capítulo nueve

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Ludovica

Apoyé la parte de atrás de mi cabeza en la pared y cerré mis ojos para relajarme un poco, habían sido unos días bastantes jodidos aunque todavía no podía decir que los había pasado..., porque no terminaron. 

El día que cenamos improvisadamente con mis hermanos, mi papá nos llamó desesperado para decirnos que mamá se sentía muy mal, que le había agarrado una puntada bastante fuerte en el estómago y apenas podía levantarse. Cuando llegamos la vimos literalmente revolcada en el piso apretándose fuerte la parte que papá nos dijo que le dolía, así que como pudimos la agarramos para llevarla al auto y de ahí al hospital. 

Después de muchas horas de estudios y análisis llegaron a la conclusión que tenía apendicitis. Nos dijeron que iban a tener que operarla con urgencia pero antes necesitaban que la infección baje, ya que se había formado un absceso que es algo así como una acumulación de pus, según nos explicaron. Así que hasta hace unas horas no pudieron hacer nada.

Salió de la operación hacía una hora y el médico vino decirnos que todo había salido bien, que por seguridad iban a dejarla unos días más internada y después ya podía volver a casa. Aunque obvio, iba a tener que cuidarse mucho porque a pesar que sea común, no era tan sencillo. 

Que mi mamá esté más estable me daba tranquilidad, hace días no pegaba ni un ojo y mi segunda casa pasó a ser el hospital. Las cosas eran complicadas y mucho más con dos bebés en la familia. Estabamos tratando de acomodarnos para que ellos puedan hacer su vida lo más normal posible pero no dabamos abasto. Papá no podía dejar su trabajo así que estaba yendo y viniendo como podía (y permitían). Mi hermana estaba en el medio de un caso importante muy difícil de dejar de lado y Khal bueno, hacía lo mejor para ayudar.

—Hey, Ludo —escuché su voz. Me tensé porque la reconocí al instante. Me obligué a abrir los ojos que ya me pesaban más de la cuenta y ahí lo vi..., Mateo estaba parado adelante mío con cara de preocupación— Hola ¿Cómo está tu mamá?

—¿Qué haces acá? —murmuré no entendiendo nada. Aunque enseguida me acordé que le había contado a Cielo por ende, ella a él. Me levanté y acomodé mi ropa.

—Estaba en la casa de Cielo cuando le contaste y no dudé en venir..., supuse que estaban acá porque es el más cerca de tu casa —me explicó, asentí con una media sonrisa— ¿Debería haber avisado? Perdón si te jode.

—¡No! No para nada.., perdón no medí mis palabras —le expliqué acercándome, no podía decir que no me alegraba que esté, porque estaría mintiendo—. Gracias por venir.

—No tenes que agradecerme, siempre voy a estar para vos.

Con esas sonrisas que él solo sabía dar, abrió sus brazos y sin premeditarlo mucho me acerqué para que me abrace. Cerré mis ojos por inercia y me dediqué a oler su perfume como cada vez que estaba cerca suyo. Todavía no entiendo qué es lo que tiene que lo hace tan especial. Cuando exhalé, sentí como me relajaba de golpe, como si fuera algo que estuviera necesitando hacía bastante. El sentimiento de satisfacción fue tanto que me separé de golpe, no tenía que sentirme así.

—¿Cómo está tu mamá? —preguntó, dejando de lado la tensión que se sentía en el ambiente. Me abracé a mi misma y respiré hondo buscando estabilidad.

—Está bien, durmiendo ahora —contesté. Le hice un ademán a la puerta para que camine y me siguió cuando me adentré a ella. Como dije, estaba durmiendo mientras Khalil la cuidaba o bueno, estaba al lado mirando su celular concentrado. 

—Buenas —saludó Mateo entrando. Mi hermano levantó la vista y arqueó una ceja de la sorpresa, aunque se le fue enseguida porque sonrió abiertamente. Pache se acercó y ambos se abrazaron— ¿Cómo estás hermano?

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora