capítulo dos

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Pache

Toqué por segunda vez la bocina del auto, insistente, bastante para mi y para la resaca que llevaba encima. No quería aplazar el momento porque cuanto más rápido llegue..., más rápido me iba a ir. Miré a través de mis anteojos de sol la casa en la que me crié, esperando que finalmente se abra para poder irme de una vez por todas. Pero era al pedo, porque no pasaba nada.

—¿Intestaste llamarla? —murmuró Renata al lado mío, la miré con obviedad y un poco mal para ser sincero, lo que provocó que muerda sus labios y me empuje suavemente. Pero me defiendo diciendo que ¡Tengo mi celular en la oreja porque la estoy llamando! Está bien, me calmo— No seas así, tonto.

—Es la cara que pongo ante tus preguntas boludas amor —intenté explicarle con la mayor cara de comprador que me salía, ella volvió a empujarme un poco enojada y me di cuenta porque sus cachetes estaban un poco colarados, era algo que le pasa cuando se enoja..., era como si su cuerpo no pudiera contener tal sentimiento y lo exprese de esa manera. Me parecía completamente tierno y cautivante, porque nunca puedo verla enojada por esta razón.

Renata Gomez es de esas personas que llegan a tu vida en el momento más exacto y preciso que las necesitas. Literalmente, por mucho tiempo, sentí que alguien del más allá la hizo caer en mi vida para mejorarla de una manera que solo ella pudo hacer ¿Y lo mejor? Era algo completamente mutuo. Somos la compañía perfecta que el otro necesitaba y nos complementábamos demasiado bien..., solo porque ella parecía no tener defectos, salvo cuando se estresaba por la facultad o algún compromiso la agobia. Aunque tengo mis tácticas para tranquilizarla.

Puso su pelo rubio que de momento se encontraba corto, casi por encima de sus pechos, detrás de su oreja y me miró como si intentara descifrar qué era lo que estaba pensando tanto y fue en el instante que me di cuenta que no dejé de mirarla en todo ese lapso de tiempo. Mordí mis labios para ocultar mi sonrisa.

—Te estaba mirando, si es lo que querías saber...

—¿Y por qué hacías eso? —me preguntó levantando una ceja, como si intentara desafiarme. Amaba su lado dulce, pero el salvaje es mi favorita.

—Porque sos hermosa y mis ojos agradecen mucho la vista.

—Sos un chamuyero —se rió y volvió a intentar empujarme, pero esta vez no la dejé. Agarré su mano en el aire y la lleve a mi recién naciente erección. Ella me miró sorprendida y un poco nerviosa.

—¿Esto te parece chamuyo?

—Tu hermana puede salir... 

—Todavía no lo hizo —murmuré acercándome para besar sus labios de una manera desaforada que ella no dudó en seguir. Liberó su mano de mi agarre y la llevó atrás de mi cabeza para jugar con mi pelo, algo que amaba que haga. Incluso creo que estoy pensando en no cortarlo para que tenga mas libertad de tocarlo, ya que siempre lo mantuve bastante corto y dejé lo largo para el medio de mi cabeza..., aunque no tan largo como hace años.

De parte de mis manos, las intenté llevar a su cintura para acercarla pero la verdad no era ni la posición ni lugar más cómodo para lo que tenía planeado, por lo que me conformé con sus piernas. Mi concentración en las caricias que estaban por ir más allá, fueron interrumpidas por unos golpes en la puerta de Rena. Nos separamos asustados. 

Maitena estaba cruzada de brazos mientras nos miraba con desaprobación, o eso se percibía detrás de sus anteojos de sol.

—Tardó dos minutos y ustedes ya usan la puerta de mi casa como telo —se quejó mientras caminaba para la puerta trasera— ¡Abran!

—Hola hermanito de mi alma, feliz año nuevo ¿Cómo la pasaste?

—Vos también podrías haber preguntado pero estabas bastante ocupado por lo que se ve... —suspiró mientras se concentraba en abrir un chicle—, hola mi cuñada favorita, feliz año nuevo ¿Cómo la pasaste?

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora