epílogo

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Pache

Cinco años después 

Con un suspiro, me obligo a sacar las sábanas de mi cuerpo para poder levantarme. Tampoco tenía que hacer tanto esfuerzo porque no era como si hubiera dormido mucho a la noche, estuve todo el tiempo esperando este momento y no me podía atrasar. Sin hacer mucho ruido para no despertar a Ludo, caminé hasta el baño, necesitaba prepararme rápido.

Cerré mis ojos cuando el agua de la ducha empezó a caer en mi cuerpo, estaba caliente y eso hacía constante con lo frío del ambiente pero era una satisfacción que estaba dispuesto a disfrutar. El invierno de Madrid me volvía loco porque bueno, todos sabemos que soy lo más friolento que existe y no me gustaba padecerlo. Por suerte, solo faltaba una semana para volver a por lo menos América Latina en donde el calor ya está empezando a asomarse.

Apagué la lluvia y sin tardar mucho salí de la bañera para cambiarme, poniéndome una remera blanca que tapé con un buzo amarillo y un jean negro con aberturas en las rodillas. Sacándome el pelo con la toalla, abrí la puerta del baño para encontrarme a Ludo despierta, con la vista en su celular que despegó cuando me escuchó. Una sonrisa burlona estaba en su boca.

—¿Por qué no me despertaste? Iba a entrar para ver si necesitabas ayuda con el jabón pero tocaron la puerta y me cagaron.

Rodé mis ojos y le tiré la toalla en la cara haciéndola reír. Últimamente habíamos entrado en un juego interno para cagarle los momentos románticos al otro y me estaba tocando a mí. Antes de entrar a bañarme había llamado a servicio a la habitación para que nos traiga el desayuno y así despertarla cuando salga.

—Te odio —reí tirándome encima, interrumpiendo el rodete que se estaba armando con su pelo. Una vez con la cabeza en sus piernas, ella aprovechó mi debilidad para volver a pasar la toalla por mi cabeza, no me quedé atrás porque me vengué mojandola con mi pelo.

—¡Para estúpido! Me estás mojando toda.

—Jodete por cagarme mi momento.

—Yo no te cagué nada, discúlpame querido —aclaró ella acomodándose sus mechones de adelante pero los tenía más corto que su pelo en general. Enarqué una ceja y me levanté para quedar al lado—. Es tú culpa por no despertarme.

—No te desperté porque siempre tardamos ochenta años más y necesitaba hacerlo rápido —le dije acercándome, agarré su mentón y le di un pico, me moví lentamente para seguir rozándolos.

—Nada que no podamos hacer ahora —murmuró sobre mis labios antes de inclinarse aún más hacia mi. Me reí negando y tomé distancia, no sin antes volver a besarla.

—Nop, vamos a llegar tarde y no quiero hacerlos esperar.

—Corta chorro —se quejó haciéndome reír.

La vida con Ludovica siempre era así, muy impredecible y alocada nunca me llegaba a aburrir o a acostumbrarme a la cotidianeidad. Ya de por sí nuestra vida era un caos y nos costaba mucho coincidir entre los distintos compromisos que teníamos, nunca llegó a ser un problema muy grande para nosotros pero nos cansó tanto que la única solución que vimos fue hacer un álbum en conjunto. La mejor decisión que tomamos hasta el momento porque la estábamos pasando muy bien, siempre nos entendimos muchísimo y se notaba en lo poco que abundaban los problemas. No sé como vamos a hacer cuando todo esto termine y tengamos que volver a nuestra carrera solista.

Una vez que desayunamos y ella se terminó de cambiar después de bañarse, aprovechamos el tiempo que nos quedaba para nosotros. Solíamos vivir con gente alrededor y el tiempo intimo era muy poco, siempre teníamos que buscar alternativas u opciones para no apagar la llama que nunca se apagó. Con suma delicadeza, como toda ella, acariciaba mi torso en descenso a la parte que más la necesitaba, afiancé mi mano en su cintura cuando llegó a su destino.

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora