tomó un respiro y con una mano en el bolsillo, se retiró en silencio.
A penas procesaba lo que había escuchado.
¿Qué era lo que de verdad ocultaba Soledad Rey?, ¿cuál había sido el verdadero motivo de su casamiento?
De súbito, toda la perspectiva del joven empezó a cambiar.
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La mujer del tío Óscar
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Soledad Rey llevaba años cuidando de su marido moribundo. Atada a él desde muy joven, pronto se vio ata-cado por cáncer y su mujer, como enfermera titulada, debió atenderlo. Ella había perdido sus mejores años en...