capítulo diecinueve

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¡AVISO!

EL CONTENIDO DE ESTE CAPÍTULO ES EXCLUSIVAMENTE CON EL OBJETIVO DE INFORMAR Y DIFUNDIR UN HECHO DE LA REALIDAD.

EL MATERIAL PODRÍA PRESENTAR CONTENIDO EXPLÍCITO QUE PUEDE RESULTAR OFENSIVO O HERIR LA SUSCEPTIBILIDAD DE ALGUNAS PERSONAS. EN ESE CASO, PUEDE PROCEDER A LA LECTURA DEL PRÓXIMO CAPÍTULO YA QUE NO RESULTA ESENCIAL A LA TRAMA.

LÉALO BAJO SU RESPONSABILIDAD.

Ludovica

Cerré mis ojos mientras me apoyaba en el respaldar de la cama, lo único que pude escuchar era mi suspiro en conjunto con la lluvia que corría afuera. La tarde en la ciudad parecía normal, corriente como todos los días, la cotidianeidad de las personas seguía su curso, menos la mía. El sabor amargo y fuerte de las cuatro primeras pastillas corría por debajo de mi lengua, estaba haciendo un esfuerzo muy grande por no sacarlas de mi boca o simplemente escupirlas, eran un asco.

Cuando los abrí lentamente, vi a Mateo quien no dejaba su aspecto de preocupación de lado al momento que me lo demostraba con sus leves caricias en mis muslos. Y al mirarme, ni hablar. Simplemente no podía dejar sus manos quietas pero lo entendía, era su forma de demostrarme que no estaba sola. Sabía que no era mi caso de todas formas. Con un suspiró se levantó de mi cama y se fue, aproveché el momento para volver a mi concentración inicial, por lo menos hasta que sentí el peso que emitió en el colchón al lado mío.

—Toma, en el libro dicen que es recomendable para el mal sabor —murmuró sin mirarme. Mordí mis labios y sin intentar tragar, se los saqué un poco desesperada—. Es por encima de la lengua.

—Ya sé.

No podía decir que no ayudó, porque la verdad era que sí pero mi boca ya estaba hecha un asco de sabores y saliva por todos lados. Me costaba muchísimo tragar porque hasta sentía que mi garganta quemaba cuando lo hacía, no sé cuánto tardé en poder disolverlas bien pero para mí había sido horas, fue interminable. No sabía muy bien qué sentir, porque literalmente ya no había vuelta atrás.

Estaba tan segura de mi decisión al punto que traté de pensar en lo que quería, era la mejor forma que encontré para hacerme cargo de la situación y no arruinar la vida de nadie. Sin embargo, soy conciente que no era un proceso fácil y saber todo lo que tenía que soportar me daba terror. Con Mateo nos habíamos internado a leer libros e informarnos para estar precavidos a cada situación que pase, pero eso solo aumentó mi inseguridad en que todo iba a salir bien.

De repente necesitaba gritar, rogar y rezarle a quién sea para implorarle que esté bien. Que todo pase rápido, porque las cosas se podían complicar y muy feo. No podía imaginarme lo que sería terminar ensangrentada, en un hospital con miradas que menospreciaban mi decisión, me daba mucho miedo que quieran culpabilizarme al punto que me dejen morir sola en una camilla fría.

Porque este era el sabor de la ilegalidad, lo tenía bien claro, podría ir presa por estar haciéndolo.

Si abortas tiene que ser con dolor, inseguridad y miedo por ser capaz de decidir sobre tu vida, sobre tu cuerpo. Y eso que me podía considerar una persona con los privilegios (en realidad ahora porque no me quiero imaginar lo que hubiera pasado en una situación así, hacía unos cuatro años atrás) para comprar los doce comprimidos.

Mis manos empezaron a acariciar mis brazos lentamente hasta subirlos para desembocar en un abrazo. Un abrazo propio que necesitaba bastante.

El silencio era cómodo porque Mateo entendió desde el primer momento cuál era su posición, solo el preservar que no me pase nada y estar en el caso de una emergencia. Y como por ahora nada estaba pasando, solo necesitaba tenerme a mi en una soledad aislante, que por suerte me dio, aunque desde lejos no dudaba en trasmitirme su preocupación.

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora