capítulo veintisiete

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Ludovica

mayo

***


—¿Estás segura que estás bien?

—Sí ma, no te preocupes..., solo estoy cansada por el viaje —susurré en su abrazo antes de soltarme. Con su rostro de preocupación, asintió sin querer creerme del todo y la entendía, me conocía más que nadie para saber que siempre ocultaba mis sentimientos para no alterar al resto.

Me armé en una sonrisa y emprendí mi caminata hasta el Uber, que me estaba esperando en la puerta de la casa de mis papás. Como me lo habían prometido, esperaron exactamente dos semanas hasta que llegue a Argentina de nuevo para celebrar el cumpleaños de Antonio, no me sentía con los ánimos de festejar nada pero no podía fallarles después de haberlo hecho ya una vez. El plazo se extendió porque cuando terminó el fin de semana del festival, empezaron a poner diferentes trabas llevándonos a una puja bastante grande sobre mi carrera, al punto que tuvimos que mover contactos para contratar un equipo de abogados que para nada sirvió porque terminaron quedándose con todo.

Sí, me embargaron el sueldo y toda mi carrera está a punto de quedar en sus manos, volví porque no podía hacer nada, incluso ya me dijeron que las probabilidades son nulas. Claramente el proceso se podría haber tornado mucho más largo pero fue muy corto por la eficacia y el nivel de planificación que tuvieron los hermanos Jaramillo, parecía que todo había sido parte de un plan siniestro de su parte. Obviamente mi familia se enteró de lo sucedido y por eso también intentaban animarme, pero no necesitaba contención, o sí, pero también como primordial..., recuperar mi tiempo perdido.

Llegar al departamento me sumergió en una soledad que no creí experimentar por lo menos hasta unas semanas después, pero llegó bastante rápido. La ausencia de Sara se notó desde el primer momento, claramente había aprovechado el viaje para instalarse nuevamente con su familia en Los Ángeles y seguir con su carrera habitual, era algo que esperaba que pasara pero nunca me preparé mentalmente para el vacío que iba a dejar en mi vida. Más allá que nos manteníamos en contacto, siempre fuimos muy cercanas y me acostumbré a tenerla presente en cada momento desde hacía tres años, pero las cosas ya no eran iguales.

Sin saber muy bien qué hacer para dejar mi angustia de lado, me puse a limpiar porque nadie había pasado por acá desde que me fui y eso significaba mucho polvo dando vuelta. Supuestamente, muchas personas decían que la limpieza era terapéutica y más allá que sabía de otras maneras más eficientes, quise probar con una nueva para distraerme aunque sea un poco. Después de casi cuatro horas, el departamento se encontraba reluciente y yo no tanto, así que me bañé para estar a tono y poder descansar, algo que no pasó porque el sonido de las llaves resonó en el silencio. Suspiré un poco cansada porque solo una persona era dueña del segundo juego de llaves.

—¡Ves! Te dije que no iba a estar tirada llorando en la cama —se rió Eze al verme. Rodé mis ojos y seguí con la preparación de mi ensalada—. Hola Ludito hermosa ¿Cómo estás?

—En mi mejor momento —ironicé murmurando. Levanté la vista cuando sentí un cuerpo apoyándose en la heladera y sabía que Eze estaba atrás mío. Sonreí cuando vi a Sacha—. Hola amigo.

—Hola amiga ¿Vas a tardar mucho en eso? Porque tenemos que irnos... —comentó cruzado de brazos completamente despreocupado. Me encogí de hombros imitando su semblante.

—¡Dale ortiva! Tenemos que hablar con vos —se quejó Eze.

—¿Y no puede ser acá? Estoy cansada —me quejé dándome vuelta para empezar a comer después de agregarle un poco de mayonesa a la mezcla de arroz, pollo y huevo.

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora