Capítulo 8

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Óscar debió quedarse más de una noche en el centro médico bajo estricta vigilancia de su médico de cabecera. Su terquedad por querer volver a la mansión no lo regresaría tan fácilmente. Y Soledad no hacía más que reprocharse. De pronto más de una persona pensaba que siendo enfermera titular no le bastaba para cuidar las condiciones de Óscar, a lo cual, su esposo siempre sostenía lo contrario.

Sin embargo, una cama no detenía al cansado empresario.

Situación que robaba el sueño de Soledad con frecuencia. Una de aquellas noches decidió ir a la cocina, y envuelta en sus pensamientos no se percató de que no estaba sola.

― ¡Dios...! —exclamó la mujer llevándose una mano al pecho luego de escuchar que la puerta del refrigerador se abrió a sus espaldas—. Eres tú...

― ¿Esperabas a alguien más? —el sobrino somnoliento sacó una jarra de agua helada y se sirvió un poco en un vaso de cristal.

― ¿Qué haces aquí?

― ¿Qué te parece que hago?

― Ni a estas horas dejas tu fastidioso sarcasmo, ¿no?

― Pensé que ya te habías acostumbrado..., tía. ¿Tú qué haces aquí? ¿Le haces guardia nocturna a la cocina?

― No puedo dormir —cruzó los brazos a lo que suspiró.

― Y si sigues así, pronto le harás compañía a mi tío en el hospital —volvió a poner la jarra dentro del refrigerador.

― ¿Si sigo?

― No has dormido en días —se sintió descubierta—. Las luces no se prenden solas en la mitad de la noche, ¿no te parece?

― Es solo... —dejó que el silencio invadiera el lugar antes de siquiera empezar a explicar—, es solo que la gente de Óscar ya empezó los trámites de adopción...

― Debes estar feliz ahora.

― Esto es tan difícil... —susurró.

― ¿Qué tiene de difícil? —se acercó a la mujer—. Ese niño será el heredero absoluto pero tú podrás administrar todo a tu antojo. Solo me pregunto... ¿contaste a mi pieza en el tablero?

― No me interesa adueñarme de todo, Santiago. ¡No me importa! Solo quiero...

― ¿Qué quieres, Soledad?, ¿qué es lo que de verdad quieres?

― Es más complicado que eso...

― Claro... ¡cuándo es que no lo es!

― ¿Tan solo conoces la palabra sacrificio, Santiago?

― Estoy seguro que el significado de mi diccionario es distinto al tuyo.

― No puedes dejar de juzgarme así no más, ¿verdad?

― Conozco a las de tu calaña, es todo. ¿Acaso mi tío nunca te habló sobre su última exesposa?

― ¿Debería?

― Ella vino con el mismo objetivo que tú...

― Yo no soy ella.

― ¿Sabes dónde está ahora? Trabaja medio tiempo en un restaurante a las afueras de la ciudad. Sobreviviendo con lo justo. Y ahora mira..., yo trato de ser generoso contigo y te insisto en la propuesta que te hice el otro día. Deberías hacerme caso, Soledad, no me gusta repetir las cosas dos veces, así que haz memoria y acepta de una buena vez.

― Yo creo que ni Óscar es tan receloso con respecto a sus bienes.

― No tienes la menor idea. Él es más receloso que ninguno en mi familia.

― ¿Más que tú? No lo creo.

― Obviamente no has leído las letras pequeñas de los documentos que te unen en matrimonio a él.

― Claro que sí.

― De acuerdo. Entonces está más que declarado que lo único que te mantiene casada a él es el dinero.

― Santiago...

― Es que sabes que te quedarás en la calle si te separas, ¿no es así? Lo sabes, ¿no? —el rostro sorpresivo y lleno de pánico de la mujer decía todo lo contrario— Uhh... así que no lo sabes. Yo creo que deberías revisar esas letras pequeñas otra vez.

― Óscar no me haría eso...

― Está sentenciado a muerte, a mitad de camino por una adopción, y una mujer. ¡Por favor! No puede ser que no lo hayas sabido antes.

― No te entiendo...

― ¿Te lo dibujo? A mi tío le diagnosticaron cáncer antes de casarse contigo. Te dio un anillo y te ofreció las mil maravillas como seguro de vida. Tú eras ese seguro. Te quedarías con todo siempre y cuando nada fuera a beneficio tuyo si no a nuestro patrimonio como familia. Si te ibas... lo harías como llegaste: sin nada.

― Yo tengo derechos. Si me divorcio debe darme lo que me corresponde.

― ¡Vaya que eres ingenua! No puede ser que no te hayas dado cuenta...

― No... Santiago, no... Yo... Así no se suponía que tenía que pasar...

― Así que finalmente lo admites. Sí tenías tus planes escondidos.

― ¿Entonces estoy condenada a quedarme en esta familia?

― Aún si mi tío se va al otro mundo, tú quedarías presa... Claro que nadie garantiza que no tengas algún haz bajo la manga y voltees todo a tu favor. Ya cancelé tu firma de abogados, por cierto —la mujer encendió los ojos—. No me agradezcas —sonrió cínicamente.

― ¿Por qué hiciste eso? —se angustió.

― Toma el dinero que te doy, Soledad. Te lo digo por las buenas y puede ser hasta... una disculpa, si así lo quieres considerar por lo que pasó el día de la boda... entre los dos —y le costó decirlo.

― ¿Una disculpa?, ¿crees que una disculpa tiene precio?

― Oye, al menos me estoy disculpando.

― Eres increíble... —se le cayó la quijada al escucharlo expresarse así.

― Es más, yo creo que esa noche hasta te estaba haciendo un favor....

― ¡Qué!

― Cálmate, ya han pasado muchos años, ni que te afectara tanto.

― ¡Tú no tienes idea de lo que mucho que me afectó!

― No me digas —y fue sarcástico—. Fue tanto así que dejaste de compartir la cama con mi tío. No intentes negarlo. Dime, ¿cómo es que has dejado de satisfacer tus apetencias sexuales por un matrimonio prácticamente muerto?

― ¿Disculpa?

― Es decir, para nadie es un secreto que mi tío no puedo cumplir con sus deberes... de marido, y tú eres bastante joven. Me imagino que alguna vez no te cohibiste de alguna aventura con alguien de tu preferencia.

Recibió una bofetada en la mejilla izquierda. Precisa y sonora.

― ¡Eres un atrevido! Que te quede claro que yo respeto muchísimo a Óscar y si dejé de compartir su cama fue por su condición de salud no por... otras cosas.

No dijo más. Indignadísima se retiró a su habitación finalmente.

La mujer del tío ÓscarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora