Cinco años le había tomado darse cuenta que sin Jin GuangYao no podría seguir viviendo. La culpa de haber levantado la espada en su contra, haber traicionado su confianza y dudar de aquel a quién más amo, eran el más cruel de los castigos.
Su frente se encontraba sobre el dorso de la mano de aquel que alguna vez estuvo sobre todos los cultivadores.
Cuando escuchó la débil voz que le llamaba, su tonó alguna vez melódico se había convertido en un apenas perceptible suspiro levantó el rostro con la ilusión de ver sus ojos una vez más, esa mirada llena de amor que sólo le dedicaba cuando se encontraban en privado y no existía más que ellos en el mundo.
Rogaba por un abrazo, un reencuentro de ensueño como los que llenaban de alegría cada unas de sus noches en los más dulces sueños.
Sin embargo en su mirada no había amor, era más bien terror y confusión lo que la adornaba. Intentó levantarse pero los músculos de su cuerpo no le respondieron y cayó apenas logró incorporarse unos cuantos centímetros. Sus labios se abrieron sin éxito al tratar de proferir alguna palabra que no salió audible.
—Er... Er ge — logró decir después de mucho esfuerzo. Su garganta estaba seca y sus cuerdas vocales parecían haberse pegado.
Era mucho esperar que saltara a sus brazos, así que Lan XiChen fue quién lo tomó y estrecho en un abrazo pegando el escueto cuerpo contra su pecho, quedando el rostro pálido sobre su corazón.
—A-Yao, perdóname —. De todas las palabras que quería decirle, era esa la frase que quemaba más profundo en sus pensamientos y por lo tanto era la primera que debía ser dicha.
Jin GuangYao no dijo nada, ni siquiera hizo el intento de hablar. La expresión en su rostro era indescifrable aun para quien alguna vez aseguro conocerlo tan bien.
—Pediré que preparen la tina para ayudarte a tomar un baño. También necesitas comer para recuperar fuerzas —. Continuó Lan XiChen incómodo por la falta de respuesta.
—¿Estoy vivo? —Un tono áspero, pero al fin audible provino de la boca que tanto ansiaba besar.
—Lo estás, no eres un cadáver feroz si es lo que te preocupa —. Una aclaración absurda pero necesaria, no deseaba mancillar su orgullo.
Después de esto no dijo más, aunque se veía agotado y su mirada agotada.
El baño caliente y los alimentos ingeridos parecieron haber conseguido el efecto deseado, aunque aún continuaba en cama al menos logró mantenerse sentado. No había dicho mucho o más bien nada, así que Lan XiChen le dio su espacio.
La noche llegó y con ello llegó un ataqué de desesperación y ansiedad por escuchar su voz, uno que ocultaría bajo su careta de falsa tranquilidad.
—¿Continuarás sin hablarme A-Yao? — inquirió con voz firme, a lo que Jin GuangYao sólo lo miró y después bajó la mirada; aunque faltaba ese aire coqueto que tenía en el pasado cada vez que lo hacía. También faltaba la sonrisa que tan bellamente engalanaba su rostro.
—¿A caso estás molesto conmigo?
La expresión en el rostro de Jin GuangYao se endureció aún más.
—¿No me dejarás ver tu sonrisa?
Esa última pregunta pareció al fin tener un efecto, ya que al fin logró que lo mirara a los ojos, aunque sus labios se mantenían rectos y unidos como si le hubieran impuesto el hechizo silenciador.
—¿Acaso no odias las mentiras? La sonrisa fue mi mejor pantomima —respondió con tono irascible.
—Por favor A-Yao, no puedes decirme ahora que cada vez que sonreíste para mí fue una mentira —. En su voz dolida se podía distinguir que aquello era una súplica.
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Sin Restricciones (XiYao)
Hayran KurguLan Xichen ha pasado cinco años en reclusión expiando las culpas de haberle dado muerte a su hermano jurado más joven a pesar del amor que sentía, anteponiendo el deber y la justicia sobre sus sentimientos más profundos. Una idea cruza por su mente...