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Capítulo 2

«Hablar del corazón a esas gentes era farsa del diablo, el casamiento era un sacramento y cosas mundanas no tenían que ver con esto».

MARIQUITA SÁNCHEZ DE THOMPSON

Sus oídos se crisparon al oír cómo rechinaban las ruedas de la carrocería contra los adoquines de la calle. Su cuerpo se meció sobre la pana del asiento y cerró los ojos; no quería ver nada más por esa noche.

Tan sólo escuchaba. «¡Viva Bellafire!¡Mueran los salvajes del Sur!». La voz del sereno iba perdiéndose a medida que los caballos, arreados por Sang-ho, ganaban más terreno en su carrera hacia la casa. «¡Las doce han dado y nublado!». ¿Y nublado? ¿Acaso no había visto la luna en el patio de Shin-hye? Park Shin-hye... Jamás le perdonaría su comportamiento de esa noche. «Antes prefiero estar muerto... Antes prefiero estar muerto.» Es que siempre sería así, impulsivo, arrebatado. Se preguntó que le habría costado responder: «Disculpe usted, señor Kim, pero debo retirarme». Lo pensó unos minutos; en realidad, se dijo, le habría costado demasiado, porque su naturaleza no era esa.

No podía creer que la misma persona que momentos atrás hacía «eso» en una de las habitaciones se presentara poco después ante él y lo invitara a bailar como si nada. Con esa cara impávida y esa sonrisa falsa, aunque debía admitirlo, hermosa sonrisa.
Tal vez había exagerado. ¿Qué le importaba a él lo que el tal Kim hacía con Rubí? No era asunto suyo, en lo más mínimo. Ni Rubí era su amiga, ni «el diablo» su prometido.

«Y nublado.» Descorrió la cortina de la portezuela y dejó entrar el paisaje. La luna ya no estaba. La espesura de los árboles, la dejaba entrever cada tanto, y la ocultaba luego entre su espesura gris. Una luz repentina iluminó las calles e instantes después un estruendo cayó sobre Bellafire. Y otra vez la luz, y otra vez el estentóreo sonido que daba miedo.

En pocos minutos todo había cambiado; el cielo se había transformado en una espesa mezcla de nubes negras que gritaban sus anatemas sobre la ciudad; la luna asomaba, de cuando en cuando, con una mirada lánguida y mortecina.

En pocos minutos, habían cambiado también la pureza de su alma y lo angelical de su rostro, el brillo de sus ojos y el trepidar de sus labios inseguros. Había llegado a la fiesta de una forma y se había ido de otra. Y ahora la cabeza de Taehyung era un caos total.

Escuchó las primeras gotas de lluvia sobre el techo del carruaje y subiendo las piernas a los asientos, se abrazó a sí mismo.

La carrocería se sacudió al pasar por un incipiente charco, trayendo un ruido de cascadas a los costados de las ruedas. El agua sucia y barrosa de la calle parecía partirse al paso de las ruedas del carruaje Jeon. Taehyung comenzó a adormilarse. La rabia con la que había ingresado al coche fue esfumándose a medida que un sopor incontrolable se apoderaba de sus ojos, de su cabeza, de todo su cuerpo.

-¡Niño Taehyung! ¡Muchacho!

Estaba profundamente dormido. Sang-ho lo habría tomado entre sus brazos para cargarlo hasta la casa, como cuando era pequeño. Pero ahora no podía hacerlo. Taehyung había dejado de ser un niño para transformarse en uno de los omegas más hermosos que él había conocido; a pesar de eso, para él seguiría siendo siempre su niño Taehyung.

-¡Niño Taehyung! -repitió.

Esta vez, Taehyung comenzó a despertar. Entreabrió los ojos, se arregló el cabello y estiró los brazos.

-¡Vamos, mi niño! Todavía debo regresar por el niño Jungkook, que quedó en el baile.

Se había olvidado por completo de él. Tae había salido como un loco de la mansión Park; se había lanzado sobre Sang-ho y le había rogado que lo llevara de regreso a casa de inmediato. Y Sang-ho jamás podía negarse a su niño, a pesar de que sabía que Jungkook lo regañaría por haberlo dejado en lo de Park Shin-hye.

COMO LA MARIPOSA - [NamTae] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora